El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

febrero 09, 2007

El menor de los análisis VII


La compulsión a la cruz



Todos los principios tienen oposición, ninguno gobierna despóticamente la realidad, ninguno está solo en este mundo, todos deben convivir.


En la medida que los principios -filosóficos, morales, ideológicos- se socializan, pierden su condición absoluta. La socialización es una funcionalización, una puesta en práctica que los saca del aislamiento en el cual fueron generados, del microcosmos filosófico artificial que cobijó el acto de su enunciado, y los ubica en un terreno donde se ven forzados a la convivencia. Toda definición de un concepto implica un aislamiento artificial de ese concepto, que en el campo del discurso es eficaz en tanto argumento. Pero esta artificialidad básica del aislamiento del concepto se destruye en su puesta en escena donde la naturaleza es gregaria tanto para los seres reales como los ideales. No hay principios absolutos sencillamente porque lejos del espacio ideal hay un impedimento físico para que cada uno pueda serlo. En esta imaginaria comunidad conceptual los principios se entrecruzan todo el tiempo, puros encontronazos de entidades ideales no nacidas para vivir inmersas en la relatividad de la confrontación, y que deben adaptarse a este habitat tan dificultoso para resolverse.

En el campo ideal del discurso todo principio conceptual goza de una aparente “libertad individual” lograda al fuego de un puro voluntarismo semántico, de un espacio reservado a si mismo que nos hace creer que puede andar alejado de cualquier intromisión con solo proponérselo. El discurso en ese caso es un paraíso; pero ni las personas, ni los hechos ni los conceptos socializados gozan de esta prerrogativa.

Las doctrinas sociales y políticas, cuando no filosóficas, han tratado siempre de establecer jerarquías a partir de esta aparente emancipación de los principios. Es que los principios se han usado siempre por los líderes políticos como herramientas para convocar a los comportamientos sociales a favor de una determinada intención. Que poco convocante sería un discurso de tribuna que en vez de presentar la guía emocional de unas pocas unidades de concepto como Libertad, Igualdad o Justicia, quisiera ofrecer en cambio una explicación acerca de un entramado complejo y contradictorio de ideas donde la nobleza de cada término se contaminase embebida en un enjambre de relaciones.

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