Una red es aquello que sin destruirnos nos atrapa, que frena nuestra caída pero nos priva de nuestra libertad.
Al libro se lo cría como tesoro; es la palabra bajo control, vencida, entregada, convertida en esclava de nuestros deseos. La palabra en pantalla, en cambio, luce como farsa bien presentada; su verosimilitud está siempre en litigio. Se trata de una compleja trama de procesos foráneos que nos sonríen bien iluminados y casi con sorna nos dicen “se mira pero no se toca”. Una pantalla es ajenidad, podemos tocar su cristal líquido pero luce repelente, extraño, huidizo, apenas se repone a cada segundo de transitoriedad y puede no volver a encenderse jamás. El libro es una posesión segura; la puedo esconder, la puedo proteger de la humedad y de los ladrones y llevármelo a los ojos. La pantalla es apenas una oferta, un servicio de demostración adquirido por un tiempo inseguro, un permiso provisorio de observación.
La literatura es aquella madre que se saca la palabra de los ojos para dársela a sus hijos.
2 comentarios:
Y agrego a tu lista, con la que coincido plenamente, la imposibilidad de quedarse dormido con la pantalla en la mano, de dejar que los ojos se cierren mientras sostenemos un libro como si fuera un peluche de papel.
Es verdad, ni la portátil puede reemplazarlo en eso, Silvia. Y ahora me acuerdo de que Benjamin hizo una lista de similitudes entre libros y prostitutas, empezando porque los dos se pueden llevar a la cama. Además, como decís, Tino, lo que la pantalla sostiene es siempre provisorio, palabras titilantes amenazando con tomárselas. Y me encantó la última frase. Besos.
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