Alrededor del tema de las viñetas danesas
Cansado de privarme de escribir algo en torno a este tema por considerarlo complejo y difícil, he decidido por un día que no me importe tal prevención. Para que repetir que se requerirían investigaciones más profundas y amplias, pero al menos una lectura condicionada por las limitaciones del caso puede tener el valor de dejar planteada -o plantada- alguna idea orientadora, o tal vez no haga más que repetir obviedades insolubles, lo que me hará volver al punto de partida. Creo que la lucha de poderes expresada en el manejo de la información instaura esa primera imposibilidad para que los ciudadanos normalmente informados –que no poseemos más fuentes que las comunes y corrientes a las que nos debemos someter- nos sintamos discapacitados para reflexionar por nosotros mismos, y nos quede disponible solamente el recurso de comprar algunas de las respuestas interesadas que ya vienen elaboradas.
Choques y más choques
Choque de culturas y valores, choque de culturas y valores obligados a convivir por necesidad política y económica. Primeramente, repaso parte de lo leído estos días: razonamientos ofendidos porque se viola la “libertad de satirizar”, “el derecho al humor”, “¿hasta donde llega la libertad de expresión?” y otros planteamientos por el estilo que muestran a mi juicio un desenfoque del tema central alarmante. Cuando se relacionan dos sistemas de valores incompatibles entre si, la tensión es inevitable, y debe resolverse alguna forma de “convivencia”, pero la más ingenua de todas es plantearse siempre el problema desde los valores de uno, y no desde los del otro; hacerlo desde un solo lado del asunto.
Dos sistemas son incompatibles -al menos y sin excluir otras variantes – cuando recíprocamente lo que para uno es un valor supremo para el otro es un valor desechable. ¿De que valoración superior de la libertad de expresión le hablan a un musulmán? Para un musulmán no hay libertad de expresión alguna que justifique una ofensa religiosa, no existe para ellos el valor occidental regente de la libertad de expresión por encima de todo otro concepto, ni menos que menos que ese concepto pueda prevalecer frente a la preservación de un absoluto religioso, ni se les ocurre siquiera. Por ello salir a denostar a lo musulmanes porque no respetaron la libertad de expresión es una argumentación desubicada, como también parece desubicado la protesta del musulmán que siente como ofensa a su ley religiosa un acto efectuado dentro del marco de un sistema de valores totalmente diferente y sin vinculación alguna al Islam.
Se trata de cómo articular una relación posible entre ambos mundos. No existen muchas opciones. Una de ellas sería la madura ignorancia mutua, reducir las relaciones al mínimo -diplomática y económicamente posible-, sostener un pacto de no intervención, dejar que cada uno viva según sus principios y evitar tensiones. Esta primera posibilidad aparece como muy poco realista. Entonces se plantea que la resolución debe hacerse desde una perspectiva de convivencia e interrelación, ya que en lo político-económico los intereses imbricados entre ambos mundos son demasiado poderosos como para pensar en una “convivencia aislada”. Hay demasiados negocios en común, hay demasiados colosos políticos y económicos comunes que resolver -el petróleo, Israel-Palestina- como para que fuera viable una indiferencia neutral y pseudo amistosa que si podría darse entre culturas diferentes pero sin tantos “roces”. Y hay también otra imbricación impensada que es el caso de la inmigración.
