Santiago Kovadloff en los ´80 escribía en la revista Humor con aires de vanguardia progre. Era entonces fácil hallar ejes temáticos de consenso: renegar de la dictadura y encender la esperanza de la recuperación de los valores democráticos para estar a la altura de las sociedades avanzadas de occidente, todo aderezado con referencias filosóficas un tanto híbridas. Hoy en 2010 Kovadloff opera –entre otras cosas- para azuzar los fantasmas inconscientes de los intelectuales preocupado por “el controvertido fervor oficialista de muchos artistas y pensadores”
En primer lugar me pregunto, ¿no nota nada raro Kovadloff también en el fervor anti-oficialista de tantos artistas e intelectuales? ¿Nada extraño en el súbito encrespamiento de sus oleajes militantes hacia las condenas éticas que se dirigen a un solo objeto y –oh casualidad- coinciden con la lucha por la retención de privilegios de grupos económicos?
Luego, llego al punto central de su argumento que es mostrar susto y perplejidad ante las jerarquías de valores parte de la intelectualidad asigna para tomar decisiones, anteponiendo valores estructurales frente a valores éticos que serían relegados a la categoría de elementos formales.
¿Que pasó en los noventa por ejemplo? ¿Acaso los intelectuales como Kovadloff y los sectores a los que representa asumían el mismo rechazo por estas cuestiones formales? ¿No era “autoritario” Menem cuando amenazaba y cumplía “ramal que para, ramal que se cierra” y tomaba fundamentales decisiones por decreto? ¿No era “corrupto” su gobierno que exhibía los gastos millonarios en dólares del entretenimiento de sus hijos y escandaletes tan ruidosos como la venta de armas a Ecuador o las coimas del Swift? ¿Se asume el mismo rechazo por las “cuestiones formales” de los grupos empresarios en su forma de hacer negocios? ¿Es respetuoso de la ética republicana hacerse de mercados cautivos, beneficiarse de privatizaciones dadivosas o cultivar monopolios en base a aprietes? La asimetría en el juzgamiento de los hechos no es casual, parte de una matriz ideológica que consagra el supremo derecho de los grupos económicos a hacer lo que quieran, para ellos no rigen las generales de ninguna ley de ética republicana, es una cuestión de ser exitoso o no serlo. En cambio para los gobiernos menos amigables rige una severa tabla de mandamientos.
Desde otra punta ideológica veo tres casos interesantes; uno es Martín Sabatella, manteniendo distancias que lo ubican fuera de la estructura oficial pero haciendo prevalecer los apoyos estructurales. El otro es Miguel Bonasso que se ubica en un rechazo contundente del gobierno. Es un dirigente que ha militado consecuentemente dentro de una orientación de izquierda y que realiza una determinada ponderación jerárquica de cuestiones, priorizando aspectos éticos, globales y puntuales de la gestión del gobierno que hacen que prefiera ubicarse claramente fuera. Postura como todas debatible en su acierto o equivocación pero que cuida de no prestar por ello apoyo explícito a sus opuesto ideológicos. Y llegamos a Pino Solanas y el espacio Proyecto Sur, quiénes se dedican por razones electoralistas priorizar con mucho énfasis las diferencias que han tenido con el gobierno más que los acuerdos, a los que tratan siempre de disimular. Este sector, excitado por la posibilidad del estrellato político, coquetea demasiado con quiénes representan sus antípodas ideológicas y resulta en muchos casos aliados funcionales a ellos.
Reducir el kirchnerismo al “autoritarismo”, las patoteadas de Moreno, el sindicalismo de Moyano o la valija de Antonini Wilson es como haber querido reducir el menemismo a la valija de Amira Yoma, los desaguisados de Gostanián, las cometas de IBM-Banco Nación o la pista de Anillaco. Se trata de gestiones de gobierno donde se encarnan políticas y se ejercen conductas, por ello en cualquier análisis se debe saber separar lo estructural del contenido político de los componentes “formales” que por ello no dejan de ser importantes. Pero hay un concepto clave: los hechos o aspectos sobre los hagamos foco en nuestros repudios -tanto como en nuestros apoyos- son los definirán el posicionamiento efectivo de nuestra postura política. Si hubiéramos centralizado el repudio al menemismo en aquellas tropelías hubiéramos otorgado por añadidura un beneficio de aprobación tácita a su política general. Pero lo centralmente repudiable del menemismo no eran aquellas sonadas corruptelas –muy condenables por cierto- sino el perfil político ideológico de su modelo neoliberal con todos los contenidos que incluía en lo económico, social, ético y filosófico. Lo que lleva a relegar para más adelante las cuestiones formales es precisamente la polarización de las cuestiones de modelo que se plantea cuando se establece la lucha franca por el poder. No es que sean cuestiones irrelevantes, sino que se transforman en temporalmente secundarias, pasan a un segundo turno -más que a un segundo plano- en tanto lo que ocupa el centro de la escena presente es la lucha pura de poder para definir la supervivencia o la muerte de un modelo amenazado por su opuesto. Es pura lógica política, cuando lo que se dirime atañe a lo medular, a lo que es definitorio para que las cosas estén de un lado o del otro de una realidad estructural, hay cuestiones que resultan desenfocadas, quedan de alguna manera postergadas en su atención, momentáneamente pasan a un segundo plano como motivadoras de decisiones.
