!Como me cuesta completar un post en enero! He estado de vacaciones aunque sin viajar a ningún lugar donde se supone la gente va de vacaciones. La consecuencia es una insoportable estadía en la mismidad de la burbuja cotidiana, bajo un narcotizante efecto de irresolutividad que me acosa a toda hora, entrando a la PC como un acto fisiológico de consuelo. Y aparece ese enemigo último y aterrador que medra en los ríos revueltos de los eneros infames, el embole. Un embole tridimensional, caluroso y humectado, lluvioso y repulgado, arbitrario y afecto a neologismos pegajosos. Es que en enero toda participación en la realidad debiera cerrarse, nada es posible encontrar entre los fastidiosos acreedores de uno mismo.
-Este post se conecta en gran parte con lo publicado en Kaputt por Luis Bernard.
El texto de autor
Primero me referiré a las consecuencias enfocadas desde el lector y no desde el autor. No sólo es anónimo el texto que no tiene firma sino el que está firmado por un nombre desconocido, no construido, sin valor agregado. Desde el punto de vista del lector, la cuestión que acapara el mayor interés de un texto es saber quién es el autor, descansar sobre el sentido construido de su valor y reputación. Después y muy relegado puede venir el interés por el texto como tal. Esto contribuye demasiado a la primacía del culto al autor por sobre el culto al texto. Cualquiera que haga la prueba podrá comprobarlo: suba un texto más o menos decente suyo y cítelo como de algún autor conocido, o bien de algún nombre y apellido inventado –si suena con aire húngaro o iraní hasta mejor- pero al que deberá adosarle alguna edificante frase de presentación del tipo “uno de los escritores más premiados de Europa”, o “una de las nuevas esperanzas de la literatura” y tendrá un plafón mínimo de aprobaciones muy superior a que si lo firma usted. La valoración está abrumadoramente condicionada por la reputación consolidada o aparente del autor y no por el texto en si mismo. Si el texto fuera presentado como de un tal Juan Pérez desnudo, algún lector que sobreviviera a la falta de interés de tal nombre lo leería y tal vez si lo consideraría como texto despojado, pero es muy probable que opine negativamente de él por la aplicación del carácter transitivo (si el texto es de nadie debe ser malo) o no opine ante la falta de referencias. La chapa del autor es para la mayoría de los lectores –y buena parte de la crítica también- la única tabla de referencia segura de valoración posible, tal la orfandad de conceptos propios en la que el texto se halla. Construir una firma es el proceso central de la literatura, se necesita avalar el nombre con curriculums, antecedentes, opiniones, críticas favorables, premios o trayectorias académicas o mediáticas, y si es posible cualquier tipo de notoriedad. Obviamente que existen minorías dentro del universo lector que tratan de volver a texto y evitar el influjo de aquella tendencia, y la irrupción de los blogs puede introducir una interesante fisura por donde colarse.
Primeras disquisiciones sin red
Superada esta mirada creo que el tema del autor individual, el anónimo y el colectivo se “complica” en el buen sentido de requerir desarrollos que inervan necesariamente tensiones filosóficas, políticas y estéticas. En mi post anterior rocé parte del problema de la individualidad y la colectividad pero sólo desde mi inquietud ante la entraña del proceso creativo, pero de inmediato se pone en juego lo que va más allá. La cultura es una herencia colectiva, pero cada obra hecha desde la libertad experiencial posible de cada sujeto es individual, así sea la menos individuada de todas, o la enésima recopilación que se monta casi encadenada sobre el acerbo de obras heredadas, es subjetiva. Es la forma de ser-en-el-mundo del individuo la que produce la obra y sustenta el concepto de autoría, y no un concepto propietario o propietarista de autoría como posesión individual, como dueño de una mercancía. La obra es lo que cada uno hacemos con la cultura. La sucesión de individuaciones sobre ese inmenso soporte social de la cultura constituye la autoría. Y es así que toda obra individual puede leerse como un grano más en una arena colectiva que sobresale como masa consistente, pero se trata en todo caso de una operación forzada, la decantación documentaria, una amalgama hecha por fuera de la decisión de los autores.