A primera vista, antes de entrar en lo político, pareciera que en los países islámicos no tienen en claro un cosa: ¿que sentido tiene meterse en las expresiones culturales ajenas y extrañas para ellos? Si los musulmanes merecen el derecho de ser libres de poder vivir según sus valores y no tener que someterse a una transformación forzosa según los patrones occidentales de la democracia, el mercado, o algún otro; no debieran preocuparse en interpretar como una agresión algo que se hace desde nuestros valores de la libertad de expresión y de desacralización de lo religioso. ¿O es que se van a poner a leer los cientos de miles de publicaciones occidentales, de ese diario danés pasando por una revista finlandesa hasta el último de los semanarios paraguayos para detectar ofensas? Puede que los líderes de los países musulmanes cuiden de no educar a sus pueblos para que puedan entender que existe una relatividad cultural de valores, para que todo les parezca que deba cumplir con sus reglas sagradas, en una cosmovisión monológica de valores que no permite ubicarse ni pensar por fuera. Conducirlos en la dirección de fijarles a occidente como su enemigo, motivarlos a observar los actos de los occidentales en busca de las ofensas al Islam que confirmen la teoría; en ese sentido Salman Rushdie o las viñetas parecen encajar. Al mismo tiempo, desde el otro lado no se quedan atrás y toda vez que les interesa meterse en un país por razones de superior interés imperial económico serán presentados como el mal, la oscuridad medieval, los que someten a las mujeres y cortan clítoris, y los que planean vestir de túnicas blancas a todos los habitantes del mundo además de exterminarlos con armas nucleares.
Relativismo cultural y libertad de expresión
El relativismo cultural y el etnocentrismo conviven en occidente y son usados políticamente como soporte ideológico. Desde las derechas, por ejemplo, se apela a la visión etnocéntrica de los dueños del bien y del mal. La democracia occidental -con todos sus sistemas contemporáneamente característicos- sería la encarnación superior del bien de la humanidad a la que todos los pueblos del mundo debieran “acceder” para civilizarse, y la duda pasaría sólo entre intervenir para “ayudarlos” a alcanzar esa evolución, intervenir en defensa propia ante sus ataques, o simplemente dejarlos morir en la “oscuridad”. Desde los sectores progresistas el relativismo cultural emerge algo difuso como un estandarte para aprovechar políticamente la energía transformadora de lo “marginal”; un canto de sirenas al respeto por los derechos de los diferentes a serlo, pero que cuando surgen este tipo de eventos se nota su endeblez, no se trata de un relativismo dispuesto a aceptar el derecho de culturas diferentes a ser realmente diferentes, sino un sencillo aprovechamiento de la tolerancia interna occidental con fines políticos. ¿Es difícil de entender que para un islámico la libertad de prensa es una basura menor frente a la posibilidad de ofender un sentimiento religioso, tanto como para occidente es una basura menor la sacralidad de las imágenes religiosas cuando se pretende anteponerla a la libertad de expresión?
Pero occidente se comporta de un modo extraño según se trate de sus propias religiones o de religiones “extrañas”. Si se redactara un cartel orientador a toda persona que ingresa al mundo occidental, su texto explicativo debiera ser parecido a esto:
“En este país rige la libertad de expresión y las burlas religiosas no son consideradas ofensas siempre que las mismas se refieran a religiones extrañas. Así que señores musulmanes ¡ a aguántarselas ¡ Si no les gusta váyanse de vuelta a su mezquita de origen; y si usted está en su país pues no se meta en asunto extraños a su cultura. Pero como la coherencia occidental admite fisuras, sepa usted que si bien se permiten dibujar mahomas o budas en pelotas, jamás podrá hacer lo mismo respecto de los íconos de la religión judía; si usted dibuja una estrella de David con una bomba será acusado y hasta puede ser encarcelado por discriminador, nazi y cómplice del holocausto. O de la católica; si dibuja un preservativo arriba de una cruz sembrará una reacción virulenta de TFP, Ratzinger y un millón más de fachos chupasirios que lo acusarán de ser un abortero blasfemo que está atentando contra los pilares de la civilización occidental y cristiana."
