El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

noviembre 22, 2009

Reservorios de coerción


«Un día, el siglo será deleuziano», fue la expresión de Michel Foucault. No se que a siglo se refería el pelado Michel pero este siglo ya es deleuziano desde sus comienzos.

Había una vez un mundo lógico. Un mundo que era una mierda de frente y de perfil, pero donde existía una izquierda que se ocupaba de intentar mejorarlo sin conseguirlo y una derecha que se empeñaba en empeorarlo con el mejor de los éxitos. Había una vez un mundo cuya maqueta conceptual eran dos bandos en guerra; dos visiones acérrimas, convencidas de sobradas razones para ser impuestas al mundo entero que autorizaban el uso de la fuerza para conseguirlo. Una de las visiones ha permanecido en su posición y otra se ha retirado. La primera, al retirarse su enemigo, se replanteó su modo de operar. ¿Tenía sentido mantener el andamiaje físico de la puja si ya no existía oposición dispuesta a disputar el dominio en esos términos materiales? En realidad se hizo la pregunta pero arribado a la instancia de la respuesta, sus condicionamientos no le permitieron aligerar sus dispositivos de defensa: con mínimos cambios siguió manteniendo y aumentando su inmenso reservorio de coerción.

La otra, retirada ya de toda actividad combativa, optó por una sumisión histérica, plegedándose a la religión de la victimización y el pataleo. Al no poder conquistar el terreno de la física material, se conformó con la conquista del campo de la ilusión, del lenguaje, de las construcciones simbólicas, y de la excelencia moral. Acatar el mandato burgués en el silencio pasó a ser visto como una miserable mueca de complicidad; en cambio acatar bajo el estruendo de la protesta, con el paroxismo de la negación pasó a ser muestra de la mayor altura moral, del compromiso con los más nobles ideales sociales, con el mayor grado de cultura y sensibilidad humana. Pero no existe refugio inmanente alguno para el deseo al que podamos regresar, jamás existió uno. Y el refugio de los heroísmos del discurso apenas dispone de los recursos migajas que el sistema coercitivo descarta por inoperantes y costosos.

La metafísica del deseo -¿un “anarquismo”del deseo? - deleuziano es un escape a un mundo ilusorio, un mundo ideal e inmaterial. Es análogo a la religión, la diferencia es que la religión es una fuga ideada desde el poder para consolar y ayudar al disciplinamiento, en cambio el campo "metafísico", más allá de su sana ilusión de regreso a una etapa existencialmente "autónoma", es una fuga desde la esclavitud, desde la opresión para consolarse, suponiendo un estado de la sociedad adolescente ideal e incompatible con la naturaleza humana, y de ahí es que sea captada por el poder dado su efecto esterilizador del ímpetu transformador, que desvía las fuerzas rebeldes acostumbrándolas a identificar “cambio” con “imposible”, lo que concluye ayudando a la disciplina de conservación aunque reniegue de ella. De los hechos al discurso; del materialismo diálectico, al idealismo metasubjetivo.


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