Existe una reticencia a la publicación anónima que puede se deba en parte a la necesidad de cuidar el vínculo sano y originario de la autoría como pertenencia y pertinencia del texto al sujeto, de ser reconocido en él y por él, puesto que el texto es también una forma de respiración vital. No deben pagar por esta necesidad humana y socialmente constructiva, el mal uso del individualismo egoísta que pueda haber hecho el capitalismo en el sentido de inyectar el sentido de la individualidad como la resultante triunfal de una competitividad guerrera con el otro, y necesariamente excluyente del otro como opción cooperativa de creación. Allí llegan mis reparos frente a los colectivismos que destrozan la intangibilidad de la ligazón del sujeto individual a su hacer, y son destructivos de su humanidad y su naturaleza indisoluble, que no debiera ser subyugada en su condición para usarlo de carne de cañón de operaciones de “picadora de carne” colectivas. La relación de pertenencia e identidad con sus obras y sus objetos personales debe ser respetada, que incluye el derecho humano básico de ser reconocidos en su singular subjetividad. Que el industrialismo capitalista haya fetichizado esta relación hasta el punto de transformarla en una enferma obsesión destructiva, no habilita su supresión, más bien invita a su rescate. Recuperar la separación del hacer con lo hecho es jamás perder la ligazón de lo hecho con el sujeto que lo hace, y no permitir que se produzca la licuación del vínculo de lo hecho con el hacedor dentro de una bolsa colectiva enajenatoria. Muy diferente es participar del arte colectivo como decisión individual, donde la creación cooperante emana como una energía explosiva de esa interacción voluntaria, positiva e incluyente, liberada de la supresión del otro a la que lo obliga la condición competitiva de la obra vista como prueba supervivencial de rendimiento.
Soy un individualista que cree en la capacidad de los logros colectivos, que la “individuación” y la “colectivación” son acciones posibles y paralelas, no excluyentes, en tanto se produzca la liberación del monopolio instituido del deseo de reconocimiento individual como salvoconducto existencial. Nacimos estructurados en una sociedad donde la individuación posible y la autoestima se reducen al resultado triunfal en un combate eterno, circular e infinito, si nos despojamos de estas cadenas es posible que los anonimatos y las colectividades formen parte más asiduamente de nuestros menús creativos.
-Este post se conecta en gran parte con lo publicado en Kaputt por Luis Bernard.
El texto de autor
Primero me referiré a las consecuencias enfocadas desde el lector y no desde el autor. No sólo es anónimo el texto que no tiene firma sino el que está firmado por un nombre desconocido, no construido, sin valor agregado. Desde el punto de vista del lector, la cuestión que acapara el mayor interés de un texto es saber quién es el autor, descansar sobre el sentido construido de su valor y reputación. Después y muy relegado puede venir el interés por el texto como tal. Esto contribuye demasiado a la primacía del culto al autor por sobre el culto al texto. Cualquiera que haga la prueba podrá comprobarlo: suba un texto más o menos decente suyo y cítelo como de algún autor conocido, o bien de algún nombre y apellido inventado –si suena con aire húngaro o iraní hasta mejor- pero al que deberá adosarle alguna edificante frase de presentación del tipo “uno de los escritores más premiados de Europa”, o “una de las nuevas esperanzas de la literatura” y tendrá un plafón mínimo de aprobaciones muy superior a que si lo firma usted. La valoración está abrumadoramente condicionada por la reputación consolidada o aparente del autor y no por el texto en si mismo. Si el texto fuera presentado como de un tal Juan Pérez desnudo, algún lector que sobreviviera a la falta de interés de tal nombre lo leería y tal vez si lo consideraría como texto despojado, pero es muy probable que opine negativamente de él por la aplicación del carácter transitivo (si el texto es de nadie debe ser malo) o no opine ante la falta de referencias. La chapa del autor es para la mayoría de los lectores –y buena parte de la crítica también- la única tabla de referencia segura de valoración posible, tal la orfandad de conceptos propios en la que el texto se halla. Construir una firma es el proceso central de la literatura, se necesita avalar el nombre con curriculums, antecedentes, opiniones, críticas favorables, premios o trayectorias académicas o mediáticas, y si es posible cualquier tipo de notoriedad. Obviamente que existen minorías dentro del universo lector que tratan de volver a texto y evitar el influjo de aquella tendencia, y la irrupción de los blogs puede introducir una interesante fisura por donde colarse.
Primeras disquisiciones sin red
Superada esta mirada creo que el tema del autor individual, el anónimo y el colectivo se “complica” en el buen sentido de requerir desarrollos que inervan necesariamente tensiones filosóficas, políticas y estéticas. En mi post anterior rocé parte del problema de la individualidad y la colectividad pero sólo desde mi inquietud ante la entraña del proceso creativo, pero de inmediato se pone en juego lo que va más allá. La cultura es una herencia colectiva, pero cada obra hecha desde la libertad experiencial posible de cada sujeto es individual, así sea la menos individuada de todas, o la enésima recopilación que se monta casi encadenada sobre el acerbo de obras heredadas, es subjetiva. Es la forma de ser-en-el-mundo del individuo la que produce la obra y sustenta el concepto de autoría, y no un concepto propietario o propietarista de autoría como posesión individual, como dueño de una mercancía. La obra es lo que cada uno hacemos con la cultura. La sucesión de individuaciones sobre ese inmenso soporte social de la cultura constituye la autoría. Y es así que toda obra individual puede leerse como un grano más en una arena colectiva que sobresale como masa consistente, pero se trata en todo caso de una operación forzada, la decantación documentaria, una amalgama hecha por fuera de la decisión de los autores.
