El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

abril 19, 2009

La locura por la valoración


En el ambiente literario es donde veo la desesperación por la trascendencia expuesta del modo más torturado y grosero. En todos los campos que ponen en juego el botín supremo de la consagración pública existen egos elevados que desarrollan altas capacidades de engreimiento; es patrimonio conocido de los artistas en general pero también los hay en hombres de ciencias, profesionales, empresarios o políticos, deportistas, peluqueros, modelos, periodistas. Más no es eso lo que marca la distinción del escritor respecto de todos los otros, sino la forma atormentada y capciosa en la que éste vive el acceso a la valoración; a punto de resultarle un tormento asfixiante, un deseo que hierve en el agua culposa que lo condena a enmascararse, a la vez devastador y oculto. No hay peor cosa que tener que ocultar lo que no los deja dormir, pero si se tratara de ocultar simplemente sería muy fácil; el escritor debe ocultar y la vez no desfallecer en el intento de ostentar su fiebre por el reconocimiento. Construye una ficción de su propio hambre valorativo; la complejiza para hacerlo confuso y contradictorio, lo codifica en defensa propia.

Hay factores que influyen para tanta desprotección del orden del sentido. Uno es la falta de referentes racionales para la valoración, hecho presente en el arte en general pero que en la literatura ya cobra niveles de ausentismo atroz. Todo está envuelto en una absurda relatividad que puede hacer de cualquier cosa una basura o una genialidad. Hay una abolición de los argumentos intelectuales; no se construyen posturas críticas, no se fundan escuelas estéticas, bastan unos disociados juicios favorables o desfavorables que se complacen a si mismos. Y lo peor es que también han abolido al gusto como tabla de referencia; entre tanta basura, nadie apela al simple gusto o al disfrute sensual de la literatura como tabla de valor. Las variables de modificación afectiva-emotiva que provoca una obra ha sido descartadas de plano como suficiente referencia. En torno a la vivencia de la literatura cunde una oprobiosa desvalorización de las emociones provocadas por ella misma. Pero lo peor es que esa desautorización brutal de los sentimientos no es reemplazada por una exaltación de las variables estéticas teóricas, sino que se discrimina lo sensible a favor de intrincados onanismos de discurso dispuestos solo a justificar adhesiones o rechazos personales más o menos arbitrarios. La crítica literaria se convirtió en un perverso juego de poder. Se dirimen refriegas entre el poder de decidir, rechazar, ningunear o entronizar. Son escarceos de una lucha ácida entre carcomedores y carcomidos por el deseo de figuración, el odio resentido, el orgullo cálcico, la frustración sublimada y la ambición desolada.

Cuesta leer frases como: "tal libro me conmovió", o "me reí" o "lloré con tal párrafo", me provocó un nudo en el estómago" o "una sensación orgásmica en el hipotálamo." No, se juzga a la literatura desde una extraña plataforma “crítica” consistente en un galimatías oscuro y caprichoso, vacío de ideas, una apabullante hojarasca de intrigas y de ausencias conceptuales, plagada de amiguismos y enemiguismos.

Recuerdo a cierto editor y también escritor jóven comentar sobre el trabajo que hacía en su pequeña empresa editora “recibimos muchos originales, somos impiadosos en la selección crítica”. ¿Desde cuando poner un boliche editor otorga título habilitante de referente del Saber, deidad capaz de juzgarse “impiadosa” con el trabajo de los demás? Abunda como el dengue gente que se auto instituye constructora de bella prosa y establece buenos y malos, anchos de espada y cuatros de copa. Y encima cuando uno ávido de educarse se zambulle a la búsqueda de la exposición de ideas solo halla la exaltación de lo “bien escrito” como categoría metafísica universal capaz de validar la descripción de un pedo líquido hasta el ensayo que haga entendible la teoría cuántica.


3 comentarios:

Miguel P. Soler dijo...

