El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

octubre 21, 2005

Del riesgo de aceptar invitaciones

Todo empieza cuando pasás por ahí, aceptás su invitación y los leés. La invitación ya de por si es medio misteriorsa, aunque muy amable eso si. El tipo –o la tipa- puede ser un narrador, un contador de fantasías, un personaje medio raro, de apariencia voladora, con aspecto de sátrapa, mago o hechicero, son como esos curanderos que con sus artilugios y ungüentos te envuelven, que te curan de palabra. Uno se resiste pero te arrullan, leerlos es ya condenarse al riesgo de salir salpicado, de transpirarse sin trabajar, de quedar metido donde nadie nos llamó, sin comerla ni beberla. No es un predicador de ideas, no, nada que ver, ése te intenta convencer, pero con ése siempre te queda el recurso de no creerle que es lo más fácil del mundo. No, éste te invita a que te pongas cerca de sus palabras, te dice vení, acercáte, tomá, te las entrega como ofreciéndote un mate, en la mano, como convidándote un pedecito de pan casero, como la silla que te ofrece para que te sientes. Te invita a sentarte en su texto y uno confiado se sienta, como en esos silloncitos medio raros, de mimbre o de terciopelo, que hacen raros crujidos, uno tarda en acomodarse. Y de estar asi tan cerca, de sentirte tan bien recibido, es como que te dejás manosear por las palabras, les das una confianza excesiva, y llega un momento en que te manchan, terminás de leer y te sentís salpicado, te mirás la ropa, y seguro te han quedado olores impregnados en la cara o en el pelo. Después, a veces conviene ir a lavarse bien la cara y las manos, es que llega el momento de quitártelos y volver a andar limpito y correcto, lejos de las huellas de estos prestidigitadores de las nubes y los suelos, no sea cosa que andes por allí entre la gente y todo el mundo se de cuenta de que anduviste revolcándote leyendo poesía.

2 comentarios:

Miguel P. Soler dijo...

Digamos que es como haber estado fornicando deliciosa y salvajemente, y no bañarse después. ¿Entendí bien?
Lástima que Pampita no escriba poesía ¿o sí?

PD: Perverso tu post: parecía que venía de denuncia y me viraste en la última curva del párrafo.

Tino Hargén dijo...

No precisamente, no lo había pensado desde lo sexual porque esas son huellas previsibles, pero puede ser, por qué no?

Perverso? De eso se trata, pervetir lectores..