Antes de Néstor Kirchner, en Argentina la clase política era la única y exclusiva depositaria de las broncas populares, la culpable exclusiva de todos los males y corruptelas de la sociedad que conspiraban contra la calidad de vida. A partir de Kirchner la gente tiene otra clase tan canallesca sobre la cual volcar su bronca y su odio: las empresas mediáticas y el periodismo. La impunidad y la inmunidad de las corporaciones periodísticas a la opinión crítica ha sido felizmente destruida. La libertad de expresión le ha ganado a la libertad de empresa. El discurso de los los otrora impolutos señorones que se escudaban detrás del rating y la popularidad, y el de los empresarios y lobbistas mediáticos que enmascaraban su condición de actores políticos con la libertad de prensa ha quedado expuesto en su mentira. El periodismo de periodistas que puede hacer algún programa oficialista comienza a obtener una considerable repercusión popular simplemente porque le pone voz a un fermento crítico respecto del periodismo hegemónico que ya estaba en la gente, inexpresado y sin contención, protegido bajo las siete llaves del discurso controlado.
Siempre existieron personajes públicos cuya exposición a la posible agresividad de la gente era crítica; los deportistas de disciplinas más pasionales como los futbolistas por ejemplo, expuestos a hostilidades de los hinchas de las divisas antagónicos a las que representaban, o los políticos en general, responsable visible y reales de las grandes calamidades padecidas. En cambio, los periodistas estaban exentos de esta situación protegidos por una supuesta “neutralidad” que los asimilaba a los artistas populares; estaban acostumbrados a recibir reconocimientos positivos de tipo cholulo, o en el peor de los casos cierta indiferencia, más casi nunca una crítica o repudio. La puesta en evidencia de su descarado modo político de operar les ha dado una brusca bienvenida a la realidad desnuda.
Siempre existieron personajes públicos cuya exposición a la posible agresividad de la gente era crítica; los deportistas de disciplinas más pasionales como los futbolistas por ejemplo, expuestos a hostilidades de los hinchas de las divisas antagónicos a las que representaban, o los políticos en general, responsable visible y reales de las grandes calamidades padecidas. En cambio, los periodistas estaban exentos de esta situación protegidos por una supuesta “neutralidad” que los asimilaba a los artistas populares; estaban acostumbrados a recibir reconocimientos positivos de tipo cholulo, o en el peor de los casos cierta indiferencia, más casi nunca una crítica o repudio. La puesta en evidencia de su descarado modo político de operar les ha dado una brusca bienvenida a la realidad desnuda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario