Como no entenderlo.
No es una apertura de las cerraduras del cielo, es un fiasco. Viene precedido de una fama inmerecida. Eso como esa solemne y herrumbrosa soledad cuya máxima ambición transformadora puede ser salir y saludar al portero o al vecino, tan pobre e inútil que no soporta siquiera imaginar alguna fantasía macabra, meterse en su casa y asesinarlo, excitarse, atarlo a la cama y romperle la cabeza. Saber la imposibilidad del contacto, lo aplastante de una interacción quimérica. Escarcha, frío, lejanía, incomprensión, ganas de agarrar al que pasa por la calle y apretarle el cuello mientras le gritás que te mire, que repare en vos, que se interese por conocer tu imperdible historia.
Una cosa es la soledad y otra el anonimato. No estaba triste ni sólo, más bien alegre y acompañado, con toda la contención. No se trata de contención sino de reflejo. No se trata de alegría sino de celebración. Son esos días que puteás a tu madre por haberte hecho tan correcto, tan falto de ese combustible vítreo capaz de sostener alguna perversión, por evitar el miedo que te aniquila las peores intenciones. Darías la vida por unos kilos de presión que te haga verosímil alguna configuración del reviente. Ser capaz de salir a acumular víctimas, de conseguir con paciencia una cabeza para pisar. Configuraciones, modelos, ejemplos, de eso se debe tratar, se debe nacer con uno, ya está todo escrito en un libro que no tiene hojas, ya viene sin final la mierda, viene sin final feliz, viene con las hojas en blanco, las fotos veladas, los fotogramas oscuros, el sonido fallado. Todo es un aborto, un eclipse, una falla, una normalidad insana, apestosa, pero tu salud moral te asquea, te convence de la miseria de tu suerte.
Lo secuestró, nervioso, cagado de miedo, y a pesar de todo logró cumplir todos los pasos y meterlo en ese sótano. La planificación, como lo imaginaba, fue un placer exquisito, un regocijo insuperable de meses, eso le quedó siempre claro, je, fuera del acto todo es emborracharse de invulnerabilidad, je, comprar los elementos necesarios, conseguir el lugar. Pero entrar al acto, hacer, concretar, romper, meterse, eso amenazaba con ser el máximo dolor, la mayor tortura. Pero fue sorprendente hasta para él mismo la eficiencia que tuvo en la ejecución. Lo ayudó quizá una inesperada convicción de no tener nada que perder, una indolencia ante el riesgo físico de la cual que jamás presintió ser capaz.
Al secuestrado lo seleccionó con cuidado, buscó un tipo culto, mayor, periodista famoso, y encima con fama de buen tipo. No valdría la pena hacerlo frente a un hijo de puta, no se trata de venganza ni de justicia, se trata de acción, de percusión, de editar ciento veinte mil ejemplares de tu día, de obtener los cuarenta puntos de rating con tu aliento de la mañana. Comprarse todos los primeros planos, acaparar la configuración del interés, que sea tu cara la que asfixia las miradas, que el recuerdo de tu primer día de clase pase a ser de interés público. Había guardado una frase que recordaba del taller, no de un taller literario sino de uno mecánico cuyo dueño tenía una hija poeta. “Un rostro puede ser tan poderoso que es capaz de cortar los espejos con su reflejo”. Le quedó, le quedó esa frase, y un poco eso, quería que a ese tipo se le rajaran las córneas de tanto mirarlo a él, porque tendría la obligación de mirarlo aparte de oírlo. Que le quedaran las retinas fatigadas de ver siempre lo mismo, hasta que sus neuronas grabaran ese rostro a fuego en su memoria, que al verlo por la calle lo reconocería siempre, que bastase con que le pusieran un lápiz y un papel en la mano para que dibujase un identikit perfecto. Con gran honestidad y sentido de la solidaridad le informó la verdad, la que tal vez aliviaría un poco la angustia del secuestrado.
-Si por casualidad usted se llegara a escapar, yo no lo voy a matar porque no se que haría con su cadáver, no soy un enfermo previsible de esos que son capaces de descuartizar un cuerpo y sacarlo de a pedazos en bolsas de residuos. Por eso tomé muchas medidas de seguridad, digamos que lo até con elementos imposibles de evadir, y este lugar es realmente a prueba de ruidos y no hay forma de ser oído. Ahora si usted se escapa el que pierde soy yo… Y no me importa lo que diga, no busque complacerme, mi objetivo en esto no depende de lo que usted me diga, yo busco alguien como usted tenga que escucharme nada más que a mi durante 48 horas, hasta agotarlo, hasta que escuchar hablar de mi le parezca una tortura. Y sin embargo no es una venganza, esa es la forma de demostrarle nada más que soy novedoso…
El pobre periodista sólo balbuceaba apretado por las excesivas mordazas de tela.
-Me voy a desnudar…-prosiguió el secuestrador-
Se lo dijo mirándolo a los ojos. Y no se quitó ninguna prenda, sólo se puso a contar su historia, o cualquier historia, desde el más lejano de los comienzos y con una parsimonia narrativa exasperante, reparando en todos los detalles que su memoria podía alcanzar así en ese estado de violenta estimulación. Habló en sesiones de dos horas, descansaba un rato y volvía otra vez, así durante cuatro días. Hasta que hubo un momento como que sintió que el experimento se había agotado. Subió hacia la casa, abrió una lata de palmitos, otro gusto que inexplicablemente nunca se daba. Se los devoró en instantes, mezclándolos con cerveza y se sentó a resolver nada menos que el desenlace. Porque toda fiesta se aniquila en su final, toda sustitución de responsabilidad se agota y llega el momento de la decisión, de la llama que no ya no puede ser apagada, del golpe que no puede ser esquivado, de la atrocidad de la amputación y no del paliativo de la sutura.
Le preparaba las mejores comidas que podía: pollo, pizzas, empanadas, milanesas. Un mediodía después de compartir el almuerzo, mientras le apuntaba con la pistola por seguridad, lo dejó un rato más sin la mordaza para oírlo decir algo.
-Te voy a contar como pienso resolver esto…
Quería seguir pero no pudo evitar la catarata de palabras del secuestrado que sentía que podía ser su única oportunidad de ser oído y convencer a ese enfermo hijo de mil putas de dejarlo vivir.
-Mirá, si yo sé que vos no sos un delincuente, si vos me liberás te juro que yo no hago ninguna denuncia...aunque mi familia ya haya hablado con la policía te juro que confieso que no hubo ningún delito, que todo fue una confusión…si ni siquiera tienen que saber que estuve secuestrado, puedo decir que estuve perdido, con un ataque de amnesia...que se yo… total vos no llamaste a nadie de mi familia ¿no es cierto? …nadie sabe que pasó…aparte, si vos querés hacemos una nota en la revista, en la televisión, decimos que todo fue fraguado, no se, lo que vos quieras….
La voz le salía trabada, los labios y la boca hinchada de tanto morder las mordazas. Ni él mismo se creía que lo que decía podía convencerlo, y las palabras le salían apresuradas, redondeadas, casi deformes, pero era notable como sumaba uno a otros todos los argumentos posibles para que evitar que lo matara en los pocos segundos que lo dejaría hablar, y lo peor en esas circunstancias es que cada cosa que se dice es un error.
-Si, eso ya está pensado –interrumpió el secuestrador-, te dije que no soy un asesino, si hasta preparé un documento, un papel para que firmes que me libere de toda responsabilidad penal, pero después me di cuenta que no es tan fácil…
Ahí al periodista se le atravesó una aguja de tejer en la garganta.
