Hace poco Ernesto Mallo en Nación Apache citaba a Joseph Conrad, quién en su novela "El corazón de las tinieblas", a través del personaje del Coronel Kurtz, afirmaba que el poder dependía del horror que uno fuera capaz de inspirar. Como la idea me parece ajustada, en primera instancia la traslado de escala y me pregunto: poniendo aparte los horrores en los cuales podemos reconocer a un responsable humano, intencionado y concreto ¿que hay de ese horror asignado en la forma de los accidentes por ejemplo? ¿Es sólo un mensaje más de nuestra vulnerabilidad como mera especie zoológica del planeta o serán mensajes de reafirmación del poder de alguna fuerza creadora o rectora universal inmanente?
Puede objetarse que la mención especial de los accidentes como ejemplo de suceso determinado por un poder dominante no es del todo coherente ya que si hablamos de poderes universales -teológicos o no teológicos- se supone que todos los horrores, aún los producidos por conductas humanas intencionadas como el de las guerras, debieran estar bajo su dominio. Pero al nivel del microcosmos referencial de la vida cotidiana los eventos azarosos tales como los accidentes domésticos o las tragedias naturales son los que principalmente producen esa anonadante sensación de absurdo en tanto que aparecen ligados a una determinación desconocida. A la sensación de indefensión posterior común a todo suceso determinado por fuera del alcance de la propia capacidad individual de protección, se agrega la imposibilidad de contestación ante la carencia de un destinatario preciso a quién responsabilizar por la arbitrariedad. Así fue, por ejemplo, que Jean Paul Sartre, al enterarse de la muerte de Albert Camus en un accidente de auto en una carretera francesa, la llamó “una muerte absurda”. Las muertes debidas a alguna causa ostensible, al menos políticamente evidentes, no es que dejen de ser absurdas, sino que ajustan en la asignación de razones lógicas que fácilmente administramos; responden a nociones derivadas de pasiones humanas reconocibles aunque detestables como la ambición infinita de poder o la sed asesina por la supresión del otro, lo que las hace explicables. Es que todo lo encaja en los moldes de los pensamientos y creencias establecidos tranquiliza, aunque sea la peor de las tragedias, en tanto se puede canalizar en alguna dirección la ira, el miedo, la aceptación o la rebeldía. En cambio el accidente nos desconcierta como una contingencia meramente lúdica de una física social carente de alineamiento conceptual alguno.
Ahora bien, el accidente con consecuencias injustas y absurdas, ¿es prueba de la falta de un poder racional, o la afirmación de un poder que envía mensajes de horror precisamente par dar cuenta de si mismo?
Desde una mirada teísta, tal vez pueda verse como una forma de expresión de un mensaje de afirmación y vigencia dirigido a aquellos que adhieren a posturas agnósticas y se regodean en la posibilidad de sus libertades y potencias; y que se manifiesta en escenas donde el reparto del horror es tan cruel que hasta parece sádico, como cuando vemos en una ruta niños destrozados en un ómnibus estrellado contra un camión. Porque si, porque les tocó. Tal vez los poderes universales existan, pero no sean absolutos aunque presuman de ello. Y sus actos no sean más que un grito despechado de afirmación frente a la impotencia. Imposibilitados de asignar alguna justicia como la de castigar a los malos y premiar a los buenos, ya que no pueden ir en contra de las evidencias, optan por hacerse presente de ese modo.
Desde una mirada naturalista y racional, tal vez estos sucesos sean nada más que pruebas de la que la calidad superior de la especie humana respecto de todas las demás especies animales, se basa sólo en el poder de una estructura de ficción construida a partir de su capacidad de producción, más no en el dominio de razón alguna sobre los instintos puros de la naturaleza. ¿No produce horror ver una gacelita destrozada por un león? Nos produce horror a nosotros, pero la gacela madre sólo reacciona con su instinto de preservación ante lo inevitable. El horror no es compatible con el instinto, su esencia es completamente ajena a él, el horror como sentimiento es un producto típico de la cultura humana porque necesita de una ilusión previa de armonía. El horror es ante todo un brutal desengaño, que se produce cuando el ser humano confía en que el mundo puede estar hecho a imagen y semejanza de sus mejores ficciones de felicidad. En definitiva, el sufrimiento del horror alcanza su punto máximo cuando da cuenta en un instante de que tras el quiebre de esa fachada civilizada que decora la superficie de su entorno, emerge su monstruosa condición de animalito humano.
El hombre sería así un animal cualquiera con condiciones excepcionales de productor que por ello pudo imaginar que podía ser algo mejor. Y la cultura sería nada más que la escenificación del sueño que tuvo el animal humano; precisamente ese en el que soñó que dejaba de ser animal.
