Los síntomas son desenfoques visuales, regurgitaciones, dolor de cabeza y asfixia por la fealdad existencial de los días que se pegan cada vez más veloces unos a otros, sumiéndonos en una especie de flatulencia aérea que sobrevuela cada uno de nuestros actos y de nuestras dudas. Un cosmos dominado por las fases enfáticas, los códigos anoréxicos, las crueles medianías que oscilan entre el infierno de un ascenso de saciedad insuficiente y un hundimiento de evacuación irremediable. Trozos de apetitos cuidados entre algodones, porque ese desenfado obsceno que llaman postmodernidad en decadencia es nada menos que el emputecimiento de las variables maleables de un entorno que se autodestruyen en veinte segundos. Los hitos de la cuestión se dejan ver como anuncios publicitarios. Hay proclamaciones, denuncias, novedades, pequeños pinchazos inesperados, histerias e historias. La curiosidad dejó de ser una virtud, es una condición necesaria en la supervivencia frente al poder del entretenimiento. Criarse en estos tiempos es dotarse para ser un bien entretenido, para extraer del entretenimiento que dan las pantallas un oxígeno vital, es la nueva fotosíntesis humana.
El poder es entretener, que es una categoría de dominación más sofisticada y efectiva que el sencillo tener o poseer, que implica solamente un estado independientemente de la calidad del vínculo. Entretener es sostener la cautividad de los Otros dentro del marco inofensivo de la docilidad y del regocijo. Entretenedores, entre tenedores nos tienen para devorarnos a sorbitos el cerebro un poquito en desayuno, almuerzo, merienda y cena. Entretener es atrapar, y atrapar puede tomar mil nombres: captura transitoria, detención efímera, privación legítima, momentánea y voluntaria de la libertad de repudio, absorción flotante.
La literatura no está exenta de esta peste arrasadora. El libro queda reducido al combate entre las fuerzas que me instan a dejar la página y las que se oponen intentando retenerme en ella. El lema unánime de la literatura es atrapar al lector. ¿Quién renuncia a ello? Los talleres literarios deben ser el lugar a donde han llevado a la literatura para repararla. Y como en todo buen taller lo que no saben arreglar lo descomponen. Porque se ocupan de la magna monumentalidad del lector, ese ganado escurridizo, vacunado de sentidos y sin tiempo para resistirse a la red que lo debe atrapar. Y así pululan bajo la pálida y cadavérica luz de escritorios y computadoras, practicantes y estudiantes de la escritura en busca de la cumbre, engrampar al lector, encerrarlo, adherirlo, esposarlo, mantenerlo en concubinato, enredarlo. Y no hay diferencia entre el lector y el crítico, ya que cada vez más el crítico es el único lector. Los textos deben emanar unas fuerzas centrípetas, para ello se desguazan fórmulas, se dan recetas caseras como esas para ir bien de cuerpo y espíritu, se dilatan todo tipo de orificios en pos de la caza de bultos.
Se enseña que la literatura es tejido.
Dos fases quedan firmes después de remover sus tejidos inútiles: impacto y retención. El golpe es eficaz como sacudimiento, pero es insuficiente, se debe golpear para bajar guardias y defensas, pero también se debe tejer los lazos de la red que garantice la imposibilidad de la huida. Toda corriente de realidad es conducida a su pronta digestión y disecación, sus frutos secos acompañarán la mesa servida y vaciada. Todo se transforma y todo se recicla, todo volverá a ser lo que fue, el mundo como cloaca de reciclaje. La era del vacío de Gilles Lipovestky se está llenando.
Hay que mantener renovable el recurso que alimenta la industria: la avidez. Todo parte de inspiraciones conceptuales físicas y fisiológicas. Por una parte sabemos desde la física que el azar es un recurso renovable, la satisfacción del conocimiento del número de quiniela que salió hoy inaugura la expectativa de número que ha de salir mañana. El secreto de la renovación vacía es la dinámica de lo que se presume será diferente mañana pero cuya única novedad es que será igual. Aquí yace el milagro de renovar infinitamente la avidez por entretenerse. El otro apoyo es trabajar sobre el mandato fisiológico de la repetición. El ser humano está estructurado por la repetición, no por la innovación, por la repetición de la repetición y por la expectativa de la repetición. Los latidos del corazón son repetitivos, lo es la respiración, en su repetición representan la plena expresión de la sanidad. Hábitos, ritos, costumbres, son nombres inadecuados para describir semejante potencia de condicionamiento. Y la Norma y la Regla son sus hijas más famosas, que nacieron para homenajear a su padre la repetición, para darle respeto.
El sexo es repetición, se busca volver a obtener el placer ya conocido, no se va en pro de un nuevo placer desconcertante. Por ahí se fantasea con la posibilidad de sentir algo nuevo pero lo que termina dando placer es reconocer el placer anteriormente experimentado. El alivio de la cara conocida. Freud casi hablaba de un mecanismo de carga de tensión que producía displacer y una corriente que partía en busca de la distensión – y eso no era otra cosa que el mecanismo del deseo-. Ese dispositivo se reciclaba sucesivamente, pero hay una novedad bajo el sol: la distensión se hace presa de la repetición y de la imitación, ha cargado en memoria un tipo de distensión y se hace dependiente de él y es probable que vaya progresivamente perdiendo la posibilidad de sentir placer con otro.
Repetirse es vivir. Las sugerencias son explícitas hasta la exasperación. Los dientes del sentido común trituran significados dispersantes como procesadoras de residuos. Yo sigo usando símiles alimentarios, y necesito empezar urgente una dieta para bajar diez kilos.
4 comentarios:
Muy inteligente tu post. De acuerdo en todo.
¡Qué frenesí Tino! casi a la velocidad de la novedad ('un museo de grandes novedades').
Un abrazo
Gracias Mori por lo de inteligente para el post. Y que estés de acuerdo además me pone de muy buen humor.
Jorge, casi a la velocidad de repetición de la novedad, o de la "vejedad"
Retribuyo abrazo
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