Después de mirar por televisión el test-match entre la selección argentina de rugby -Los Pumas- frente a la de Sudáfrica me doy cuenta cuán curiosa y contradictoria es la historia que me une a este deporte y motiva estas anotaciones, tan ovaladas y saltarinas como la pelota que usan.
Jamás lo practiqué, pero como niño y adolescente aficionado a casi todos los deportes -cuyo obra semanal de cabecera era la revista “El Gráfico”- me gustó siempre el rugby y he seguido constantemente los pasos de la selección argentina. Pero esta moderada condición de simpatizante no exenta de miradas recelosas, tuvo un abrupto desengaño a poco de terminado el pasado mundial de la especialidad jugado en el año 2003 cuando terminó por caerme una ficha y directamente pasé a sentirme atragantado y desencantado ante tanta soberbia y tanto patetismo. Como especialidad deportiva podrá gustar mucho o poco, pero más allá del entusiasmo que provoca esa tan trillada “garra” que efectivamente es bueno reconocer se ve plasmada dentro de un campo de rugby, convengamos que el juego en si se parece mucho a una aberración fisiológica donde no tiene demasiado lugar la técnica y el talento sino una brutal exhibición de exhuberancia física, exaltando la condición animal del ser humano, el poder de la fuerza bruta sobre cualquier otra expresión de habilidad, coordinación o ingenio corporal. Un deporte bien lógico donde el poderoso puede y debe pisar al débil que se contenta con una derrota digna aceptada con humildad.
Pero el dato más excluyentemente significativo es que se trata de un deporte imbuido casi como ninguno de una fortísima y casi asfixiante ortodoxia británica, transmitidas a casi todas sus colonias luego emancipadas que supieron conservar una zona de reserva étnica y cultural para sus costumbres eminentes. Los reflejos de todo el entorno rugbístico constituyen todo un verdadero reservorio de la vieja soberbia imperial británica -por suerte caída en desgracia a nivel político-económico-. El resto de los países donde el deporte se practicó con cierta intensidad fueron históricamente tratados como convidados de piedra y son sometidos a todo tipo de discriminaciones. Francia por su desarrollo logró ser la excepción más firme, e Italia es la última de las aceptaciones en nombre de una modernización europeísta inevitable.
Más allá de la eterna condición paria y de segundo orden de nuestra selección en cuanto al nivel deportivo, saca de las casillas ver toda esa resignación a la profanación de la dignidad en pro de una anglofilia reverencial. Ser convidado de piedra perenne y partenaire oficial de una festividad británica armada y concebida por ellos y para ellos, y a la que no les interesa en lo más mínimo que una sudaca representación se inmiscuya, por más que nuestros burgueses crean que les asiste un ganado derecho ante tanta succión de calcetines. Esta verdadera construcción moral de admiración-sumisión se sustenta en la fortísima tradición anglófila de la alta burguesía argentina, cimentada desde la misma educación preescolar de los niños de clase alta que tiene epicentro en zonas como el norte residencial del gran Buenos Aires y San Isidro más específicamente. Dicha formación escolar ligada a los valores británicos, cocida al rancio vapor de un mundo bilingüe que es mamado desde la temprana infancia en dobles turnos de instituciones-ghettos que se vanaglorian de poseer “espíritu inglés” bien alejados de cualquier contaminación criolla. Desde allí se los instruye en la admiración y en la obediencia de la superior cultura inglesa y de todo un sistema de valores que se establecen para honrarla y venerarla, que en el mejor de los casos los pueda llevar a ser dignos aspirantes a esa extraña condición de converso por mérito.
Muy difícil de tolerar es todo lo que rodea el rugby como fenómeno comercial en la Argentina. Por un lado los sponsors, mega-empresas desesperadas por promover sus productos muy caros entre una afición que se estima de altísimo poder adquisitivo. En otro lugar los insufribles programas-homenaje de televisión donde estos rugbiers pasean su patéticos cerebros primarios y hacen gala de su primitivismo neuronal, sus hiper-simplistas posturas fascistoideas, exaltando como la fuerza y el espíritu de elite ayudaron a “templar el carácter” de clase dominante de los jóvenes afortunados destinados a ser los inconmovibles dirigentes que las grandes empresas. El rugby les ayudó a cicatrizar esos “valores”, que sus corazones sean de acero y sus cerebros de hormigón para poder servir con excelencia a los sagrados imperativos del poder y estar alejados de cualquier desviación flagelante de experimentar la tentación de sentimientos sociales indignos de un gladiador mayor. Así es que se ven desfilar en esas notas-homenaje a caducos ex rugbiers que recuerdan desde sus sillones de gerentes de alguna multinacional -vestidos con rigurosas camisas de seda italiana y corbata- las viejas giras donde cosechaban casi siempre supinantes derrotas que son revividas con luterana resignación y nostalgia casi romántica. A eso le sumamos también algunos “programas especiales” protagonizados por conocidos rugbiers en actividad que se relaciona con un ejercicio de “supervivencia” donde se disfrazan de
carapintadas para jugar a vivir bajo condiciones semejantes a las de una guerra.
