El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

julio 09, 2009

El menor de los análisis XIV


La mutación de los íconos literarios de lo políticamente correcto - De la empleada doméstica y el obrero de la construcción a la puta y el cartonero.


La puta es artista, es revolucionaria, es portadora del sagrado grito de la marginalidad, es militante del gremio de las putas sin estar afiliada. La cocinera, la obrera o la limpia culos ajenos que trabaja en una casa, en una fábrica o en un hospital cumple políticamente peores condiciones pero ya nadie la toma como heroína social, al contrario, se la ningunea con cierto desprecio como amonestándola por no rebelarse, por asumir su condición de modo resignado, por ser obediente a las reglas laborales y encima que su mayor aspiración es que la pongan en blanco, que la legalicen como engranaje de la marmórea institucionalidad burguesa. A la puta en cambio se la pone como ejemplo de mina que se rebeló, no sabemos contra quién, pero así la han montado. La puta hace carne el deseo oculto de las masas de entregarse al hedonismo, por eso en las votaciones que miden el aprecio popular respecto de diversas tipologías de mujeres -tipo Gran Hermano u otros reality shows- gana siempre la más puta, y por supuesto las putas han demostrado ser en los últimos tiempos unos referentes esenciales a la hora de asegurar rating televisivo.

La puta es la nueva heroína marginal aunque los fríos números digan que generalmente ganan más que el resto de las obreras y marginales, y que de pronto se vuelvan empresarias de si mismas; con un polvo de tres minutos ganan más de lo que saca en una semana una costurera que se desoja quince horas diarias en una máquina de coser dentro de un “taller” que no es otra cosa la mayoría de las veces que una minúscula bóveda explotadora ruidosa e irrespirable.

Las putas, por lo general, están buenas; ni el más desafortunado de los hombres imposibilitado de obtener en el mercado de las relaciones de pareja una extracción de sus reservas seminales pagaría un peso por un bagallo atroz. Es un hecho que no todas pueden elegir ser putas; es una profesión que discrimina penalizando a las más gorditas, flaquitas, feas, desdentadas o con pechos caídos. Las putas venden un producto de alto valor de mercado y en general alcanzan ingresos astronómicamente superiores que una planchadora o una costurera, por lo tanto su cacareado proletarismo es una farsa como así su rebelión ante las leyes del mercado. La puta es un ejemplo del más puro individualismo capitalista ya que un buen culo y unas buenas tetas equivalen a la posesión de un muy rentable medio de producción.

Pero cierto es que no todas las putas pueden trabajar en forma independiente. Muchas son explotadas por crueles proxenetas que llegan a constituir verdaderas organizaciones delictivas donde se las somete a coacción y malos tratos. Aún las que pueden trabajar por su cuenta padecen los riesgos del oficio: no todos los clientes son jóvenes apetitosos, hay que ir con viejos, feos y enfermos incapaces de calentar a nadie, borrachos que se ponen violentos y exigen cualquier cosa porque pagaron unos pesos, tipos con pésimo aliento. Es cierto pero ¿por qué las putas son el nuevo emblema de lo políticamente correcto? Nadie puede saberlo, los escritores progres las adoptan día a día, se escriben ensayos, novelas y tratados para rendirle homenaje y el mercado las acepta. Me olvidaba, existe una máxima posmoderna no declarada pero que se garantiza tanto su cumplimiento como su inconcienia; que dice que lo políticamente correcto debe al mismo tiempo ser buena pieza de mercado, y esa regla sin que nadie se atreve o violarla en el reino del progresismo populista y regresista, idiota útil del poder de turno.

Por el lado de los hombres no se observa una obsesión literaria tan marcada en posicionar alguna profesión como emblema, si bien los travestis ha ganado espacio así como también los cartoneros que van reemplazando en el paradigma posmoderno a los ya recontra pasados de moda mineros y obreros industriales. El traba que lucha para que lo dejen tener sexo en la vía pública reemplaza al minero que lucha por el salario y las condiciones de salubridad de su trabajo. ¿Por qué chupar pijas en la calle es más heroico que palear hormigón doce horas diarias al rayo del sol o soldar hierros colgado de un mísero arnés a 20 metros de altura? Lo que se califica en estos casos el grado de desaprobación social que cada actividad obtiene y su estrella mediática; el traba realizando una actividad que una mayoría repudiará escandalizada tanto como su curiosidad morbosa resulte excitada. En cambio, el sufrido obrero establecido en actividades "serias" obtendrá un mayoritario consenso aprobatorio de la heroicidad de su práctica pero envuelto en la punumbra gélida del más cruel anonimato. Aprobación que no se traslada a un lógico aumento de su remuneración sino a un acto de compasión legitimador de su condena. Diez horas por día en el socavón de una mina es sin duda más dañino para la salud y aterrador que caminar las calles juntando cartón en las noches, pero ambas tareas resultan abismalmente desiguales en su posmoderna capacidad simbólica; hoy día aquello que no escandaliza no alcanza a sensibilizar a las masas mediatizadas.


1 comentario:

Ana Lopez Acosta dijo...

Un datito nomás; durante largo tiempo " la vedette" del emblemático teatro Maipo, fue un travesti. Nada tiene que ver esto que escribo con un prejuicio. No me atrevo a calificarlo...no me atrevo simplemente porque no lo entiendo. Acuerdo con vos en que lo excéntrico en oportunidades sensibiliza a los mediáticos espectadores; y de eso se trata, de vender, cualquier cosa.
Un beso