El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

junio 26, 2010

El flagelo de las vuvuzelas




Miguel Soler indaga el lado evocativo de las vuvuzelas. No puedo evitar dejar constancia de mi no-indiferencia:


Revoloteo de moscas, sobrevuelo de alimañas, sonata de danzas caníbales, rodeo de enjambres, protesta de coleópteros en celo, corporación de zumbidos. Tronar atronador que crispa los nervios, embrutece la naturalidad y azota el confort emocional. Las vuvuzelas ininterrumpidas te indican que has caído en territorio extraño, ajeno, que eres objeto de una celebración desconocida pero amenazante. No dejan de hacértela sentir un segundo para que no olvides que estás bajo su captura y que en cualquier momento pueden comerte crudo con papas. Lo que tortura es la infinitud de su ulular, esa vocación por asesinar cualquier pausa o matiz que trata de demoler la posibilidad de un escape. De a poco te convencen que es peor intentar resistirse a sufrirlas, que no hay más remedio que incorporarlas como un dolor decorativo a la respiración del ambiente. Ellos conocen el efecto acosador que tiene para los americo-europeos la disolución de la alternancia, la aniquilación de la combinatoria, la pura mónada de la continuidad infinita sin atisbos de articulación alguna.


1 comentario:

Miguel P. Soler dijo...

Hoy, mientras almorzabamos guiso de lentejas en un tugurio del microcentro y discutiamos los partidos de rigor, uno de mis compañeros del laburo comentó que había escuchado que las vuvuzelas estaban grabadas y que así, podían pasarlas de continuo como un fuelle sin que falte el aire. ¿Es posible? ¿Todo este aturdimiento es un mero simulacro, un karaoque para hinchadas silenciadas? Tal vez habría que haber dejado entrar a los barrabravas abrelatas, después de todo...

Sdos