Puede objetarse que la mención especial de los accidentes como ejemplo de suceso determinado por un poder dominante no es del todo coherente ya que si hablamos de poderes universales -teológicos o no teológicos- se supone que todos los horrores, aún los producidos por conductas humanas intencionadas como el de las guerras, debieran estar bajo su dominio. Pero al nivel del microcosmos referencial de la vida cotidiana los eventos azarosos tales como los accidentes domésticos o las tragedias naturales son los que principalmente producen esa anonadante sensación de absurdo en tanto que aparecen ligados a una determinación desconocida. A la sensación de indefensión posterior común a todo suceso determinado por fuera del alcance de la propia capacidad individual de protección, se agrega la imposibilidad de contestación ante la carencia de un destinatario preciso a quién responsabilizar por la arbitrariedad. Así fue, por ejemplo, que Jean Paul Sartre, al enterarse de la muerte de Albert Camus en un accidente de auto en una carretera francesa, la llamó “una muerte absurda”. Las muertes debidas a alguna causa ostensible, al menos políticamente evidentes, no es que dejen de ser absurdas, sino que ajustan en la asignación de razones lógicas que fácilmente administramos; responden a nociones derivadas de pasiones humanas reconocibles aunque detestables como la ambición infinita de poder o la sed asesina por la supresión del otro, lo que las hace explicables. Es que todo lo encaja en los moldes de los pensamientos y creencias establecidos tranquiliza, aunque sea la peor de las tragedias, en tanto se puede canalizar en alguna dirección la ira, el miedo, la aceptación o la rebeldía. En cambio el accidente nos desconcierta como una contingencia meramente lúdica de una física social carente de alineamiento conceptual alguno.
Ahora bien, el accidente con consecuencias injustas y absurdas, ¿es prueba de la falta de un poder racional, o la afirmación de un poder que envía mensajes de horror precisamente par dar cuenta de si mismo?
Desde una mirada teísta, tal vez pueda verse como una forma de expresión de un mensaje de afirmación y vigencia dirigido a aquellos que adhieren a posturas agnósticas y se regodean en la posibilidad de sus libertades y potencias; y que se manifiesta en escenas donde el reparto del horror es tan cruel que hasta parece sádico, como cuando vemos en una ruta niños destrozados en un ómnibus estrellado contra un camión. Porque si, porque les tocó. Tal vez los poderes universales existan, pero no sean absolutos aunque presuman de ello. Y sus actos no sean más que un grito despechado de afirmación frente a la impotencia. Imposibilitados de asignar alguna justicia como la de castigar a los malos y premiar a los buenos, ya que no pueden ir en contra de las evidencias, optan por hacerse presente de ese modo.
Desde una mirada naturalista y racional, tal vez estos sucesos sean nada más que pruebas de la que la calidad superior de la especie humana respecto de todas las demás especies animales, se basa sólo en el poder de una estructura de ficción construida a partir de su capacidad de producción, más no en el dominio de razón alguna sobre los instintos puros de la naturaleza. ¿No produce horror ver una gacelita destrozada por un león? Nos produce horror a nosotros, pero la gacela madre sólo reacciona con su instinto de preservación ante lo inevitable. El horror no es compatible con el instinto, su esencia es completamente ajena a él, el horror como sentimiento es un producto típico de la cultura humana porque necesita de una ilusión previa de armonía. El horror es ante todo un brutal desengaño, que se produce cuando el ser humano confía en que el mundo puede estar hecho a imagen y semejanza de sus mejores ficciones de felicidad. En definitiva, el sufrimiento del horror alcanza su punto máximo cuando da cuenta en un instante de que tras el quiebre de esa fachada civilizada que decora la superficie de su entorno, emerge su monstruosa condición de animalito humano.
El hombre sería así un animal cualquiera con condiciones excepcionales de productor que por ello pudo imaginar que podía ser algo mejor. Y la cultura sería nada más que la escenificación del sueño que tuvo el animal humano; precisamente ese en el que soñó que dejaba de ser animal.
1 comentario:
A mí me parece que las muertes gratuitas o absurdas no vienen a romper ninguna armonía. Hace ya mucho tiempo que el hombre no es "bueno". Ninguna bestia cuadrúpeda es capaz de torturar o concebir campos de concentración. En tal sentido... ¿absurda? Quizás para Sartre no fueran absurdos los juicios en la URSS y el trato que se daba a los enemigos del régimen. Como dice Freud en el malestar de la cultura (cito libremente): "cuando los comunistas hayan terminado con los burgueses... ¿con quiénes seguirán?" (con otros comunistas, responde la historia)
Hay en esa frase de Freud, y en todo el texto, un desencanto fundamental respecto de las posibilidades del hombre de convivir con otros pacíficamente. Siempre surgirá lo belicoso y la crueldad. El paraíso en la tierra no es sólo que no exista, más bien nunca existirá. Es una ficción malintencionada.
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