Querido Julio, ya hemos discutido un poco del tema, pero ponete en el lugar de un arquitecto que tiene que evaluar una construcción. ¿Usarías expresiones por ejemplo, cómo que subir esa escalera te da nauseas, que las columnas te hacen reir, que la disposición de las ventanas te hace suspirar de melancolía? ¿Te parece que tenga que leer un Suplemento Literario como si fuese una revista del corazón? No te digo que hay crítica que escuda su pobre razonamiento tras una hermeneútica mal aprendida del formalismo ruso o de Derrida, pero hay que defender una crítica academica capaz de "evidenciar" si una casa se cae, si es cálida en invierno y fresca en verano, si es capaz de resistir siglos como las catedrales, si la línea es orgánica como las creaciones de Gaudí, o simplimente escalares como en los rascacielos del tucumano. Hay que empezar a elegir críticos, como se eligen los escritores. La crítica no autoriza, y mal puede acicatear a los lectores a comprar libros. Si podés decirme que una casa es estética y funcionalmente maravillosa, también podés decirme si un libro lo es.

Un abrazo.-

Miguel

Tino Hargén dijo...

Caro Miguel !que bueno tenerte por acá!


Primero: no opongo la crítica que incorpora el campo emocional o del gusto a la de carácter intelectual, estética o técnica; más bien estoy diciendo que no veo ninguna de las dos, y que las dos me parecen deseables, y hasta factibles de ser articuladas.

Precisamente lo que digo es que no me dicen si el libro es estéticamente maravilloso desde alguna corriente ni tampoco si les movió o no un pelo, me dicen otra cosa que es la que traté explicar y que se disuelve en los límites del amiguismo-enemiguismo que ofrecen validaciones ad-hoc para justificarse en su dictamen. Encima con una sintaxis probablemente exhibicionista ya que no falta el crítico que cree que en cien líneas de reseña debe dar muestra de todos sus recursos narrativos, poéticos y compositivos en materia de escritura.

Por los ejemplos que das veo que caés también en la desvalorización del campo emotivo que menciono, porque asociás dicho campo a situaciones trivializadas “subir esa escalera te da nauseas, que las columnas te hacen reir, que la disposición de las ventanas te hace suspirar de melancolía”

No es algo menor lo que te produce una obra, es fundacional, si la obra literaria no deja huellas dentro del campo emocional probablemente no sea una obra literaria, ni podés empezar a hablar. Como una sinfonía, si no te sacude –sea para masacrarte el alma o para encenderla de energía, con todas las variantes intermedias y entrecruzadas que se te ocurran- ni podés empezar a hablar de la excelencia de la afinación o la armonía.

Las revistas del corazón, ja
ja, naaa, no tienen nada que ver con expresar las variopintas vibraciones emocionales que me provoca una obra. .

De acuerdo, empecemos a elegir críticos, pero nombrame alguno por favor así debuto

Otro abrazo

Miguel P. Soler dijo...

Jaime Rest, por ejemplo "El cuarto en el recoveco". Leer los escritos críticos de Juan José Saer, y muy especialemte su postura frente al factor filisteo del mercado. A Borges seguramente lo leiste. "Seis propuestas para el próximo milenio" de Calvino, son unas joyitas críticas que te catapultean a leer; por lo menos con ellas, leí a Gadda y a Musil. Walter Benjamin, siempre, cualquiera de sus textos. A Viñas es interesante leerlo con sus cruces entre política y literatura, sus series personales. A algunos de ellos es excelente escucharlos en sus análisis, específicamente a los siguientes de Filo: Jorge Panesi, Roberto Ferro, la misma Beatriz Sarlo es mejor oradora, para mí, que escritora de crítica. Ya ves, la crítica literaria es un género más.
Por otro lado, no hablo de leer con una falta de "emotividad" si no de incrementar la "sensitividad", que no es lo mismo. Uno podría escribir como crítica emotiva: "este libro se me cayó de las manos", pero no es tan interesante como hacer la crítica sensitiva: "por qué se me cayó este libro de las manos, cómo lo permití?".
Tal vez una manera de percibir la autenticidad de un libro, es que a pesar de arrojarlo de mis manos, que lo prendo fuego, que lo ninguneo, éste mágicamente (pero por qué??) vuelve intacto a mis manos.
¿No estarás mezclando "emotivamente" tu aversión a la crítica y a la academia, con esta historieta de la Joven Guardia?