La discriminación que comete el poder institucional que maneja este deporte pasa por ejemplo por no dejarlos competir ni aceptarlos a los argentinos en los torneos internacionales oficiales que se hacen regularmente entre los mundiales, y pareciera que es una forma de mantenerlos aislados y echarles en cara su condición de “outsiders” plebeyos que deben aprender a aceptar ese rol con respetuosa sumisión: esperar solamente los partidos amistosos y el mundial donde ya sabemos que lugar que se le reserva en el deseo. Esas competencias intermedias obviamente podrían ayudar incrementar su nivel al punto de hacerlos temibles contrincantes. Después la historia está poblada de ejemplos: referees SIEMPRE sajones o “british origin” que sutilmente se las arreglan para conducir todos los matches infiltrando, desde la sutileza a la alevosía, todo tipo de actitudes que perjudican el juego del equipo argentino. De penales dudosos o descuentos ilimitados en caso de estar en ventaja, los Pumas reciben siempre la caricia fatal de los árbitros representantes SIEMPRE de las “potencias” de este deporte. Ante la mínima duda, siempre los fallos son en contra, así se trate de un amistoso o un mundial. El único episodio que amagó a instalar una situación “fuera de lugar” fue aquel histórico partido contra Irlanda en 1999 por un lugar entre los cuartos de final en el mundial disputado dicho año en Gran Bretaña. Reconocido por el valor con que nuestros jugadores defendieron un resultado a puro tackle en tiempo de descuento, fue una señal de alerta que el british power supo leer a tiempo y poner de inmediato en marcha el mecanismo de su licuación: en el grotesco mundial jugado en el 2003 de casi 2 meses de duración se buscó por todos los medios que Irlanda “pusiera las cosas de nuevo en orden” a través de irritantes favoritismos en el calendario y en los tiempos de descanso.
No quisiera pecar de inexacto ni de exagerado, pero supongo que aquel referee que dirigió Argentina-Irlanda en 1999 y descontó 7 minutos a la espera del try salvador que acomodara las cosas, y repentinamente decidió dar por terminado el macht decretando el triunfo argentino - ¿le habrá dado vergüenza?- debe estar dirigiendo partidos de cricket sobre el hielo de alguna remota población de Alaska.
6 comentarios:
Así es amigo, es una visión retorcida, sin quitarle nada lo escribí desde una pura expiación de sensaciones primarias, quizá deformadas, pero que aún así encierran algo sustancial que anda rondando.. No pongo en duda el valor ni la entrega de los jugadores, como dices tu, por algo sigo mirando los partidos, lo de la fuerza y la habilidad es muy polémico, siempre existe algo de habilidad en todo deporte pero convengamos que a veces no es lo principal, queda muy relegada.
En el tema de lo que yo llamo anglofilia -la atracción cuasi enfermiza por todo lo británico- ha sido y es muy especial en la sociedad argentina particularmente, y allí centro mi mirada, es dificil comprenderlo desde fuera de ella.
Gracias por el comentario, me resulta muy interesante tu mirada como español en el asunto.
Abrazo
ese día contra irlanda fue la primera vez que sentí algo así como adrenalina con el rugby. los demás partidos que había visto no me producían absolutamente nada.
saludos.
Cólera, asi es, aqui lo británico estuvo asociado al igual que lo francés a lo culturalmente superior , pero lo inglés pegó más por la tradición de la escolaridad y la educación de las clases altas.
Muy interesante lo que has percibido y lo que cuentas de España, ver como experimentan culturalmente este nuevo rol de socios de la Gran Europa frente a la histórica "supremacía" alemana y francesa.
Las discusiones deportivas son otra cosa, es cierto que existen jugadores como los 3 cuartos, el medio scrum o el apertura que pueden hacer valer su habilidad pero después de ver el mundial 2003 creo que ante unos forwards impassbles nada se puede hacer, el porcentaje de incidencia de la habilidad es muy menor respecto de otros deportes.
Retribuyo abrazo
Si Matías, ese partido fue muy especial, y fue el responsable del ascenso de una ilusión que luego se me vino abajo casi totalmente y me dejó ver una realidad diferente, parte de la cual inspiró mi post.
Gracias por leer y escribir aqui
Saludos
hola tino: a la larga la mayoría de los deportes resultan ser sajones. a veces y debido a la predisposición de un pueblo se recrea y se crea un estilo propio. como el futbol en argentina y el beisbol en cuba, por nombrar algunos.
en cuanto a la anglofilia, acordate de las palabras de enrique pinti: "el argentino es un italiano que habla en español y se cree que es inglés"
un abrazo
Asi es Vadinho, colegio inglés para tapar con educación la sangre italiana y española ...
un abrazo
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