Existe una reticencia a la publicación anónima que puede se deba en parte a la necesidad de cuidar el vínculo sano y originario de la autoría como pertenencia y pertinencia del texto al sujeto, de ser reconocido en él y por él, puesto que el texto es también una forma de respiración vital. No deben pagar por esta necesidad humana y socialmente constructiva, el mal uso del individualismo egoísta que pueda haber hecho el capitalismo en el sentido de inyectar el sentido de la individualidad como la resultante triunfal de una competitividad guerrera con el otro, y necesariamente excluyente del otro como opción cooperativa de creación. Allí llegan mis reparos frente a los colectivismos que destrozan la intangibilidad de la ligazón del sujeto individual a su hacer, y son destructivos de su humanidad y su naturaleza indisoluble, que no debiera ser subyugada en su condición para usarlo de carne de cañón de operaciones de “picadora de carne” colectivas. La relación de pertenencia e identidad con sus obras y sus objetos personales debe ser respetada, que incluye el derecho humano básico de ser reconocidos en su singular subjetividad. Que el industrialismo capitalista haya fetichizado esta relación hasta el punto de transformarla en una enferma obsesión destructiva, no habilita su supresión, más bien invita a su rescate. Recuperar la separación del hacer con lo hecho es jamás perder la ligazón de lo hecho con el sujeto que lo hace, y no permitir que se produzca la licuación del vínculo de lo hecho con el hacedor dentro de una bolsa colectiva enajenatoria. Muy diferente es participar del arte colectivo como decisión individual, donde la creación cooperante emana como una energía explosiva de esa interacción voluntaria, positiva e incluyente, liberada de la supresión del otro a la que lo obliga la condición competitiva de la obra vista como prueba supervivencial de rendimiento.
Soy un individualista que cree en la capacidad de los logros colectivos, que la “individuación” y la “colectivación” son acciones posibles y paralelas, no excluyentes, en tanto se produzca la liberación del monopolio instituido del deseo de reconocimiento individual como salvoconducto existencial. Nacimos estructurados en una sociedad donde la individuación posible y la autoestima se reducen al resultado triunfal en un combate eterno, circular e infinito, si nos despojamos de estas cadenas es posible que los anonimatos y las colectividades formen parte más asiduamente de nuestros menús creativos.
4 comentarios:
preexiste una clase de "fetichismo" que se encamina en esta dirección: el famoso "escrito está". hubo épocas donde se pensaba que si algo estaba escrito (publicado) era verdadero.
cuando los escritos dejaron de ser manuscritos y la imprenta facilitó toda clase de edición, el libro en sí fue cediendo su aura al autor. a mi entender, esta es la prehistoria del texto de autor.
en tanto lengua española quizás no haya escritor con mayor prestigio, y sin embargo -disculpame Tino por la herejía- pero pienso que algunas obras de cervantes son una verdadera cagada.
con el fenómeno internet, que a pesar de estar lleno de sus propios males, debemos reconocerle, por ejemplo, que desde los antiguos programas como mirc e icq, se generó un espacio de comunicación entre personas que de otra manera nunca se hubiesen conocido. entonces, es muy probable que un blog resulte el refugio y relax para los autores reconocidos y vidriera para quienes no lo son.
un abrazo.
De acuerdo Vadinho,una vez que el culto al autor se fetichiza cobran valor hasta las redacciones que el tipo hizo en el colegio o mientras hacía caca, y todos van a estar de acuerdo en encontrar "algo" del genio en ellos :-)
abrazo
Cuidado. Somos, como Rusia, Japón, Alemania e Italia en los años 30, un país de modernización tardía, que viene de un orden agrario semifeudal y de golpe trata de quemar etapas y ponerse al día con la industria moderna, sin todos los pasos y ajustes culturales que la modernidad tuvo en otros países. Somos una modernización sin modernidad. Arrastramos un lastre medieval muy pesado. Por eso nos cuesta aceptar la idea de que la individuación es absolutamente necesaria para el pleno funcionamiento del capitalismo industrial, financiero y consumista. Es eso o la revolución, no nos vengan con pavadas. Todo este discurso sobre las virtudes bucólicas de lo anónimo y la obra colectiva, etc. me recuerda a otros, nefastos, del siglo XX, surgidos en esos países que nombro al comienzo de este comentario. El individualismo no es autoritario; el colectivismo, sí.
Ahá, thoughfully Xenia, tal vez sea que de nuestra medievalidad conquistadora de inmigrantes recolectores de facilidades -por algo a la soja le llaman commodities- queremos pasar a la postmodernidad sin escalas.
Después no se...el individualismo..?! El colectivimso??!!
Pero la pregunta del millón es:
El captitalismo ¿que es?
¿Un colectivismo que adopta como slogan de propaganda el individualismo retórico para regodearse con la falsa prueba de que la salvación de uno de cada 100.000 es la verificación de la hipotesis de la libertad humana? ¿O un individualismo de unos pocos para colectivizar y oprimir a unos muchos?
Ay, ya esto requiere sentarse a pensar, usted Xenia siempre tan inoportuna :-)
Gracias por escribir
Besos
Publicar un comentario