Segunda y última entrega derivada de los textos de El Fantasma (éste y éste) y Póstumos ( éste, éste, y éste). En este caso se trata de una serie de apuntes conectados principalmente en torno al tema de la auto-indulgencia y la auto-exigencia en relación a la experimentación y la excelencia. Para no marearse con este palabrerío habrá que tener... paciencia :-)
"Confiar demasiado en la auto-indulgencia me parece un desperdicio, pero hacerlo en la auto-exigencia también."
I
Interesante aura de indagación filosófica tiene este tema. En música por ejemplo se suele acusar de autoindulgencia a los que confían demasiado en los resultados de las jams sessions, de las improvisaciones conjuntas. Se los imputa de enamorarse fácilmente de lo que les sale, de sobrevalorarlo tanto como para creer que es suficiente, por oposición a los que crean mediante un proceso de elaboración más gradual y trabajado que incluye sucesivas reescrituras y correcciones. En trazos muy gruesos aparecen en ambas márgenes como referentes de cada tendencia por un lado la mística del jazz, y por el otro la de la música clásica.
En esta cuestión planteada en torno a la escritura de los blogs y la literatura, la cosa no pasa por oponer los resultados de supuestos ejercicios de improvisación ligera frente a los trabajos más elaborados en el tiempo mediante un proceso, la cuestión va más allá, a los limites y a las posibilidades mismas del hacer de la escritura, a sus musas inspiradoras y a sus verdugos estranguladores, y como ellos juegan frente a la excelencia del resultado –correcto-excelente-sobresaliente-trasformador-imposible.
Sin autoindulgencia no hay experimentación posible y no hay gestación posible de nuevas ideas, pero sin un grado de elaboración e inconformismo no es posible su concreción y consolidación. El proceso más interesante es el que combina ambas instancias: cierta dosis de inconformismo y de obstinada desconfianza a los resultados creativos es bueno porque predispone a desafiar nuevos procesos, a expandir siempre los límites; pero para que de aquellos procesos sea posible la emanación de oscilaciones innovadoras y transformadoras se necesita altas dosis de auto-indulgencia y auto-autorización para asumir el riesgo de la incertidumbre de los resultados.
II
Puede que conviva en todo bloger –me incluyo obviamente- la sensación de que lo que sube tras el impulso fácil y tentador del botón “publicar post” no está lo suficientemente probado, testeado, reescrito, corregido, evaluado, sopesado, decantado y culeado. Pero es precisamente el terror a las des-jerarquización uno de las cosas que el ejercicio catártico del blog desactiva, al cortar las dependencias institucionalizadas de las evaluaciones habilitantes. El blog enseña lo que no se enseña, probablemente, en ninguna otra parte, que en la compleja diversidad de las sociedades jamás se puede estar seguro de donde pueden venir los disparos de ideas. Los que le pegan entre ceja y ceja al ladrón que huye haciendo justicia, y los que le pegan en el corazón a la viejita que venía cruzando la calle.
III
Confiar que la excelencia va a nacer de una operación instrumental obsesiva y castrante como la auto-exigencia, es una confianza engañosa, una remake del viejo discurso del eficientismo lavorador, del esfuerzo infalible. La impostura es inventarse una flagelación cuando uno la está pasando bien, el auto-amedrentamiento culposo preventivo ante la falta de excelencia presunta. Eso si que es más de lo mismo. No existe auto-exigencia que pueda hacer ver más allá de las propias narices, ni que sea capaz de ganarle al goce como excitación creadora y “mejoradora”. Me opongo al discurso que pone el displacer y el esfuerzo como plataforma de la excelencia en el arte, y el placer y el goce como reposos aburguesados de la mediocridad.