Tal como sucede en la vida cotidiana y el sabio sentido común lo determina, cuando peleamos por cosas esenciales, un montón de cosas que son importantes en tiempos de normalidad pasan a ser accesorias, y recuperarán la importancia en la medida que esa lucha por la vida salga del estado de riesgo. En el caso de la política, cuando la lucha atañe a la raíz, la preocupación por las ramas no decrece pero se posterga. Por ello, si analizamos los apoyos que recibe este gobierno desde sectores intelectuales –lo que ha motivado la nota de Kovadloff- veremos que una gran parte dista de prestar alineamientos incondicionales sino que suelen ser selectivos, manteniendo distancias, disensos y reservas respecto de muchas cuestiones, e incluye también a pensamientos que aspiran en el futuro a la conformación de una fuerza progresista amplia que supere la dependencia de la sempiterna estructura peronista.
Ahora bien; si en la escena se percibiera una lucha entre dos modelos igualmente progresistas, uno ético y uno corrupto, entonces si las opciones y elecciones correrían por el andarivel de ponderar estas cuestiones en primer foco ya que no estaría en juego la supervivencia de los contenidos progresistas sino su mejor o peor implementación. El dato que omite Kovadloff es que en escenario argentino actual la lucha no se plantea en esos términos, sino entre un modelo progresista posible –imperfecto, cuestionable, encarnado por el kirchnerismo- que apenas logra romper la inercia direccional en algunos temas fundamentales, y otro modelo claramente no-progresista, totalmente reaccionario a cualquier dirección en ese sentido que representa a intereses que pugnan por una restauración conservadora neoliberal que clausure cualquier corrimiento obtenido. El kirchnerismo provocó un sinceramiento ideológico al obligar a las fuerzas de la derecha a mostrarse tal cual son, debiendo asumir de modo casi personal la conducción de la oposición. El peor estrago estratégico para la derecha ha sido ese, tener que salir a dar cara, remangarse y ejercer de un modo casi grotesco el gerenciamiento de las huestes opositoras, incluyendo a la clase política y al periodismo e intelectualidad afín. Casi tan grotesco como “el autoritarismo” kirchnerista al que objetan, es el autoritarismo con el que los jefes corporativos de la derecha manipulan a la luz del día a sus peones. El espectáculo servil de altos dirigentes políticos yendo como operadores a reuniones en la propia casa de una corporación rural o de un magnate mediático, muestra con brutal realismo un estado de cosas que no se puede tapar con ingenuas consignas de independentismo. Otra sería la suerte del kirchnersimo si del otro lado pudiéramos observar unas fuerzas políticas sólidas y realmente independientes que dieran señales claras en programa, discurso y acción de no estar comprometidas nada más que con el bienestar general. Pero lo que vemos desgraciadamente es una troupe de mandaderos totalmente cooptados que se limitan a obedecer con devoción e impudicia las órdenes impartidas.