-Si vos me traicionás –prosiguió- podés alegar que lo firmaste bajo amenaza, y cualquier juez te haría caso…
- No, no, no te voy a traicionar, vos te podés asegurar de todo antes, no……uuuuhhggg…ahhhh
Le apretó de nuevo las mordazas, esta vez un poco más violentamente, y se fue arriba, a la casa, y decidió que no volvería al sótano hasta la noche. Se oían los gritos retenidos, tal vez había sido un error haberle darle la chance de hablar, ahora el tipo sentiría que podría convencerlo y se desesperaría por gritar. Quería tomar la decisión sólo, sin dejarse influir. Y en el ahogo del paso del tiempo se empezó a ver nítido el empuje irreversible de que la mejor solución era un tiro; agarrar la pistola, bajar y como tantas veces había visto resolver, meterse en el más profundo silencio, apuntar y quemar. Lo peor de todo es el dilema moral, se rebelaba a creer esa mierda, esa mentira indesmentible, que todo momento crucial en la vida es una elección moral, que uno se pone a prueba de cuanto es capaz de pervertirse o de someterse al miedo, siempre se actúa por algún miedo, por algún puto terror, no puede ser, pero es, es así, una guerra de miedos, alguno vence o todo revienta, y si todo revienta es que algún miedo venció…Si, ya está. No se puede más. Pero tenía que estar preparado para el grito de no. Eso lo podía arruinar todo. Por más trapos en la boca que le pusiera, seguro que se iban a filtrar los alaridos en la desesperación final del periodista. Ignorarlo, hacer como que no existía, ningún sonido existiría, nada, ninguno, es de golpe.
El estampido de la bala ni siquiera atravesó el sótano tan inteligentemente preparado. Dos días después, la policía encontró la casa. El periodista aún con vida, casi desfallecido de la sed y todo lleno de escoriaciones en las piernas producto del intento de liberarse de las cadenas. El cuerpo del secuestrador caído, la sangre ya seca junto a algunos sesos que volaron para aterrizar cerquita. En definitiva, un caso más, por más extraño que haya sido, y que prueba que el suicidio no es acto de cobardía, tal vez sea sólo un exceso de ansiedad de quién no sabe esperar.
No es una apertura de las cerraduras del cielo, es un fiasco. Viene precedido de una fama inmerecida. Eso como esa solemne y herrumbrosa soledad cuya máxima ambición transformadora puede ser salir y saludar al portero o al vecino, tan pobre e inútil que no soporta siquiera imaginar alguna fantasía macabra, meterse en su casa y asesinarlo, excitarse, atarlo a la cama y romperle la cabeza. Saber la imposibilidad del contacto, lo aplastante de una interacción quimérica. Escarcha, frío, lejanía, incomprensión, ganas de agarrar al que pasa por la calle y apretarle el cuello mientras le gritás que te mire, que repare en vos, que se interese por conocer tu imperdible historia.
Una cosa es la soledad y otra el anonimato. No estaba triste ni sólo, más bien alegre y acompañado, con toda la contención. No se trata de contención sino de reflejo. No se trata de alegría sino de celebración. Son esos días que puteás a tu madre por haberte hecho tan correcto, tan falto de ese combustible vítreo capaz de sostener alguna perversión, por evitar el miedo que te aniquila las peores intenciones. Darías la vida por unos kilos de presión que te haga verosímil alguna configuración del reviente. Ser capaz de salir a acumular víctimas, de conseguir con paciencia una cabeza para pisar. Configuraciones, modelos, ejemplos, de eso se debe tratar, se debe nacer con uno, ya está todo escrito en un libro que no tiene hojas, ya viene sin final la mierda, viene sin final feliz, viene con las hojas en blanco, las fotos veladas, los fotogramas oscuros, el sonido fallado. Todo es un aborto, un eclipse, una falla, una normalidad insana, apestosa, pero tu salud moral te asquea, te convence de la miseria de tu suerte.