Valores a medias
El problema eterno de las guerras de intereses y odios es que siempre se basan en verdades parciales, en parte de realidades que son manipuladas con fines políticos y desde esa verdadera guerra de signos, o guerra de la información, son pocas las conclusiones sustentables que puede sacar un desnudo ciudadano del mundo. Por eso cuesta obtener posturas que escapen a la confusión, por ello las tomas de partido unilaterales y absolutas no resultan convincentes. ¿Hasta donde es cierto que los países islámicos abonados por una opresión acumulada a través del problema de Israel y Palestina, sumado a la injerencia por el control petrolero, piensan en una guerra santa contra las potencias occidentales? ¿Hasta donde llega la realidad y donde empieza la exageración de unas potencias que necesitan encontrar un enemigo diabólico para alimentar el crecimiento infinito de su maquinaria infernal de posesión?
Luego, una lectura atenta de lo publicado muestra que la respuesta de mucha gente se dirigió hacia la prensa occidental en si misma, a los medios que no quisieron publicar las viñetas o a los que “recomendaron” no publicarlas, o a las que la publicaron. Hablar de los límites de la libertad de expresión en nuestro occidente judeo-cristiano-ateo y democrático es una complicación que hace transpirar en vano los sesos para que solo salgan trivialidades y ambigüedades conceptuales. El consenso parece ser que a esta altura de nuestra civilización argüir una ofensa religiosa no es suficiente razón para molestar la libertad de expresión, tal es el grado del ostracismo de las religiones en el reparto de valores. Lo demás serán cuestiones tácticas donde se pondrá en juego una mayor o menor posibilidad de agredir a las diversas religiones y culturas, y ahí si se produce un nuevo choque de la libertad de expresión contra el relativismo cultural y el respeto a las culturas propias y extrañas. Al parecer se vuelve a imponer la primera: respetar la integridad de la cultura islámica si, todo bien; pero privarse por ello de agarrarlos para la joda, no, eso si que no.
Los valores a medias –las verdades a medias- que cargamos todos son como los crímenes que quedan sin resolver, se suman al basural de nuestro conocimiento y ya inundan de olor a podrido en nuestro sobrecargado patio trasero.
Cansado de privarme de escribir algo en torno a este tema por considerarlo complejo y difícil, he decidido por un día que no me importe tal prevención. Para que repetir que se requerirían investigaciones más profundas y amplias, pero al menos una lectura condicionada por las limitaciones del caso puede tener el valor de dejar planteada -o plantada- alguna idea orientadora, o tal vez no haga más que repetir obviedades insolubles, lo que me hará volver al punto de partida. Creo que la lucha de poderes expresada en el manejo de la información instaura esa primera imposibilidad para que los ciudadanos normalmente informados –que no poseemos más fuentes que las comunes y corrientes a las que nos debemos someter- nos sintamos discapacitados para reflexionar por nosotros mismos, y nos quede disponible solamente el recurso de comprar algunas de las respuestas interesadas que ya vienen elaboradas.
Choques y más choques
Choque de culturas y valores, choque de culturas y valores obligados a convivir por necesidad política y económica. Primeramente, repaso parte de lo leído estos días: razonamientos ofendidos porque se viola la “libertad de satirizar”, “el derecho al humor”, “¿hasta donde llega la libertad de expresión?” y otros planteamientos por el estilo que muestran a mi juicio un desenfoque del tema central alarmante. Cuando se relacionan dos sistemas de valores incompatibles entre si, la tensión es inevitable, y debe resolverse alguna forma de “convivencia”, pero la más ingenua de todas es plantearse siempre el problema desde los valores de uno, y no desde los del otro; hacerlo desde un solo lado del asunto.
Dos sistemas son incompatibles -al menos y sin excluir otras variantes – cuando recíprocamente lo que para uno es un valor supremo para el otro es un valor desechable. ¿De que valoración superior de la libertad de expresión le hablan a un musulmán? Para un musulmán no hay libertad de expresión alguna que justifique una ofensa religiosa, no existe para ellos el valor occidental regente de la libertad de expresión por encima de todo otro concepto, ni menos que menos que ese concepto pueda prevalecer frente a la preservación de un absoluto religioso, ni se les ocurre siquiera. Por ello salir a denostar a lo musulmanes porque no respetaron la libertad de expresión es una argumentación desubicada, como también parece desubicado la protesta del musulmán que siente como ofensa a su ley religiosa un acto efectuado dentro del marco de un sistema de valores totalmente diferente y sin vinculación alguna al Islam.