La derecha ha copado la oposición y ese sigue siendo el mejor argumento de salud que tiene el kirchnerismo hoy, aparte de los logros de su gestión que aún imperfecta por donde se la mire resaltan en términos comparativos a los gobiernos anteriores. Como resulta evidente que la opción es Kirchner o una oscura y espera alianza que incluye a poderes tan diversos como fraternalmente reaccionarios (Magnetto-Biolcatti-Duhalde) de ello deriva la trama relacional de ponderaciones relevantes o irrelevantes que fundamentan las preferencias. Muy distinto sería el escenario si las políticas progresistas fueran ya consolidadas y la lucha fuera entre opciones diferentes pero no tan esencialmente opuestas. Una cosa sería por ejemplo elegir entre un modelo progresista socialdemócrata y otro populista, que elegir entre un modelo progresista y otro brutalmente regresivo de derechas al servicio de los peores intereses corporativos empresariales. Esta lógica está presente en todos los escenarios democráticos en menor o mayor medida. En el caso español cuando la opción es PSOE-PP (Zapatero-Aznar por caso) no es lo mismo que si fuera PSOE-IU (por caso Zapatero-Anguita). Cualquier progresista que simpatizara con la IU, aún reconociendo las defecciones ideológicas varias de la gestión del PSOE, no dudaría en apoyarlo si la única alternativa real fuera el PP. Suponiendo el ámbito político francés e invirtiendo la tendencia ideológica, lo mismo ocurriría si la opción fuera Sarcozy-Le Pen; cualquier progresista aún tapándose la nariz apoyaría a Sarcozy porque sus contenidos negativos -de ningún modo irrelevantes- aparecerían relativizados en un segundo plano frente a los más graves que pondría en juego un triunfo del ultraderechista.
Instalado el modelo, ganado el terreno de la lucha básica por su supervivencia, será tema de perfeccionamiento en otra etapa. Es la derecha la que empuja a esta decisión de muchos intelectuales, porque al plantear el combate en el terreno del modelo amenazando con un regreso a los 90 determina la jerarquía de las opciones.
“El fervor de quienes estiman como un bien lo que yo, entre tantos otros, considero una tragedia”
Así cierra su artículo Kovadloff. Esta es precisamente la clave del diferendo. Que exageren el diagnóstico y citen como tragedia lo que bajo otra orientación ideológica vieron como un dato folklórico menor frente a “la transformación del país” deja en evidencia el verdadero sitio desde donde se dispara. Poner al gobierno en un lugar tan demoníaco sin más fundamento que la exageración de algunos vicios no hace más que evidenciar que lo que duele no es precisamente la “prepotencia” y a la “corrupción” tan denostados sino todo aquello que constituye el contenido activo: que el discurso que permitía a las oligarquías mantener su impune hegemonía -concebida como el lógico y natural fluir de la virtud- haya sido dañado. El discurso de la insuperable imposibilidad de tocar ciertos intereses se ha puesto en tela de juicio: se ha demostrado que son posibles algunas acciones concretas; y eso como proyección de posibilidad es demasiado, para los que están en contra y para los que están a favor.
En primer lugar me pregunto, ¿no nota nada raro Kovadloff también en el fervor anti-oficialista de tantos artistas e intelectuales? ¿Nada extraño en el súbito encrespamiento de sus oleajes militantes hacia las condenas éticas que se dirigen a un solo objeto y –oh casualidad- coinciden con la lucha por la retención de privilegios de grupos económicos?
Luego, llego al punto central de su argumento que es mostrar susto y perplejidad ante las jerarquías de valores parte de la intelectualidad asigna para tomar decisiones, anteponiendo valores estructurales frente a valores éticos que serían relegados a la categoría de elementos formales.
¿Que pasó en los noventa por ejemplo? ¿Acaso los intelectuales como Kovadloff y los sectores a los que representa asumían el mismo rechazo por estas cuestiones formales? ¿No era “autoritario” Menem cuando amenazaba y cumplía “ramal que para, ramal que se cierra” y tomaba fundamentales decisiones por decreto? ¿No era “corrupto” su gobierno que exhibía los gastos millonarios en dólares del entretenimiento de sus hijos y escandaletes tan ruidosos como la venta de armas a Ecuador o las coimas del Swift? ¿Se asume el mismo rechazo por las “cuestiones formales” de los grupos empresarios en su forma de hacer negocios? ¿Es respetuoso de la ética republicana hacerse de mercados cautivos, beneficiarse de privatizaciones dadivosas o cultivar monopolios en base a aprietes? La asimetría en el juzgamiento de los hechos no es casual, parte de una matriz ideológica que consagra el supremo derecho de los grupos económicos a hacer lo que quieran, para ellos no rigen las generales de ninguna ley de ética republicana, es una cuestión de ser exitoso o no serlo. En cambio para los gobiernos menos amigables rige una severa tabla de mandamientos.