Lo secuestró, nervioso, cagado de miedo, y a pesar de todo logró cumplir todos los pasos y meterlo en ese sótano. La planificación, como lo imaginaba, fue un placer exquisito, un regocijo insuperable de meses, eso le quedó siempre claro, je, fuera del acto todo es emborracharse de invulnerabilidad, je, comprar los elementos necesarios, conseguir el lugar. Pero entrar al acto, hacer, concretar, romper, meterse, eso amenazaba con ser el máximo dolor, la mayor tortura. Pero fue sorprendente hasta para él mismo la eficiencia que tuvo en la ejecución. Lo ayudó quizá una inesperada convicción de no tener nada que perder, una indolencia ante el riesgo físico de la cual que jamás presintió ser capaz.
Al secuestrado lo seleccionó con cuidado, buscó un tipo culto, mayor, periodista famoso, y encima con fama de buen tipo. No valdría la pena hacerlo frente a un hijo de puta, no se trata de venganza ni de justicia, se trata de acción, de percusión, de editar ciento veinte mil ejemplares de tu día, de obtener los cuarenta puntos de rating con tu aliento de la mañana. Comprarse todos los primeros planos, acaparar la configuración del interés, que sea tu cara la que asfixia las miradas, que el recuerdo de tu primer día de clase pase a ser de interés público. Había guardado una frase que recordaba del taller, no de un taller literario sino de uno mecánico cuyo dueño tenía una hija poeta. “Un rostro puede ser tan poderoso que es capaz de cortar los espejos con su reflejo”. Le quedó, le quedó esa frase, y un poco eso, quería que a ese tipo se le rajaran las córneas de tanto mirarlo a él, porque tendría la obligación de mirarlo aparte de oírlo. Que le quedaran las retinas fatigadas de ver siempre lo mismo, hasta que sus neuronas grabaran ese rostro a fuego en su memoria, que al verlo por la calle lo reconocería siempre, que bastase con que le pusieran un lápiz y un papel en la mano para que dibujase un identikit perfecto. Con gran honestidad y sentido de la solidaridad le informó la verdad, la que tal vez aliviaría un poco la angustia del secuestrado.
-Si por casualidad usted se llegara a escapar, yo no lo voy a matar porque no se que haría con su cadáver, no soy un enfermo previsible de esos que son capaces de descuartizar un cuerpo y sacarlo de a pedazos en bolsas de residuos. Por eso tomé muchas medidas de seguridad, digamos que lo até con elementos imposibles de evadir, y este lugar es realmente a prueba de ruidos y no hay forma de ser oído. Ahora si usted se escapa el que pierde soy yo… Y no me importa lo que diga, no busque complacerme, mi objetivo en esto no depende de lo que usted me diga, yo busco alguien como usted tenga que escucharme nada más que a mi durante 48 horas, hasta agotarlo, hasta que escuchar hablar de mi le parezca una tortura. Y sin embargo no es una venganza, esa es la forma de demostrarle nada más que soy novedoso…
El pobre periodista sólo balbuceaba apretado por las excesivas mordazas de tela.
-Me voy a desnudar…-prosiguió el secuestrador-
Se lo dijo mirándolo a los ojos. Y no se quitó ninguna prenda, sólo se puso a contar su historia, o cualquier historia, desde el más lejano de los comienzos y con una parsimonia narrativa exasperante, reparando en todos los detalles que su memoria podía alcanzar así en ese estado de violenta estimulación. Habló en sesiones de dos horas, descansaba un rato y volvía otra vez, así durante cuatro días. Hasta que hubo un momento como que sintió que el experimento se había agotado. Subió hacia la casa, abrió una lata de palmitos, otro gusto que inexplicablemente nunca se daba. Se los devoró en instantes, mezclándolos con cerveza y se sentó a resolver nada menos que el desenlace. Porque toda fiesta se aniquila en su final, toda sustitución de responsabilidad se agota y llega el momento de la decisión, de la llama que no ya no puede ser apagada, del golpe que no puede ser esquivado, de la atrocidad de la amputación y no del paliativo de la sutura.
