Breves descripciones de un escenario ajeno a cualquier coincidencia con la realidad argentina.
El periodismo notero no deja un solo día ni una hora de luchar su empinada batalla contra la inteligencia. Destroza sentidos comunes, viola los hálitos vitales de cualquier verdor primaveral que nuestras reservas de fervor iluminista puedan cultivar. Le han declarado la guerra a la mínima expresión del pensamiento y amasijan la palabra en su sudor evaporado de urgencia, bajo la presión de la necesidad de marearse en una drogadicta repercusión popular; en el cumplimiento de las exigencias laborales que sostienen a los medios dispuestos a licuar escrúpulos a cada segundo. Cada periodista que abre su bocaza risible en televisión parece tragarse el aire al hablar, como si estuviera apuntado por una pistola a punto de volarlo de la civilización tras un instante de debilidad exitosa. Mientras, la violencia y la defragmentación crecen hasta calcificarse, la aceleración de comportamientos primitivos nos acercan al siglo diecinueve y amenaza convertir a la sociedad en una carnicería colectiva sostenida por las exportaciones agropecuarias, provenientes de un sector productivo que, por ejemplo, para rendirle un homenaje a la paradoja, hace huelga, como si fuera una broma siniestra del realismo mágico, justo en el momento en el que recogen el dinero a granel como el cereal que vuelcan en las tolvas, y los valores de sus verduscas hectáreas, otrora despreciadas por el neoliberalismo, trepan en dólares hasta cifras delirantes y juegan de igual a igual con los valores inmobiliarios de las islas del Mar Egeo, otrora buscadas por los magnates. Es que esta Argentina parece haber liberado o redescubierto su pasión reprimida por el homicidio como divertimento, tal vez se trate de resabios de un canibalismo filogenético que retorna desde la noche de los tiempos, entre estacas de la memoria colectiva grabada a las brasas de grotescas mazorcas y desapariciones forzadas. Su insolidaridad y su desprecio por el semejante se hacen pavos de todas las bodas. La escena social se va materializando hasta definirse por cansancio: se matan jóvenes a palos y trompadas como moscas, hay cada vez más horrendos crímenes pasionales, ajustes de cuentas y saldos pendientes, ejecuciones en atracos urbanos por doquier, flagrantes violaciones de niñas y discapacitadas; sobrevuela un estado emocional desquiciado siempre al borde de la agresión fatal por cualquier minucia capaz de desatar la peor de las pasiones desmedidas. Adornando este paisaje al borde de un ataque de nervios, aparece siempre el manto institucionaloide y farsante de un sistema que todavía conserva su viejo apodo de “justicia”, más parecido a un circo grotesco hecho para justificar cualquier crimen y ensañarse con los deudos de las víctimas. El mejor festival de humor popular de fin de año son los chistes sobre Norita Dalmasso, cuyo asesinato sexual devora la fruición del entretenimiento, al tiempo que vuelan cuernos, exámenes de ADN, manchas de semen mezclado con vaselina y gel de preservativos. Los asesinatos en Argentina son antes que nada un gran entretenimiento, a tal punto que se prevé que el nuevo éxito de Tinelli será “Asesinando Por Un Sueño”. Lo que le pasa al Otro en Argentina se vive como una fiesta si es trágico -puesto que le pasa al otro- o como una tragedia si es feliz -porque genera resentimiento y odio- pero no pertenece a nuestra realidad, nuestro individualismo fratricida se basa en la negación de la pertenencia social de cualquier cosa que nos pase a centímetros pero que no nos alcance. Y matar en Argentina se parece cada vez más a una mera infracción de tránsito entre el sonar de cumbias y hip-hops alusivos, y alguna condenita fácilmente reductible ante la falta de convicción de condenar, toda vez que cualquier castigo parece excesivo para crímenes de tanto arraigo popular. Una sociedad que fue y es tolerante con el acto de quitar la vida porque en el fondo siente que los asesinos no son tan malos, en tanto se parecen demasiado a nosotros mismos. Los intelectuales siguen mirando para otro lado, anclados en una bendita corrección política izquierdosa, y atemorizados de perder las adhesiones blandas de los revoltosos de moda, tan necesarias para mantener la estética empleadora del alineamiento en el vacío. Siguen creyendo en que la devaluación de la sangre, que se abarata día a día en el mercado a causa de su derrame facilista y gratuito, contribuye a algún tipo de contracultura masoquista a la que nunca debemos cuestionar, mientras podamos pasearnos por los templos de la “Actitud Buenos Aires” que nos asegura que somos los afrancesados de Latinoamérica. Otra fotografía puntual muestra una horda de exaltados que queman un vehículo policial. ¿Acaso se trata de trabajadores explotados que hastiados de su situación hacen justicia por su propia mano? ¿De hambreados por alguna hiperinflación o guerra? ¿De marginados raciales colmados por la discriminación? No, se trata de un resultado adverso de fútbol de la primera B metropolitana, algo así como la tercera división de nuestro fútbol, lo que motiva una reacción ciega y enloquecida comparable al estallido de las favelas en Río de Janeiro o los ghettos islámicos en París. Ni siquiera un hecho tan oscuramente administrativo como puede ser la salida del director técnico de San Lorenzo es posible sin un halo de opiácea violencia barnizada por el odio, donde la lucha se establece entre una parcialidad desbocada y un ex ídolo deportivo ensoberbecido que se atrinchera tras su contrato para poder sobrevivir haciendo un buen negocio. También se puede entrar a comprar yerba a un supermercado chino de José C. Paz y estar al borde de la muerte porque tres policías federales creen que allí van a dar el gran golpe, como si en esa miseria de las ambiciones y la imaginación delictiva se evidenciara aún más -en carne viva- la brutal degradación de la sociedad.
En Argentina, en todas partes puede ser Irak.
2 comentarios:
Joder. Joder, Tino.
Hola Puck, gracias por leer, por apreciar mis textos en tu blog, y por participar con tus comments.
En 24 horas ya hay más: agregar una madre y una hija muertas a golpes de cortafierro, un comedor social que termina con su dirigente casi quemado vivo por una sustancia desconocida -faltó que le tiraran con Polonio- y la frutilla del postre que es que ya venden remeras con la leyenda "Yo no estuve con Norita" ( ver Perfil web )
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