Desde otra punta ideológica veo tres casos interesantes; uno es Martín Sabatella, manteniendo distancias que lo ubican fuera de la estructura oficial pero haciendo prevalecer los apoyos estructurales. El otro es Miguel Bonasso que se ubica en un rechazo contundente del gobierno. Es un dirigente que ha militado consecuentemente dentro de una orientación de izquierda y que realiza una determinada ponderación jerárquica de cuestiones, priorizando aspectos éticos, globales y puntuales de la gestión del gobierno que hacen que prefiera ubicarse claramente fuera. Postura como todas debatible en su acierto o equivocación pero que cuida de no prestar por ello apoyo explícito a sus opuesto ideológicos. Y llegamos a Pino Solanas y el espacio Proyecto Sur, quiénes se dedican por razones electoralistas priorizar con mucho énfasis las diferencias que han tenido con el gobierno más que los acuerdos, a los que tratan siempre de disimular. Este sector, excitado por la posibilidad del estrellato político, coquetea demasiado con quiénes representan sus antípodas ideológicas y resulta en muchos casos aliados funcionales a ellos.
Reducir el kirchnerismo al “autoritarismo”, las patoteadas de Moreno, el sindicalismo de Moyano o la valija de Antonini Wilson es como haber querido reducir el menemismo a la valija de Amira Yoma, los desaguisados de Gostanián, las cometas de IBM-Banco Nación o la pista de Anillaco. Se trata de gestiones de gobierno donde se encarnan políticas y se ejercen conductas, por ello en cualquier análisis se debe saber separar lo estructural del contenido político de los componentes “formales” que por ello no dejan de ser importantes. Pero hay un concepto clave: los hechos o aspectos sobre los hagamos foco en nuestros repudios -tanto como en nuestros apoyos- son los definirán el posicionamiento efectivo de nuestra postura política. Si hubiéramos centralizado el repudio al menemismo en aquellas tropelías hubiéramos otorgado por añadidura un beneficio de aprobación tácita a su política general. Pero lo centralmente repudiable del menemismo no eran aquellas sonadas corruptelas –muy condenables por cierto- sino el perfil político ideológico de su modelo neoliberal con todos los contenidos que incluía en lo económico, social, ético y filosófico. Lo que lleva a relegar para más adelante las cuestiones formales es precisamente la polarización de las cuestiones de modelo que se plantea cuando se establece la lucha franca por el poder. No es que sean cuestiones irrelevantes, sino que se transforman en temporalmente secundarias, pasan a un segundo turno -más que a un segundo plano- en tanto lo que ocupa el centro de la escena presente es la lucha pura de poder para definir la supervivencia o la muerte de un modelo amenazado por su opuesto. Es pura lógica política, cuando lo que se dirime atañe a lo medular, a lo que es definitorio para que las cosas estén de un lado o del otro de una realidad estructural, hay cuestiones que resultan desenfocadas, quedan de alguna manera postergadas en su atención, momentáneamente pasan a un segundo plano como motivadoras de decisiones.
Tal como sucede en la vida cotidiana y el sabio sentido común lo determina, cuando peleamos por cosas esenciales, un montón de cosas que son importantes en tiempos de normalidad pasan a ser accesorias, y recuperarán la importancia en la medida que esa lucha por la vida salga del estado de riesgo. En el caso de la política, cuando la lucha atañe a la raíz, la preocupación por las ramas no decrece pero se posterga. Por ello, si analizamos los apoyos que recibe este gobierno desde sectores intelectuales –lo que ha motivado la nota de Kovadloff- veremos que una gran parte dista de prestar alineamientos incondicionales sino que suelen ser selectivos, manteniendo distancias, disensos y reservas respecto de muchas cuestiones, e incluye también a pensamientos que aspiran en el futuro a la conformación de una fuerza progresista amplia que supere la dependencia de la sempiterna estructura peronista.
