El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

noviembre 12, 2009

Los ladrillos de Berlín I


Esto ha dicho Eric Hobsbawm en una conferencia reciente:

“El “Siglo breve”, o XX, fue un período marcado por un conflicto religioso entre ideologías laicas. Por razones más históricas que lógicas, fue dominado por la contraposición de dos modelos económicos – e incluso dos modelos excluyentes entre sí –: el “Socialismo”, identificados con economías centralmente planificadas de tipo soviético, y el “Capitalismo”, que cubría todo el resto. Esa contraposición, aparentemente fundamental, entre un sistema que ambiciona sacar del medio del camino a las empresas privadas interesadas en las ganancias (el mercado, por ejemplo) y uno que pretendía liberar al mercado de toda restricción oficial o de otro tipo, nunca fue realista. Todas las economías modernas deben combinar público y privado de varios modos y en varios grados, y de hecho hacen eso. Ambas tentativas de vivir a la altura de esa lógica totalmente binaria, de esas definiciones de “capitalismo” y “socialismo”, fallaron. Las economías de tipo soviético y las organizaciones y gestiones estatales no sobrevivieron a los años ´80. El “fundamentalismo de mercado” anglo-norteamericano quebró en 2008, en el momento de su apogeo. El siglo XXI tendrá que reconsiderar, por lo tanto, sus propios problemas en términos mucho más realistas”



Estas conclusiones resuenan por su obviedad de sentido común, en apariencia, a uno que viene contaminado de tantos análisis semánticamente intrincados a solo efecto de suplir su vacuidad o su indeterminación. Es que la popular idea del equilibrio de los opuestos, la combinación de entes diferentes y antagónicos que le dicen adiós al ansia de plenitud para aceptar resignados el reino de la impureza, pareciera haber perdido prestigio ante la abrumadora simplicidad de su expresión. Pero si algo tiene lo obvio, lo que salta delante de los ojos, es que antes ha estado oscurecido, y esa deglución sencilla es el verdadero acto iluminador del pensamiento.

Se hace difícil de refutar el razonamiento que establece que los sistemas puros suelen asuntos propios del campo ideal, de comportamiento amigables en el laboratorio de las ideas, en el campo de juego conceptual de los principios; y son los sistemas impuros los que efectivamente muestran aptitudes para sobrevivir en el campo de lo real, en la dimensión verdadera de su funcionalización social. Todo intento por llevar la pureza de los modelos ideales al campo real han devenido en fracasos o catástrofes humanas. ¿Esto significa arriar la bandera de las utopías radicales? Nunca como antes debieran mantenerse en alto, pero las que si resultan intolerables a esta altura son las utopías con error de diagnóstico acerca de cómo resultan las cosas en la praxis de la refriega humana.

Los sistemas mixtos acogerían correctamente en sus variables la invulnerable realidad del combate de las fuerzas humanas en su accionar de interacción vital. Asumirían por naturaleza la consecuencia de la imposibilidad de imponer un modelo totalista tal como lo indican los propósitos animados por la pureza. Para un capitalista por ejemplo, el ideal sería un sistema donde la ganancia no tuviera oposición ni pagara costo alguno, que fuera la máxima obtenible en las ecuaciones abstractas de laboratorio, pero eso no se verifica en la realidad donde los números la consecuencia del funcionamiento “sucio” de las variables. El sistema planificado, aparte de suprimir las libertades por debajo del umbral respirable, necesitaba dar cuenta de todo en un nivel imposible de limpieza, porque la falla no era parte de su círculo virtuoso de mantenimiento y reproducción.


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