Se trata de cómo articular una relación posible entre ambos mundos. No existen muchas opciones. Una de ellas sería la madura ignorancia mutua, reducir las relaciones al mínimo -diplomática y económicamente posible-, sostener un pacto de no intervención, dejar que cada uno viva según sus principios y evitar tensiones. Esta primera posibilidad aparece como muy poco realista. Entonces se plantea que la resolución debe hacerse desde una perspectiva de convivencia e interrelación, ya que en lo político-económico los intereses imbricados entre ambos mundos son demasiado poderosos como para pensar en una “convivencia aislada”. Hay demasiados negocios en común, hay demasiados colosos políticos y económicos comunes que resolver -el petróleo, Israel-Palestina- como para que fuera viable una indiferencia neutral y pseudo amistosa que si podría darse entre culturas diferentes pero sin tantos “roces”. Y hay también otra imbricación impensada que es el caso de la inmigración.
A primera vista, antes de entrar en lo político, pareciera que en los países islámicos no tienen en claro un cosa: ¿que sentido tiene meterse en las expresiones culturales ajenas y extrañas para ellos? Si los musulmanes merecen el derecho de ser libres de poder vivir según sus valores y no tener que someterse a una transformación forzosa según los patrones occidentales de la democracia, el mercado, o algún otro; no debieran preocuparse en interpretar como una agresión algo que se hace desde nuestros valores de la libertad de expresión y de desacralización de lo religioso. ¿O es que se van a poner a leer los cientos de miles de publicaciones occidentales, de ese diario danés pasando por una revista finlandesa hasta el último de los semanarios paraguayos para detectar ofensas? Puede que los líderes de los países musulmanes cuiden de no educar a sus pueblos para que puedan entender que existe una relatividad cultural de valores, para que todo les parezca que deba cumplir con sus reglas sagradas, en una cosmovisión monológica de valores que no permite ubicarse ni pensar por fuera. Conducirlos en la dirección de fijarles a occidente como su enemigo, motivarlos a observar los actos de los occidentales en busca de las ofensas al Islam que confirmen la teoría; en ese sentido Salman Rushdie o las viñetas parecen encajar. Al mismo tiempo, desde el otro lado no se quedan atrás y toda vez que les interesa meterse en un país por razones de superior interés imperial económico serán presentados como el mal, la oscuridad medieval, los que someten a las mujeres y cortan clítoris, y los que planean vestir de túnicas blancas a todos los habitantes del mundo además de exterminarlos con armas nucleares.
Relativismo cultural y libertad de expresión
El relativismo cultural y el etnocentrismo conviven en occidente y son usados políticamente como soporte ideológico. Desde las derechas, por ejemplo, se apela a la visión etnocéntrica de los dueños del bien y del mal. La democracia occidental -con todos sus sistemas contemporáneamente característicos- sería la encarnación superior del bien de la humanidad a la que todos los pueblos del mundo debieran “acceder” para civilizarse, y la duda pasaría sólo entre intervenir para “ayudarlos” a alcanzar esa evolución, intervenir en defensa propia ante sus ataques, o simplemente dejarlos morir en la “oscuridad”. Desde los sectores progresistas el relativismo cultural emerge algo difuso como un estandarte para aprovechar políticamente la energía transformadora de lo “marginal”; un canto de sirenas al respeto por los derechos de los diferentes a serlo, pero que cuando surgen este tipo de eventos se nota su endeblez, no se trata de un relativismo dispuesto a aceptar el derecho de culturas diferentes a ser realmente diferentes, sino un sencillo aprovechamiento de la tolerancia interna occidental con fines políticos. ¿Es difícil de entender que para un islámico la libertad de prensa es una basura menor frente a la posibilidad de ofender un sentimiento religioso, tanto como para occidente es una basura menor la sacralidad de las imágenes religiosas cuando se pretende anteponerla a la libertad de expresión?