Le preparaba las mejores comidas que podía: pollo, pizzas, empanadas, milanesas. Un mediodía después de compartir el almuerzo, mientras le apuntaba con la pistola por seguridad, lo dejó un rato más sin la mordaza para oírlo decir algo.
-Te voy a contar como pienso resolver esto…
Quería seguir pero no pudo evitar la catarata de palabras del secuestrado que sentía que podía ser su única oportunidad de ser oído y convencer a ese enfermo hijo de mil putas de dejarlo vivir.
-Mirá, si yo sé que vos no sos un delincuente, si vos me liberás te juro que yo no hago ninguna denuncia...aunque mi familia ya haya hablado con la policía te juro que confieso que no hubo ningún delito, que todo fue una confusión…si ni siquiera tienen que saber que estuve secuestrado, puedo decir que estuve perdido, con un ataque de amnesia...que se yo… total vos no llamaste a nadie de mi familia ¿no es cierto? …nadie sabe que pasó…aparte, si vos querés hacemos una nota en la revista, en la televisión, decimos que todo fue fraguado, no se, lo que vos quieras….
La voz le salía trabada, los labios y la boca hinchada de tanto morder las mordazas. Ni él mismo se creía que lo que decía podía convencerlo, y las palabras le salían apresuradas, redondeadas, casi deformes, pero era notable como sumaba uno a otros todos los argumentos posibles para que evitar que lo matara en los pocos segundos que lo dejaría hablar, y lo peor en esas circunstancias es que cada cosa que se dice es un error.
-Si, eso ya está pensado –interrumpió el secuestrador-, te dije que no soy un asesino, si hasta preparé un documento, un papel para que firmes que me libere de toda responsabilidad penal, pero después me di cuenta que no es tan fácil…
Ahí al periodista se le atravesó una aguja de tejer en la garganta.
-Si vos me traicionás –prosiguió- podés alegar que lo firmaste bajo amenaza, y cualquier juez te haría caso…
- No, no, no te voy a traicionar, vos te podés asegurar de todo antes, no……uuuuhhggg…ahhhh
Le apretó de nuevo las mordazas, esta vez un poco más violentamente, y se fue arriba, a la casa, y decidió que no volvería al sótano hasta la noche. Se oían los gritos retenidos, tal vez había sido un error haberle darle la chance de hablar, ahora el tipo sentiría que podría convencerlo y se desesperaría por gritar. Quería tomar la decisión sólo, sin dejarse influir. Y en el ahogo del paso del tiempo se empezó a ver nítido el empuje irreversible de que la mejor solución era un tiro; agarrar la pistola, bajar y como tantas veces había visto resolver, meterse en el más profundo silencio, apuntar y quemar. Lo peor de todo es el dilema moral, se rebelaba a creer esa mierda, esa mentira indesmentible, que todo momento crucial en la vida es una elección moral, que uno se pone a prueba de cuanto es capaz de pervertirse o de someterse al miedo, siempre se actúa por algún miedo, por algún puto terror, no puede ser, pero es, es así, una guerra de miedos, alguno vence o todo revienta, y si todo revienta es que algún miedo venció…Si, ya está. No se puede más. Pero tenía que estar preparado para el grito de no. Eso lo podía arruinar todo. Por más trapos en la boca que le pusiera, seguro que se iban a filtrar los alaridos en la desesperación final del periodista. Ignorarlo, hacer como que no existía, ningún sonido existiría, nada, ninguno, es de golpe.
El estampido de la bala ni siquiera atravesó el sótano tan inteligentemente preparado. Dos días después, la policía encontró la casa. El periodista aún con vida, casi desfallecido de la sed y todo lleno de escoriaciones en las piernas producto del intento de liberarse de las cadenas. El cuerpo del secuestrador caído, la sangre ya seca junto a algunos sesos que volaron para aterrizar cerquita. En definitiva, un caso más, por más extraño que haya sido, y que prueba que el suicidio no es acto de cobardía, tal vez sea sólo un exceso de ansiedad de quién no sabe esperar.