Puede que lo que abrume sea la angustia por la jerarquía anarquizada. A cientos de cosas que se leen en los blogs puede que le falten una reescritura más, una autocrítica más, un examen más, un pulido más, pero me pregunto ¿para qué? La cultura del pasado en limpio no se muestra victoriosa frente a la exposición de los riesgos del hacer. Está bien, concedamos que el placer es al menos sospechoso, pero ¿y que de conformarse con la bruta ignorancia de lo que nos hace sufrir? ¿Por qué creer que ha de ser mejor aquello que nos hizo sangrar en sus intentos de reelaboración? ¿De donde viene esta concepción? “Parirás la letra excelsa con dolor” parece decirnos el mensaje; que no abandonemos el sentimiento culposo de auto desvalorización de nuestro bienestar.
Una conexión que se me ocurre es aquella del dolor o de la tragedia como motor de la expresión. Pero se trata de otro dolor, un sufrimiento experiencial que actúa en la gestación del impulso creativo, pero de muy distinto orden al displacer de la auto-exigencia correctiva y elevadora de la escritura que se supone allanaría el acceso a la excelencia a nuestras obras.
Lo imposible tiene tantas chances de nacer de la auto-exigencia como las que tiene mi querida Academia Racing Club de salir campeón este año. Lo imposible nace de la capacidad de ser hablados desde fuera de nuestros límites conocidos, es necesario entre otras cosas desencadenar la fisión atómica de lo posible, destruir sus células de retención, y creo que desde el placer es donde existen las mejores posibilidades de hacerlo.
IV
Si amamos los riesgos estéticos no podemos ser esclavos conservadores de los riesgos políticos. Si nos proclamamos fastidiados por la previsibilidad y la falta de riesgo estético no podemos al mismo tiempo enunciar tanto terror a sus consecuencias, al tiempo de subestimar y llamar auto-indulgencia a lo que tal vez es nuestra audacia liberadora. De tal brutal conservadurismo aterrorizado de la propia autorización es probable que no brote ningún fruto incorrecto.
V
El placer no es antagonista de la experimentación, por el contrario es el miedo al error y es la culpa lo que nos convierte en una máquina auto-censora. La corrección puede llegar a anular la capacidad transgresora de la experimentación, porque la corrección es la forma de condenarse a volver una y otra vez sobre-lo-sabido, y desechar todo los nuevos brotes que puedan crecer producto de esas oscilaciones. La auto-exigencia te lleva a siempre de retorno a lo probado, a los depósitos donde están bien guardadas tus seguridades; allí donde solo está aquello-que-se quedó-ahí, y que a causa precisamente de este mecanismo perverso, ha permanecido casi impermeable a la renovación.
Confiar mucho en la corrección y en la evaluación es peligroso. La gravedad de sus daños colaterales puede inutilizar totalmente el mejor de sus beneficios. Por más que mejoren un poco lo que ya es bueno, tampoco harán excelente algo que es malo, y es probable que hagan desechar promisorias gestaciones. Me hace acordar a esos editores de libros o discos cuya habilidad era rechazar grandes los talentos embrionarios. Y si rechazaron no es porque fueron miopes, sino porque por definición, en tanto correctores y evaluadores, trabajaron con los códigos preestablecidos y desconfiaron de lo que no tenían en memoria como valor.
VI
La mirada piadosa para con la propia obra no parece un peligro menor que el del enamoramiento del propio látigo y las propias armas de auto-tortura, y de las categorías con las que nos torturamos en todo caso. Con el rigor se puede conseguir un gran trabajador pero no un gran artista, el perfeccionismo no es algo que se aprenda sólo con disciplina.
¿Pero lo que digo yo que es? ¿Renunciar a toda disciplina y a todo trabajo de corrección? ¿Anular toda transpiración para instaurar el regodeo puro de la inspiración? ¿Una festichola contínua del hedonismo? No. El tema es saber reconocer que la corrección tiene un efecto esencialmente limitado y en el fondo castrante, y que si alguna chance de elevación es posible es superándola, algo así como usarla un poquito para matarla después. Y la angustia que en todo caso es necesaria aprender a soportar es la del salto al vacío después de emitido el propio acto creativo que desafía precisamente todos nuestros más rigurosos exámenes de validez al no aprobarlos. Amigarse con la adrenalina de esa incógnita es lo crucial.
