Meses atrás recorría el centro de una ciudad argentina y tuve la idea justa para la solución de un problema doméstico: se me ocurrió que el regalo más apropiado para un amigo que cumplía años era un libro. Con la confianza a mi favor entré en una librería pequeña y me ubiqué para mirar el material distribuido en las mesas. Pasaron diez segundos y ya tuve la asistencia espontánea del vendedor con un puedo ayudarlo?, ah, para regalar a un amigo, ¿de qué edad? Ah, bien, de su edad y profesional, si. No hubiera esperado que sus palabras fueran tan previsibles y confirmaran las sensaciones que venía adjudicando más a mi intuición que a mis conclusiones racionales; de inmediato me fue ofrecido a modo de orientación todo el arsenal bien vendedor del momento. Primero la historia directa, el boom de la historia “diferente”: Pigna, O´Donnel, Hamilton, Lanata y otros. Luego una serie de novelas “históricas”, de esas que prometen revelaciones, intrigas, acertijos, secretos, enigmas, conjuras y ocultismos varios. Tiene Los Conjurados de Roma de no sé quién. Venía en una caja como de lata. No gracias, muy amable, más tarde paso…
El único atractivo sobreviviente que le queda al libro como producto de masas es la promesa de revelación, que le haga enterarse a su comprador-lector de algo que no sepa. En los 70 y 80 los libros de ficción eran la válvula de escape para el sexo, mientras no se podía mostrar ni una teta en TV y en el cine para entrar a ver el culo de Susana Gimenez pedían certificado de servicio militar cumplido, se leían un libro de Asís, Medina, Robbins o algún otro chanchito local o extranjero y se podían regodear en secreto con polvos y fellatios profusamente narrados. Hoy el sexo está hasta en la sopa, por lo que el objeto libidinal ha mutado; lo que atrae son los grandes secretos ocultos de la historia. Porque en definitiva todo libro para ser apetecible debe mostrar sutilmente que guarda un secreto o simplemente no existe. Que digan algo que no sepa; que Jesús era gay, que todo el universo está regido por el Número Secreto de los Templarios De La Quinta Conflagración, que Colón no descubrió América, o que el Sargento Cabral era el amante secreto de Remedios de Escalada. Entonces tienen algo que contarle a algún amigo y sacar chapa de correctamente cultos che, leí en un libro que… Nadie resiste la tentación de enterarse que hay una teoría que dice que Adán era hijo de madre soltera o que los papas hicieron un pacto secreto en el siglo XI y la clave está guardada debajo de la estación Gerli del Ferrocarril General Roca. En este instante que usted acaba de leer este artículo habrá cientos o miles de escritores en el mundo masacrando letras para inventar acertijos descubiertos en los lugares más inverosímiles y en las épocas más exóticas.
Los secretos de la historia estuvieron siempre tan bien guardados que es ya una tradición popular tener que leer libros para develarlos. Y a diferencia del cine, en literatura armar historias de época no implica gastos de producción, salvo revolver un poco los archivos y las bibliotecas, cuesta lo mismo una historia del futuro inmediato, del presente o del pasado remoto, tan misterioso y enigmático.
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