El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

marzo 28, 2010

La abducción de Lionel Messi


A fines de los ´90, en la encrucijada por un amenazante enanismo que condenaría su asombrosa habilidad a prestación circense, Lionel Messi, un pibe rosarino, pareció abducido por una fuerza bonificadora que lo depositó en Barcelona y lo habilitó para construir su historia. Como uno de los seducidos por su arte futbolístico desde las primeras veces que lo vi en acción a través de la TV, he seguido con perplejidad la evolución de su carrera. El reconocimiento internacional como mejor jugador de fútbol del mundo ha llegado a su más unánime expresión en estos días de la mano de unos goles electrizantes a base de velocidad y habilidad; ese estado de gracia que se produce cuando el dribbling zigzagueante se combina a alta velocidad con el disparo letal al gol manteniendo toda la pureza técnica en las fases de la ejecución. En nuestro país, en cambio, todavía parece muy arraigada una resentida oposición hacia el jugador rosarino plagada de manifiesta necedad en la evaluación técnica mezclada con resentimientos futboleros de parroquia más desmesuradas exigencias e imputaciones. Los argentinos se preocupan más en denigrarlo por lo que todavía no ha logrado dentro de una selección -que nunca funcionó como equipo- que aportar alguna idea para contribuir a que lo logre. El necesario ensamble colectivo en el juego para que rinda en plenitud es un asunto de equipo, y como tal no es su exclusiva responsabilidad, pero buena parte del público futbolero argentino prefiere explicar el fracaso por medio de descalificación personal, acaso una señal más que pone evidencia el simplismo ingrato de gran parte de la sociedad argentina propensa a explicar los problemas colectivos mediante el odio arbitrario hacia determinadas personas.

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