Atractivas disquisiciones sobre la traducción, la interpretación y el ensayo, encontré en el interesante ensayo – valga la homofónica redundancia – de Margarita Martinez colgado en el número 19 de “El interpretador”. Aprovecho la oportunidad de esta cita colateral para revelar que lo primero que me extrañó de esta publicación fue, extrañamente, algo que no sucedía con ella: que no se llamara “El hermeneuta” como indicarían los usos y costumbres del lenguaje imperantes en el ámbito de las ciencia sociales, o tal vez “El hermenauta” si quisiéramos dotarlo de un cariz cercano a la historieta o comics , que entrara en sintonía con algunas de las asociaciones visuales que me produce el apabullantemente bonito arte gráfico que ilustra la página. No voy a intentar cerrar el círculo de una nueva vuelta de tuerca al problema planteado que -usando uno de los lugares comunes más terroríficos que pueda usarse- “excede el marco de este post”. En realidad todo este tipo de insufribles discursos preventivos son disculpas anticipadas por lo que uno va a escribir, no sea cosa que se nos pidan rendir cuentas más allá de estas horas de diversión que nos hemos tomado. Lo que sucede es que estoy repitiendo una operación que me auto instituí como moda dentro del ámbito de mi corta vida bloguera: usar textos ajenos de disparadores. Claro que como toda moda en algún momento será abandonada sin previo aviso, y justo cuando empiece a resultarme fácil prenderme de todo texto que se mueva por allí.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, una de las acepciones de ensayo es: “Escrito en el cual un autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato erudito” ¡?. Por asociación libre se me ocurre de inmediato hallar una definición para la seducción romántica: “Conquista amorosa en el cual el autor desarrolla su seducción sin necesidad de mostrar el aparato erecto”.
Dice Martinez
“........Si la traducción es interpretación, si el ensayo busca interpretar, puesto que este "dar la propia opinión sobre un asunto" se ha ido convirtiendo en enlazar discursos a fines interpretativos, se puede, quizás, adherir a la idea de que el ensayo es una traducción desde la propia lengua a la propia lengua, incluyendo, como observa Steiner, la dimensión temporal como diferenciadora de la traducción entre lenguas......."
Dar la propia opinión no es necesariamente interpretar escrituras o interpretaciones escritas anteriormente, tampoco significa interpretar hechos, fenómenos o sensaciones; el ensayo puede escapar de la supuesta trampera donde la hermeneútica parece tenerlo cautivo para viajar al espacio abierto de la construcción de pensamiento y sentido con el lenguaje. Hay un despeje, o un despegue, el pensamiento no es su explicación ni su interpretación. Las cadenas hermeneúticas necesitan de un primer acto de identidad del texto, de una manifestación del pensamiento como proceso hecho con el lenguaje. No todo acto hecho con el lenguaje es interpretación, por más que nos podamos excusar en que cada palabra en su origen remoto fue sucesivamente reinterpretada. El proceso de generación sígnica es la fase genética del lenguaje, establecer un significado para un determinado significante es un acto de "asignación" de sentido a una realidad fenomenológica y no un acto de interpretación. Antes que toda interpretación de sentidos -una decodificación- existe una generación de sentidos -una codificación-.
El ensayista es un compositor y no un intérprete, o en todo caso es intérprete de sus propios textos, traductor de sus propias e incomunicables sensaciones, pensamientos y relaciones. Nunca desde sus orígenes el ensayo estuvo concebido como un género basado en la interpretación de textos, ideas o producciones creativas ajenas, más bien su proverbial ductilidad formal para contener la exposición de la pura sucesión de ideas originales lo constituyó en instrumento útil para dar a conocer la composición intelectual. Nacido bajo banderas de “Libertad, Espontaneidad, Naturalidad”, supo después ser cooptado por la ciencia social y dotarse de todo tipo de estructuras lógicas de demostración racional. Se podría decir que las obras típicas de los pensadores filosóficos, sociales, políticos y hasta econónicos admiten generalmente una ubicación dentro del campo del ensayo.
Que yo haya elegido la palabra “composición” se debe a una búsqueda deliberada de una analogía con la música, dentro de este arte se hace muy clara, corriente y sonante la distinción entre el intérprete de obras ajenas, el recreador o versionador de temas ajenos, y el compositor de obras propias, y también intérprete de las suyas propias.
Repasando algunas de las lecciones de Michel de Montaigne, semental del género del ensayo en el siglo XVI, en sus años formativos su relación con Etienne De La Boetie, muestran que Montaigne la necesidad de contar, el ensayo es dialógico, siempre supone un interlocutor determinado, alguien o todos, nunca prescinde de esa consideración en el acto mismo de ser escrito. Una narración de pensamientos, una novela que da cuenta de las andanzas de una ideas, unas palabras y unos juicios.. El ensayo es siempre primera persona, aunque no la use gramaticalmente y apele a menudo a la voz pasiva a las aseveraciones impersonales para ayudar a construir una epidermis pontificadora y sentenciante. El ensayo necesita confianza en si mismo, es una escritura que necesita darse confianza a si misma de si misma. Todo juicio o proposición adquiere de pronto la aspiración de ser prueba, de estar fundando, de ejercer el rol de argumento, de rendir cuentas. Cuando Montaigne se pregunta “¿ Que es mas atroz; comerte el cuerpo de un hombre muerto, como es costumbre de los caníbales.? O atormentar a un hombre, y quemarlo vivo, como lo hace la iglesia católica ? Y lo que es peor, haciéndolo en el nombre de la fe, y de la piedad”, no hay traducción de texto alguno a no ser la de sus sentimientos encontrados.
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