Ningún tema me parece atinado para desviar la atención de una normalidad que parece transcurrir dentro de los carriles de un ferrocarril que conduce al infierno. Estimular los oídos de nuestros interlocutores con observaciones acerca de las enfermedades que aquejan a la realidad nos emparienta muy pronto con la deprimente actitud del histérico inconformista, del inadaptado patológico que suspira los desechos de sí mismo. Transmitir en cambio un mensaje de discreta aprobación optimista en nuestra forma de procesar los instantes implica ponerse al borde de la crédula ingenuidad. Pisotearse la reputación de buen alerta. Ser optimista es de algún modo ser un alegre inconsciente del desastre que ronda nuestras espaldas. La tragedia de la realidad no puede sernos indiferente, es un mandato básico de nuestra resistencia, del buen estado de mantenimiento de nuestra infraestructura existencial. Pero se necesita aprender a rebotar los espectros malignos, reflejar la mayor parte de la negatividad que nos apunta y evitar absorber más que unos segundos.
Hay momentos donde todo parece conectarse de una forma premeditada con la siniestra inconformidad que nos rodea. El nosotros es la vocación de compañía que pretende denostar la soledad, abolirla con facilidad. Para eso hay pequeños ejercicios que son efectivos. Ningún pozo y ninguna nube califica como intervalo de desconexión en un imperio espacio temporal que se devora todas las posibles pausas, ya que no se distribuyen intervalos, no aminora su respiración acecharte. Sin embargo no hay proposición posible si no se aprende a echar raíces en los hoyos caseros, en las cavernas de las cuentas regresivas.
La descompostura de los grandes temas políticos como esperpentos aceptados, tanto en su versión basurera local como de un escenario internacional no menos repugnante por la cantidad de sangre que se derrama aunque un tanto más discreto en sus expectoraciones. La política como sonámbula en el vacío de propuestas, de proyectos, de sueños capaces de resistir el congelamiento de la pura negación y excitar los buenos instintos sociales. Sólo se oyen gruñidos de dolor entre perros viejos y heridos, muecas de odio envejecido, atrincheramientos estériles, narcisismos de grupo, seudo-guerritas privadas basadas en la exacerbación de micro-conquistas mezquinas. Y todo lo Otro, lo que a veces nos ocupa en las inspiraciones de nuestra seriedad más decrépita, la cultura, la voz, el arte, resulta ser el opio de los maniatados.
Hay momentos donde todo parece conectarse de una forma premeditada con la siniestra inconformidad que nos rodea. El nosotros es la vocación de compañía que pretende denostar la soledad, abolirla con facilidad. Para eso hay pequeños ejercicios que son efectivos. Ningún pozo y ninguna nube califica como intervalo de desconexión en un imperio espacio temporal que se devora todas las posibles pausas, ya que no se distribuyen intervalos, no aminora su respiración acecharte. Sin embargo no hay proposición posible si no se aprende a echar raíces en los hoyos caseros, en las cavernas de las cuentas regresivas.
La descompostura de los grandes temas políticos como esperpentos aceptados, tanto en su versión basurera local como de un escenario internacional no menos repugnante por la cantidad de sangre que se derrama aunque un tanto más discreto en sus expectoraciones. La política como sonámbula en el vacío de propuestas, de proyectos, de sueños capaces de resistir el congelamiento de la pura negación y excitar los buenos instintos sociales. Sólo se oyen gruñidos de dolor entre perros viejos y heridos, muecas de odio envejecido, atrincheramientos estériles, narcisismos de grupo, seudo-guerritas privadas basadas en la exacerbación de micro-conquistas mezquinas. Y todo lo Otro, lo que a veces nos ocupa en las inspiraciones de nuestra seriedad más decrépita, la cultura, la voz, el arte, resulta ser el opio de los maniatados.
1 comentario:
Buéh.. . Me quedé como sin respiración.
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