El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

mayo 25, 2007

El menor de los análisis IX

Pareciera que en lo social y en lo político actuar nos introdujera siempre en un error, en una redundancia equívoca. Actuar sería ya un error en si mismo y sólo quedaría para ser consecuente con algún ideario adoptar posturas prescindentes o pasivas como apartarse, observar, negar, gritar, señalar, patalear, abjurar. Pero la negación es una acción incompleta en tanto estéril;aborta toda descendencia en cuanto acaba. Su efecto reproductor es nulo, se licua a poco de andar, por más que sume voluntades es una energía en fuga hacia el vacío, no construye nada nuevo, sólo deja espacio en blanco que tarde o temprano es ocupado por lo negado. La negación acaba por alimentar a lo negado.


Muchos se suman a la idea que negar es una forma de actuar, pero creo que sólo puede ser un mero preámbulo de toma de conciencia y nunca una acción ya que ésta debe entenderse como la encarnación en coducta de una idea propia. Para la gestación de nuevas ideas se necesita como paso preliminar realizar actos de negación, romper con firmeza inercias de aceptación adheridas, pero a partir de allí la negación debe ser abandonada, avasallada por la creatividad o sólo conducirá de vuelta al origen.


Es cierto que actuar implica someterse de algún modo a las reglas impuestas por lo establecido, y por lo tanto implica un grado ostensible de complicidad, pero la trama de todo cambio se nutre de un necesario estado previo de complicidad que es oportuno traicionar como único medio de transformación. Para cambiar un sistema imperante, por ejemplo, debemos ser parte de él y traicionarlo. Todo cambio es una traición a lo existente. La capacidad revolucionaria del pensamiento se mide en la capacidad de traición, no en la supuesta pureza ni en la construcción de demonios; por ejemplo: no es revolucionario quién se sólo se preocupó por nunca ser burgués para mantener su pureza, sino quién es todo lo burgués que sea necesario pero es capaz de traicionar su burguesia con la mayor de las convicciones
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3 comentarios:

Isabel dijo...

Es uno de los comentarios más revolucionarios que he leído últimamente. El sentido del uso de la traición para alentar el progreso es realmente impresionante, cuando la traición es uno de los grandes contravalores sociales. Sin embargo, quizá es lo que necesitamos, algo menos de este conformismo que nos aletarga y unas pocas ideas devastadoras más.

lunanueva dijo...

Mmm... No sé, Julio. "Traición" implica adhesión, y realmente no creo que se verifique que todo cambio es una traición a lo existente. A veces sí, pero no todas las veces. No siempre se cumple que el revolucionario haya adherido a algo como requisito para poder cambiarlo. Sí comparto la idea de que la traición es un camino legítimo cuando la convicción de cambiar lo pide. Claro que depende de qué estemos hablando, pero en líneas generales, me parece que el estado previo de complicidad no es inevitable, simplemente ciertos estados de cosas existen, más allá de la voluntad, y luego existe la voluntad de cambio. Pero en tal caso, no habría complicidad, ni por lo tanto traición.

Tino Hargén dijo...

Luna
Me refiero a que hay complicidades imposibles de evitar, puesto que el ser humano nace con ellas, la cultura que nos moldea es preexistente a nosotros y es una fuerza que nos deja inevitables huellas y adhesiones que no nos podemos quitar a menos de romperlas o traicionarlas en algún momento. En ese sentido uso el término traicionar; somos muchas cosas que heredamos y que en primera instancia sentimos como naturalmente propias, y toda transformación sobre ellas implica un grado de traición. El proceso de afirmación de la existencia siempre se define por esa tensión entre lo que somos producto de lo nos fue impuesto y de lo que logramos recrear a partir de la propia reelaboración y transformación.