VII
La literatura del mayor esfuerzo podrá ser en el mejor de los casos el entretenimiento favorito de los constipados, pero lo único que produce son excelentes soretes duros.
"Confiar demasiado en la auto-indulgencia me parece un desperdicio, pero hacerlo en la auto-exigencia también."
I
Interesante aura de indagación filosófica tiene este tema. En música por ejemplo se suele acusar de autoindulgencia a los que confían demasiado en los resultados de las jams sessions, de las improvisaciones conjuntas. Se los imputa de enamorarse fácilmente de lo que les sale, de sobrevalorarlo tanto como para creer que es suficiente, por oposición a los que crean mediante un proceso de elaboración más gradual y trabajado que incluye sucesivas reescrituras y correcciones. En trazos muy gruesos aparecen en ambas márgenes como referentes de cada tendencia por un lado la mística del jazz, y por el otro la de la música clásica.
En esta cuestión planteada en torno a la escritura de los blogs y la literatura, la cosa no pasa por oponer los resultados de supuestos ejercicios de improvisación ligera frente a los trabajos más elaborados en el tiempo mediante un proceso, la cuestión va más allá, a los limites y a las posibilidades mismas del hacer de la escritura, a sus musas inspiradoras y a sus verdugos estranguladores, y como ellos juegan frente a la excelencia del resultado –correcto-excelente-sobresaliente-trasformador-imposible.
Sin autoindulgencia no hay experimentación posible y no hay gestación posible de nuevas ideas, pero sin un grado de elaboración e inconformismo no es posible su concreción y consolidación. El proceso más interesante es el que combina ambas instancias: cierta dosis de inconformismo y de obstinada desconfianza a los resultados creativos es bueno porque predispone a desafiar nuevos procesos, a expandir siempre los límites; pero para que de aquellos procesos sea posible la emanación de oscilaciones innovadoras y transformadoras se necesita altas dosis de auto-indulgencia y auto-autorización para asumir el riesgo de la incertidumbre de los resultados.
II
Puede que conviva en todo bloger –me incluyo obviamente- la sensación de que lo que sube tras el impulso fácil y tentador del botón “publicar post” no está lo suficientemente probado, testeado, reescrito, corregido, evaluado, sopesado, decantado y culeado. Pero es precisamente el terror a las des-jerarquización uno de las cosas que el ejercicio catártico del blog desactiva, al cortar las dependencias institucionalizadas de las evaluaciones habilitantes. El blog enseña lo que no se enseña, probablemente, en ninguna otra parte, que en la compleja diversidad de las sociedades jamás se puede estar seguro de donde pueden venir los disparos de ideas. Los que le pegan entre ceja y ceja al ladrón que huye haciendo justicia, y los que le pegan en el corazón a la viejita que venía cruzando la calle.
III
Confiar que la excelencia va a nacer de una operación instrumental obsesiva y castrante como la auto-exigencia, es una confianza engañosa, una remake del viejo discurso del eficientismo lavorador, del esfuerzo infalible. La impostura es inventarse una flagelación cuando uno la está pasando bien, el auto-amedrentamiento culposo preventivo ante la falta de excelencia presunta. Eso si que es más de lo mismo. No existe auto-exigencia que pueda hacer ver más allá de las propias narices, ni que sea capaz de ganarle al goce como excitación creadora y “mejoradora”. Me opongo al discurso que pone el displacer y el esfuerzo como plataforma de la excelencia en el arte, y el placer y el goce como reposos aburguesados de la mediocridad.
Puede que lo que abrume sea la angustia por la jerarquía anarquizada. A cientos de cosas que se leen en los blogs puede que le falten una reescritura más, una autocrítica más, un examen más, un pulido más, pero me pregunto ¿para qué? La cultura del pasado en limpio no se muestra victoriosa frente a la exposición de los riesgos del hacer. Está bien, concedamos que el placer es al menos sospechoso, pero ¿y que de conformarse con la bruta ignorancia de lo que nos hace sufrir? ¿Por qué creer que ha de ser mejor aquello que nos hizo sangrar en sus intentos de reelaboración? ¿De donde viene esta concepción? “Parirás la letra excelsa con dolor” parece decirnos el mensaje; que no abandonemos el sentimiento culposo de auto desvalorización de nuestro bienestar.