Ahora bien; si en la escena se percibiera una lucha entre dos modelos igualmente progresistas, uno ético y uno corrupto, entonces si las opciones y elecciones correrían por el andarivel de ponderar estas cuestiones en primer foco ya que no estaría en juego la supervivencia de los contenidos progresistas sino su mejor o peor implementación. El dato que omite Kovadloff es que en escenario argentino actual la lucha no se plantea en esos términos, sino entre un modelo progresista posible –imperfecto, cuestionable, encarnado por el kirchnerismo- que apenas logra romper la inercia direccional en algunos temas fundamentales, y otro modelo claramente no-progresista, totalmente reaccionario a cualquier dirección en ese sentido que representa a intereses que pugnan por una restauración conservadora neoliberal que clausure cualquier corrimiento obtenido. El kirchnerismo provocó un sinceramiento ideológico al obligar a las fuerzas de la derecha a mostrarse tal cual son, debiendo asumir de modo casi personal la conducción de la oposición. El peor estrago estratégico para la derecha ha sido ese, tener que salir a dar cara, remangarse y ejercer de un modo casi grotesco el gerenciamiento de las huestes opositoras, incluyendo a la clase política y al periodismo e intelectualidad afín. Casi tan grotesco como “el autoritarismo” kirchnerista al que objetan, es el autoritarismo con el que los jefes corporativos de la derecha manipulan a la luz del día a sus peones. El espectáculo servil de altos dirigentes políticos yendo como operadores a reuniones en la propia casa de una corporación rural o de un magnate mediático, muestra con brutal realismo un estado de cosas que no se puede tapar con ingenuas consignas de independentismo. Otra sería la suerte del kirchnersimo si del otro lado pudiéramos observar unas fuerzas políticas sólidas y realmente independientes que dieran señales claras en programa, discurso y acción de no estar comprometidas nada más que con el bienestar general. Pero lo que vemos desgraciadamente es una troupe de mandaderos totalmente cooptados que se limitan a obedecer con devoción e impudicia las órdenes impartidas.
La derecha ha copado la oposición y ese sigue siendo el mejor argumento de salud que tiene el kirchnerismo hoy, aparte de los logros de su gestión que aún imperfecta por donde se la mire resaltan en términos comparativos a los gobiernos anteriores. Como resulta evidente que la opción es Kirchner o una oscura y espera alianza que incluye a poderes tan diversos como fraternalmente reaccionarios (Magnetto-Biolcatti-Duhalde) de ello deriva la trama relacional de ponderaciones relevantes o irrelevantes que fundamentan las preferencias. Muy distinto sería el escenario si las políticas progresistas fueran ya consolidadas y la lucha fuera entre opciones diferentes pero no tan esencialmente opuestas. Una cosa sería por ejemplo elegir entre un modelo progresista socialdemócrata y otro populista, que elegir entre un modelo progresista y otro brutalmente regresivo de derechas al servicio de los peores intereses corporativos empresariales. Esta lógica está presente en todos los escenarios democráticos en menor o mayor medida. En el caso español cuando la opción es PSOE-PP (Zapatero-Aznar por caso) no es lo mismo que si fuera PSOE-IU (por caso Zapatero-Anguita). Cualquier progresista que simpatizara con la IU, aún reconociendo las defecciones ideológicas varias de la gestión del PSOE, no dudaría en apoyarlo si la única alternativa real fuera el PP. Suponiendo el ámbito político francés e invirtiendo la tendencia ideológica, lo mismo ocurriría si la opción fuera Sarcozy-Le Pen; cualquier progresista aún tapándose la nariz apoyaría a Sarcozy porque sus contenidos negativos -de ningún modo irrelevantes- aparecerían relativizados en un segundo plano frente a los más graves que pondría en juego un triunfo del ultraderechista.
Instalado el modelo, ganado el terreno de la lucha básica por su supervivencia, será tema de perfeccionamiento en otra etapa. Es la derecha la que empuja a esta decisión de muchos intelectuales, porque al plantear el combate en el terreno del modelo amenazando con un regreso a los 90 determina la jerarquía de las opciones.
“El fervor de quienes estiman como un bien lo que yo, entre tantos otros, considero una tragedia”
Así cierra su artículo Kovadloff. Esta es precisamente la clave del diferendo. Que exageren el diagnóstico y citen como tragedia lo que bajo otra orientación ideológica vieron como un dato folklórico menor frente a “la transformación del país” deja en evidencia el verdadero sitio desde donde se dispara. Poner al gobierno en un lugar tan demoníaco sin más fundamento que la exageración de algunos vicios no hace más que evidenciar que lo que duele no es precisamente la “prepotencia” y a la “corrupción” tan denostados sino todo aquello que constituye el contenido activo: que el discurso que permitía a las oligarquías mantener su impune hegemonía -concebida como el lógico y natural fluir de la virtud- haya sido dañado. El discurso de la insuperable imposibilidad de tocar ciertos intereses se ha puesto en tela de juicio: se ha demostrado que son posibles algunas acciones concretas; y eso como proyección de posibilidad es demasiado, para los que están en contra y para los que están a favor.
2 comentarios:
Muy bueno Tino tu análisis.
De cualquier modo creo que en su fervor, unos cuantos pensadores le hacen poco favor a un modelo - que como bien marcás debería ir fortaleciéndose - pasando por alto críticas necesarias, para que justamente ese modelo llegue ser creíble y sustentable.