Pero occidente se comporta de un modo extraño según se trate de sus propias religiones o de religiones “extrañas”. Si se redactara un cartel orientador a toda persona que ingresa al mundo occidental, su texto explicativo debiera ser parecido a esto:
“En este país rige la libertad de expresión y las burlas religiosas no son consideradas ofensas siempre que las mismas se refieran a religiones extrañas. Así que señores musulmanes ¡ a aguántarselas ¡ Si no les gusta váyanse de vuelta a su mezquita de origen; y si usted está en su país pues no se meta en asunto extraños a su cultura. Pero como la coherencia occidental admite fisuras, sepa usted que si bien se permiten dibujar mahomas o budas en pelotas, jamás podrá hacer lo mismo respecto de los íconos de la religión judía; si usted dibuja una estrella de David con una bomba será acusado y hasta puede ser encarcelado por discriminador, nazi y cómplice del holocausto. O de la católica; si dibuja un preservativo arriba de una cruz sembrará una reacción virulenta de TFP, Ratzinger y un millón más de fachos chupasirios que lo acusarán de ser un abortero blasfemo que está atentando contra los pilares de la civilización occidental y cristiana."
Valores a medias
El problema eterno de las guerras de intereses y odios es que siempre se basan en verdades parciales, en parte de realidades que son manipuladas con fines políticos y desde esa verdadera guerra de signos, o guerra de la información, son pocas las conclusiones sustentables que puede sacar un desnudo ciudadano del mundo. Por eso cuesta obtener posturas que escapen a la confusión, por ello las tomas de partido unilaterales y absolutas no resultan convincentes. ¿Hasta donde es cierto que los países islámicos abonados por una opresión acumulada a través del problema de Israel y Palestina, sumado a la injerencia por el control petrolero, piensan en una guerra santa contra las potencias occidentales? ¿Hasta donde llega la realidad y donde empieza la exageración de unas potencias que necesitan encontrar un enemigo diabólico para alimentar el crecimiento infinito de su maquinaria infernal de posesión?
Luego, una lectura atenta de lo publicado muestra que la respuesta de mucha gente se dirigió hacia la prensa occidental en si misma, a los medios que no quisieron publicar las viñetas o a los que “recomendaron” no publicarlas, o a las que la publicaron. Hablar de los límites de la libertad de expresión en nuestro occidente judeo-cristiano-ateo y democrático es una complicación que hace transpirar en vano los sesos para que solo salgan trivialidades y ambigüedades conceptuales. El consenso parece ser que a esta altura de nuestra civilización argüir una ofensa religiosa no es suficiente razón para molestar la libertad de expresión, tal es el grado del ostracismo de las religiones en el reparto de valores. Lo demás serán cuestiones tácticas donde se pondrá en juego una mayor o menor posibilidad de agredir a las diversas religiones y culturas, y ahí si se produce un nuevo choque de la libertad de expresión contra el relativismo cultural y el respeto a las culturas propias y extrañas. Al parecer se vuelve a imponer la primera: respetar la integridad de la cultura islámica si, todo bien; pero privarse por ello de agarrarlos para la joda, no, eso si que no.
Los valores a medias –las verdades a medias- que cargamos todos son como los crímenes que quedan sin resolver, se suman al basural de nuestro conocimiento y ya inundan de olor a podrido en nuestro sobrecargado patio trasero.
1 comentario:
el problema es que ninguna de las partes del conflicto se ha molestado en ponerse en el lugar del otro.
hasta tal punto de psicopatía llegan hoy en días las llamadas civilizaciones...
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