Una conexión que se me ocurre es aquella del dolor o de la tragedia como motor de la expresión. Pero se trata de otro dolor, un sufrimiento experiencial que actúa en la gestación del impulso creativo, pero de muy distinto orden al displacer de la auto-exigencia correctiva y elevadora de la escritura que se supone allanaría el acceso a la excelencia a nuestras obras.
Lo imposible tiene tantas chances de nacer de la auto-exigencia como las que tiene mi querida Academia Racing Club de salir campeón este año. Lo imposible nace de la capacidad de ser hablados desde fuera de nuestros límites conocidos, es necesario entre otras cosas desencadenar la fisión atómica de lo posible, destruir sus células de retención, y creo que desde el placer es donde existen las mejores posibilidades de hacerlo.
IV
Si amamos los riesgos estéticos no podemos ser esclavos conservadores de los riesgos políticos. Si nos proclamamos fastidiados por la previsibilidad y la falta de riesgo estético no podemos al mismo tiempo enunciar tanto terror a sus consecuencias, al tiempo de subestimar y llamar auto-indulgencia a lo que tal vez es nuestra audacia liberadora. De tal brutal conservadurismo aterrorizado de la propia autorización es probable que no brote ningún fruto incorrecto.
V
El placer no es antagonista de la experimentación, por el contrario es el miedo al error y es la culpa lo que nos convierte en una máquina auto-censora. La corrección puede llegar a anular la capacidad transgresora de la experimentación, porque la corrección es la forma de condenarse a volver una y otra vez sobre-lo-sabido, y desechar todo los nuevos brotes que puedan crecer producto de esas oscilaciones. La auto-exigencia te lleva a siempre de retorno a lo probado, a los depósitos donde están bien guardadas tus seguridades; allí donde solo está aquello-que-se quedó-ahí, y que a causa precisamente de este mecanismo perverso, ha permanecido casi impermeable a la renovación.
Confiar mucho en la corrección y en la evaluación es peligroso. La gravedad de sus daños colaterales puede inutilizar totalmente el mejor de sus beneficios. Por más que mejoren un poco lo que ya es bueno, tampoco harán excelente algo que es malo, y es probable que hagan desechar promisorias gestaciones. Me hace acordar a esos editores de libros o discos cuya habilidad era rechazar grandes los talentos embrionarios. Y si rechazaron no es porque fueron miopes, sino porque por definición, en tanto correctores y evaluadores, trabajaron con los códigos preestablecidos y desconfiaron de lo que no tenían en memoria como valor.
VI
La mirada piadosa para con la propia obra no parece un peligro menor que el del enamoramiento del propio látigo y las propias armas de auto-tortura, y de las categorías con las que nos torturamos en todo caso. Con el rigor se puede conseguir un gran trabajador pero no un gran artista, el perfeccionismo no es algo que se aprenda sólo con disciplina.
¿Pero lo que digo yo que es? ¿Renunciar a toda disciplina y a todo trabajo de corrección? ¿Anular toda transpiración para instaurar el regodeo puro de la inspiración? ¿Una festichola contínua del hedonismo? No. El tema es saber reconocer que la corrección tiene un efecto esencialmente limitado y en el fondo castrante, y que si alguna chance de elevación es posible es superándola, algo así como usarla un poquito para matarla después. Y la angustia que en todo caso es necesaria aprender a soportar es la del salto al vacío después de emitido el propio acto creativo que desafía precisamente todos nuestros más rigurosos exámenes de validez al no aprobarlos. Amigarse con la adrenalina de esa incógnita es lo crucial.
VII
La literatura del mayor esfuerzo podrá ser en el mejor de los casos el entretenimiento favorito de los constipados, pero lo único que produce son excelentes soretes duros.
10 comentarios:
seguro que hay un punto de equilibro. el motor es, sin duda, el atrevimiento.