También creo que algunas cuestiones son secundarias, pero en el barro de la política mezclado con la desfiguración horrenda que producen los medios de comunicación masivo, algunas cuestiones secundarias no pueden ser descuidadas tampoco, desgraciadamente.
El caso de Moyano en cambio no me parece tan secundario, sabido es que la columna vertebral del peronismo ha sido el movimiento sindical, pero todo crecimiento tumoral termina invadiendo el tejido que lo ampara...y dejando sin aire la posibilidad de un sindicalismo con otro cariz. No me parece un problema menor, como no me parece un problema menor la alianza mesa de enlace-oposición, en donde los representados de la F.A quedan literalmente en b...s.
Hay un interesante cruce en página 12 entre Gustavo Grobocopatel y Mempo Giardinelli aderezado por Aldo Ferrer, te lo recomiendo si no lo leíste.
Cariños.
Hola Ana
Así es. Incluso creo que muchos no apoyan este “modelo” determinado sino acciones concretas que acumuladas y proyectadas que se pueden evaluar como direccionadas hacia una tendencia. Y tenés razón que detrás de la opción tendrían que aparecer las críticas para ubicar con mayor precisión los alcances de esos apoyo. La lógica binaria de la política de confrontación tiene esa característica, al poner situaciones concretas de puja en tensión “obliga” a ejercer una opción pero no debe confundirse con alineamiento hacia un determinado proyecto.
La reestructuración del sindicalismo aparece como asignatura pendiente de cualquier proyecto político progresista; aún de alguno que aceptara la hegemonía peronista. Estamos lejos todavía de un sistema sindical de avanzada democrática cuando son moneda corriente estructuras y prácticas autoritarias del tipo del sindicato único, el manejo discrecional de la personería, poca apertura democratizadora y pluralista desde las bases, etc. Creo que en lo que no hay que caer es en el uso de Moyano que hace la derecha, como argumento escandalizante para inhabilitar la legitimidad de otras cuestiones que afectan sus intereses. Cuando estaba Menem y los sindicatos estaban calladitos a ellos nos les preocupaba demasiado la democracia sindical ni Moyano.
No es que sean problemas menores, solo que los escenarios de puja de poder por acciones concretas determinan opciones binarias donde me parece las posturas deben tener en cuenta ese dato; cuando la puja se plantea en esos términos si no se opera esa jerarquización podríamos decir “situacional” de aspectos es inevitable favorecer a uno de los dos bandos, entonces hay que fijarse que bando nos parece un paso mñas favorable a nuestra dirección deseada. Obvio, nos podemos equivocar, ns obliga a realizar una lectura de hechos y situaciones muy sucias y complicadas de desifrar.
Fijate que la derecha se acusa al gobierno de hacer algo que ella misma hace: forzar el escenario. El “estás conmigo o con el enemigo” es igual de ambas partes; la derecha te termina acusando de ser K, de ir por el choripán o ser cómplice de la peor bazofia corrupta si osás desobedecer el mandato de lo que ellos dictan como verdad. Lo que pasa es que la naturaleza de la resolución te lleva a eso, es inevitable.
Entonces aparece la trampa del discurso del consenso, y ahí creo que tienen razón Mouffe y Laclau más que en cualquier otro de sus enfoque políticos: predicar que la búsqueda de consenso negociado es la única forma de gestionar poder favorece el mantenimiento de la posición del dominante, del que tiene el mayor poder, favorece el stato quo. Porque el que detenta el poder siempre tiene ventaja y si evita la confrontación llana por espacios concretos se verá siempre favorecido porque hará prevalecer su ventaja de posición en cualquier negociación. Es decir que desde el lado dominante hay una prédica de consenso negociado como herramienta conservadora, no transformadora.
Lei todas la notas del intercambio Grobocopatel-Giardinelli-Ferrer. Muy interesante. Muestra diferentes posturas, Mempo con su habitual firmeza de convicciones no por eso exenta de vocación de armonía y diálogo, Grobo dando la impresión de un empresario formado con ciertos gestos cívicos interesantes pero que no logra salir de la lógica de la rentabilidad; siempre lo bueno es lo que más ganancia me da o me daría. Ferrer pone énfasis en algo muy importante al referise a los tipos de cambio diferenciales: las retenciones son parte de una política económica y buscan compensar: sacan por un lado lo que otorgan por otro.
besos
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