Fue una noche que me quedé sin café. Recuerdo que por primera vez sentí la inundación de una fiebre líquida. Se llenó mi habitación de olas y me volví una flotadora. En cuanto pude secarme escribí un poema, al que sólo me animé a leer después de varios días de avergonzada negación:
La palabra
es la masacre del silencio
La escritura
el aniquilamiento del rostro
y siempre
una confirmación irrevocable
Me consagro a la confusión
mi cuerpo
es una siembra de vapores
que pide regar y ser regado
exige confesión
y me cuenta sus horrores
Lo absuelbo
seré capaz de lamerle las heridas
de hacerme cargo de sus grietas
de su voz de aurora boreal
de sus lomas con pinares
Sin la punición
soy el defecto
En la arena
estoy inmóvil
siento que me queda
todo por nacer
Soy el rayo
una merienda del espejo
un feto en fetas
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