Al final se ha editado “Principiantes” de Raymond Carver, volumen que contiene los textos completos originalmente escritos por el autor sin las modificaciones que hiciera su editor Gordon Lish cuando fuera presentado en los ochenta con el título de “Qué hablamos cuando hablamos de amor”.
Desde que se descubrió la maniobra editora que la mano de Lisn impuso a la obra cuentística de Carver (para muchos una maniobra mutiladora) pasó a ser este caso una de las asombrosas paradojas del mundo literario. Tantas cosas se escribieron sobre este autor estadounidense desde mediados de los ochenta cuando su obra alcanzó difusión; desde críticos de formación académica hasta reseñadores radiofónicos aparecían fascinados por el increíble talento para manejar esos cortes abruptos de las escenas, para dotar a los personajes de una impronta fugaz pero palpable sin aportar detalles de su pasado, y aportando muy pocos de su presente. Hasta se le dio nombre a un nuevo estilo a partir de ello: "realismo sucio".
Gran parte de lo que definía aquella singularidad de estilo era producto de los tijeratazos de Lish, por lo que debemos a su instinto interventor aquel Carver que conocimos.
Un escritor es capaz de construir un personaje de ficción, pero un hábil editor entrometido es capaz de construir un personaje de la literatura.
Desde que se descubrió la maniobra editora que la mano de Lisn impuso a la obra cuentística de Carver (para muchos una maniobra mutiladora) pasó a ser este caso una de las asombrosas paradojas del mundo literario. Tantas cosas se escribieron sobre este autor estadounidense desde mediados de los ochenta cuando su obra alcanzó difusión; desde críticos de formación académica hasta reseñadores radiofónicos aparecían fascinados por el increíble talento para manejar esos cortes abruptos de las escenas, para dotar a los personajes de una impronta fugaz pero palpable sin aportar detalles de su pasado, y aportando muy pocos de su presente. Hasta se le dio nombre a un nuevo estilo a partir de ello: "realismo sucio".
Gran parte de lo que definía aquella singularidad de estilo era producto de los tijeratazos de Lish, por lo que debemos a su instinto interventor aquel Carver que conocimos.
Un escritor es capaz de construir un personaje de ficción, pero un hábil editor entrometido es capaz de construir un personaje de la literatura.
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