14 comentarios:
Muy bueno, Tino. Con respecto a la última reflexión del narrador, te cuento de alguien que le daría la razón: ayer veía un docuemntal sobre Borges, de esos que pulularon en estos días por los 20 años, en el que comentaban que Borges había establecido una fecha en la que se suicidaría. Cuando pasó la fecha, le preguntaron por qué no lo había hecho: "Por cobardía", respondió.
Tino tengo miedo Tino! y miro debajo de la cama, como a los seis.
Me escalofrié...brrrr!!!....
(¿no quedo muy pseudointelectualosa diciendo "escalofrié", no?
¿No, Tino?)
Exacto Vero, la cobardía o la valentía son reacciones tan relativas que es dificil manejarse al respecto, pero cualquiera que sea se trata siempre de como relacionarse con el miedo. Uno que se gatilla seguramente ha resuelto de un modoparticular el combate de sus miedos.
Sue y Aydexa , el efecto buscado era asustarlas, pero no secuestrarlas por ahora..
Sue, hete aquí un soldado del cuidado de su estima, y de su intelectualosidad. No le de bola a los boluditos de la luna como decía el Indio Solari!!!
Sí, Tino, pero a ver si contamos cuentos mejores que éste, che, que el tal Marcelo no lo tiene a Ud. en su breve lista de blogs REALMENTE interesantes...¡a trabajar todos, urgente, que viene este Marcelo con el dedito en alto!
¿Acaso no conocen a ese implacable capobloggers, que tiene un blog que se llama...se llama...se llama..? Pucha, en realidad tiene varios, son tantos que no me acuerdo. :)
¿Marcelo? ¿Y ese quién es? ¿Cómo sería un cuento "mejor"?
A mí me gustan estas historias de psicópatas. Hipérboles de lo que le puede estar pasando a un sujeto "sano". (¿no decía algo así el viejo Segismundo, acerca de que, en cierta medida, la neurosis permitía observar, en forma amplificada, los procesos "normales"?)
Pablo, Silvia se refiera a un "Marcelo" que emite commnents en Wimbledon, y para succionarle las medias a Piro tira mierda a otros blogs, ni vale la pena seguir mencionándolo.
Primera vez en tu blog, Tino.
Y me quedo muda, pero no porque me amordaces, sino porque quiero seguir escucháandote hablar. Muy buen relato... Se siente en la piel. Gracias
Laura
Ah, mirá vos. Ahí me pegué una vuelta por Wimbledon y encontré la seguidilla de comments. Si, no vale la pena.
Gracias Laura y doble bienvenida: como lectora de este blog (trataré de que saques abono)y como bloger.
Tino, ¿te puedo hacer un comentario desde mi más humilde opinión?
A mí me pareció todo redondo, pero hay una sola cosa que quitaría porque me parece que saca del clima, es el "uuuuuhhggg…ahhhh". Te digo porque en realidad es una boludez y yo hay veces que me tiento de hacer esas cosas, pero en un taller mecànico aprendí a tratar de evitarlo, con la expresión que vos pusiste:
"No, no, no te voy a traicionar, vos te podés asegurar de todo antes, no..."
está màs que de sobra explicada la emoción.
Digo.
Besos
Hola M, quién sos si no es indiscreción??
Si puede ser, no queda demasiado bien introducir una onomatopeya aislada en un relato ( salvo que sea un cuento infantil ;-) ) por ay lo hice para que marcara un efecto sorpresa, y no quedara todo tan "correcto".
Gracias y saludos!
Correcto hubiese sido culearlo al periodista con un palo de escoba sin jabón. :P
Mi.
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