Sobre el punto VII:
Tomate unos mates y después me contás...
Doña Shylock, la mercader de Rosagasario (ex Xenia), tiene ud. razón! y no debo permitirme más estos cierres tan soeces, pura indulgencia de mi parte..
De acuerdo Gussa, el tema es que ninguna acción externa o interna de inhibición apague o ralentice ese motor..
Yo sí creo en la autoexigencia. Casi sólo creo en eso.
Ay, Tino! Si fuera mercagader tendría más guiguita...
Y creo que el placer no se da de patadas con la autoexigencia; si no, ¡¡¡pregúntenle a Rulfo!!!
Inx-Shylock
La cuestión es que una –la autoexigencia- no estrangule a la otra -la autoindulgencia- porque la primera es una orgullosa y seria señora con mucha reputación, pero en definitiva vive de lo que produce la segunda, que es una loca y su capacidad de producción está oculta, jamás la podemos prever, a mnipular, es cuestión de excitarla, de crear las condiciones para que se mantenga viva y nos sorprenda. Y para manejar ese estado creo que la indulgencia con el propio placer y con la propia capacidad de goce es vital. La cordura necesita a la locura, no puede vivir como ella pero no puede vivir sin ella.
Para que quede más claro, más allá de acuerdos y desacuerdos, creo que no hay que "Masseiar" mi idea, ya que creo que él habla de autoindulegencia porque se posiciona en un seguro lugar de saber, en la presuntuosa creencia de que es capaz de saber lo que es mejor y lo que es peor de si mismo y de los demás. Que lo piense de los demás no es problema para esos demás porque lo solucionan sencillamente no dándole bola si quieren, el problema es para él si da bola a si mismo de creerse que puede saber cuando lo que escribe está bárbaro o cuando no sirve, si confía en eso se va a perjudicar. Yo no parto de eso, me parece que no es posible posicionarse así. No pasa todo por autoexigirse, si asi fuera la excelencia sería una cuestión voluntarista y mecánica, basta aplicar la ley y suficiente, si se y estoy tan seguro de cuando algo es bueno o malo me basta con autoexigirme hasta dejarlo bueno.
La autoindulgencia que yo reivindico no es enamorarse de cada cosa que sale de nuestros dedos y negarse a un gesto autocrítico o a un desarrollo, a una nueva puesta en marcha o a desechar aquello que no nos conforma, es permitirse la posibilidadde arriesgar sobre lo desconocido, lo que ofrece dudas, lo que te hace dudar de si es bueno o malo, y que pone en crisis precisamente eso, tus concepciones armadas sobre ello. No convertirte en esclavo de esa valorización autosuficiente porque esa valorización ( con sus contenidos ) es tan imperfecta y puede ser tanto una cagada como tu obra. ¿Se entiende?
Saludos
Se entiende, pero no estoy de acuerdo. Cuando digo autoexigencia me refiero a esa medida que sólo uno tiene del "deber ser" de lo que haga. A mí no me importa demasiado que a otro le guste lo que yo detesto. No es asunto mío, ¿se entiende? Esto no significa escribir con el Manual del Perfecto Escritor abajo de la almohada, o flagelándose al compás de las rimas , sino
apuntar a un resultado; "eso" generalmente oscuro que se busca en una noche igual de oscura (¿la del alma?)y ahí, Tino, creo que se debe ser implacable. No pienso que se pueda aconsejar a nadie al respecto y a la luz de los resultados obtenidos, tal vez ni siquiera sea un interesante tema de conversación. Es una cuestión ética, pero también íntima, me parece. Yo el punto lo pongo acá, (qué tanto joder, vuelvo a la cueva)
Nunca olvidaré la frase de un crítico del que olvidé el nombre:
La muerte como la lectura, es un acto íntimo.
Yo me vuelvo al castillo, hoy hay asado fantasmal.
Mi blog es un libro.
Cada capítulo es un post, más el índice.
http://mentasalucinantes.blogspot.com
Y después me cuentas.
Saludos!
Hippel
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