Sucede que los relatos tienen el mismo nivel intelectual que sus personajes, por lo tanto la presente está condenada a no ir más allá de su respectivo horizonte directo y consumible, será una mera tabla descriptiva que pueda recitarse bajo cualquier inervación del músculo de la inteligencia y procesarse sin dificultad en cualquier cajero automático de la red de pensamiento público. Cuando Lamborghini es una marca de autos y Bullrich es una marca de libros, todo entendimiento se ve facilitado, una palabra conduce a la otra y no a cualquier parte, a la vez que el lector encuentra por fin en el texto ese preciado alivio que fue a buscar. La profusión culturosa de elucubraciones poéticas, las citas de Aristóteles y Pynchon para explicar el significado de un dolor de muelas y otras rebuscadas referencias son un pasto sólo digerible por las fieras desahuciadas, más muy inoportunas metodologías para concretar negocios del sentido.
El fervor de Buenos Aires se viste de espectáculo gratuito, es como una playa quemada por el asfalto caliente. Las historias transitan tan veloces e impacientes como los autos, los sentimientos colisionan por doquier pero nadie tiene seguro contra terceros en caso de daños sentimentales. Una tarde de agosto en una confitería de Barrio Norte es como cualquier tarde del mundo. Hay una mesa junto a una ventana que él elige porque un rayo de sol ilumina justo esa servilleta. Se sienta y deja volar su imaginación como si viajara a través de alguna aerolínea privatizada mientras sus ojos sólo divisan ansiosos la puerta de cristal. En cada mujer que ingresa él se fabrica una historia. ¿Serán esos ojos fríos que ve llegar apresurados? ¿Esas piernas ferruginosas que asoman tras aquella falda insinuante? Por el parlante de la confitería se deja oír mientras tanto, entre el olor del café y las voces de conversaciones agitadas, aquello de...
"Feelings, nothing more than feelings....Trying to forget my feelings of love.."
Aunque la canción también por momentos se apaga y se oye un hermoso "...tres diecinueve para la compra y tres veintidós para la venta...."
De pronto él ve que una discreta mano abre la puerta, entonces enfoca sin miedo su rostro y toda duda se despeja, se trata de la sonrisa que buscaba, el brillo de los mechones dorados soñados, no puede equivocarse, dentro de ese tailleur bordó de distinguida factura está contenido el objeto de su espera.
- ¿Sabrina? - pregunta él disimulando su deseo ferviente de que sea cierto...
-¿Siiiii?, ¿vos sos Conrado? - responde ella, con una dulzura propia de una miembro de la Fundación Von Hayek.
Después de compartir los saludos de rigor ambos se encuentran en la coqueta mesita frente a frente y charlan de cuestiones rutinarias. El mozo se acerca.
-Si, por favor mozo- toma la iniciativa Conrado- podrían ser dos tasas de retorno de café con leche?....y con baja carga impositiva de edulcorante por favor...
Después ya Conrado, un poco más relajado se anima a decirle:
- No sabés a cuanto cotizaba mi espera....estaba a punto de generar una inflación de la ansiedad por aumento de la demanda...Y ahora que te veo, así, siento que sos un producto tan Premium como te imaginé...
Sabrina, muy halagada, se anima replicar muy segura de si misma:
- ¿Siiii?, ¿que bueno!, la verdad te confieso que no pensé que tu empresa personal fuera a cotizar tan bien en la bolsa de los hombres apuestos...
A lo que Conrado, muy sorprendido, no pudo más que sentirse estimulado para mostrar sus atrevimientos poéticos.
-Bueno…Y que decir de tus ojos que desatados del dirigismo estatal parecen aumentar el empleo de mi alma...te miro y todo se ilumina, como si una empresa de pronto pudiera reducir a la mitad su personal, eludir sus impuestos, quitarse las mochilas de los gastos superfluos y hacerse ágil como una gacela a la vez que tan feroz y agresiva como un tigre del sudeste asiático…
Llega el mozo y sirve, primero vierte el café y luego la leche en la taza de Sabrina, con tanta torpeza que la hace rebalsar. Conrado, ni corto ni perezoso aprovecha:
Llega el mozo y sirve, primero vierte el café y luego la leche en la taza de Sabrina, con tanta torpeza que la hace rebalsar. Conrado, ni corto ni perezoso aprovecha:
- No es nada, siempre es bueno ver en la práctica verificada la teoría del derrame....
Pasan los minutos, hay menos gente ya y la conversación se hace fluida. Una corriente de espontánea afinidad va creciendo como la confianza hace crecer las inversiones de capital, es como si se conocieran de toda la vida, hasta coinciden en haber comprado acciones de la misma empresa. Y ahora el silencio deja oír con nitidez aquello de...
"Feelings…nothing more than feelings....Trying to forget my feelings of love.."
Y finalmente, como el producto de la genuina ambición de lucro sentimental liberada de todo intervencionismo, la mano invisible de Conrado se acerca casi imperceptiblemente a la de Sabrina y ambas se estrechan. Sobre el mercado de sus sentimientos se produce un milagroso equilibrio romántico; la ley de la oferta y la demanda confluyendo en su más pura expresión que es la transacción de un beso. ¿Alguien pudo detener el fluir de la libertad de mercado? ¿No era esto una demostración viva del poder fulgurante de la iniciativa privada que puede tanto mover los más sanos y genuinos sentimientos? En ese momento ambos supieron que lo que había escrito Wenceslao Carrascosa Lynch en su novela "El amor tiene cara de liberal" no estaba para nada equivocado.
Pero un detalle imprevisto irrumpe en la matemática transaccional del flujo de acciones humanas. La pistola del marido de Sabrina, el coronel retirado Roberto Vázquez Maldonado carraspea hasta poner la bala en primer plano y comienza a estallar. Una bolita de metal quema la frente de ella, la otra se incrusta en la sien derecha de él, y tras perforar el vidrio cae mansa sobre la vereda. Es que el coronel nunca fue un verdadero liberal y desde ese día se convenció definitivamente de las incuestionables ventajas del dirigismo. Sobre la mesa, que parecía temblar todavía por la onda expansiva de los disparos y la sordidez del cuadro, quedó expuesta como al descuido la tapa del libro que traía Conrado cuyo título era ya a esta altura más que irónico: “El riesgo empresario”. Mientras tanto en la confitería, junto al espanto paralizante que atacó a todos los presentes, siguió sonando un poco eclipsado por el regurgitante sonido de la máquina de café Express el éxito de Morris Albert:
".... I wish I've never met you, girl.... You'll never come again...."
".... I wish I've never met you, girl.... You'll never come again...."
1 comentario:
Brillante el cuento Tino, me divertí como loco, que buena lección de liberalismo
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