“Como todos los días en los que tu talco acaricia mi piel sedienta de aires viciados, experimento sensaciones delgadas, afinadas, que me incitan a una urgente rectificación de conclusiones”
Malcriar la culpa en tu microcentro es perderse, hacerse encima sin haber comido. El eructo como relación diplomática universal, el mamotreto como treta de la escala. Uno colecciona numerosos volúmenes de incertidumbre, respirar muy seguido es estar contestando ofertas de traiciones, o soñar con alquilar ataúdes con aire acondicionado, o salir a sabotear el infinito lugar de la pequeñez, la mala educación de un gusto que se degrada con las disculpas del caso. Me propuse explorarte exento de ansiedad para nunca jamás negociar el dominio de la sonrisa, ni reconocer a todos tus hijos indeseables que se hacen querer como unos imbéciles.
El canje de riesgos es una ley que rige inevitable, y por toda ternura agasajante se cuela un delgado hilito de genuflexión. Me fascina el estruendo de la multitud lubricando galopes humeantes y frenadas vidriosas. Un medio tan acostumbrado a lucir sus heridas que hasta a luz del sol gratuito la educan para exigir recompensas públicas. En la velocidad de las caminatas se van desnudando esas calles arropadas con sábanas somnolientas que envuelven pizzas indigeribles y abrigan furtivas apologías del delito sentimental. Hay que ir acelerando sin que nada turbe la célebre magia de tus guiños nerviosos, de las sirenas que explotan al pisar huellas, porque el secreto es que en cada baldosa se esconde un espectáculo.
La tos urbana afina en cualquier tonalidad. Sólo se necesita esa capacidad que tienen los atormentados para nunca creerse que la propia desgracia es justa. Tantos rostros para descartar de inmediato, para renovar las provisiones en horas y observar que todos patinan inverosímiles sin resistirse y no sangran de colapso, no se aniquilan en su propia y entintada letanía. Es como un milagro de reproducción; simiente de cerdos en suspensión lechosa para embarazar puertos, una inseminación artificial de cruceros.
Las hormonas veteranas se apunan en las alturas de los corrosivos cibercafés. Mausoleo y burdel. Púlpito y pulpería. Desnudas cabinas de comando que derriten lejanías para luego envasarlas al vacío y volverlas virulentas. Una peste vehicular que no deja adherencia sin aprovechar, el carbón molido en sudor de nieblas indecisas, una maldita compañía que no cesa.
3 comentarios:
Extenuante. Gracias por el paseo, me bajo acá (me encantó, Tino).
Gracias, es usted muy amable Vero!!!
Como sabrás, esa prosa extenuada al borde de la poesía, me tienta, siempre me tienta, compartimos proyectos arrítmicos, Tino.
Un abrazo
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