El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

octubre 11, 2005

Agamben: ¿la excepción confirma la regla?

La visita de intelectual italiano Giorgio Agamben hizo que me pusiera a mascar reflexivamente por un rato el chicle de algunas cuestiones oscilantes entre lo apocalíptico y lo cotidiano. Así, con esa extraña polaridad de escalas, donde imaginarse la puesta en escena de la voladura del mundo entero convive con la visión del aplastamiento de una cucaracha en nuestro baño. Y comenzó a rondarme cierta cuestión urticante en mis zonas de gatillo interpretativo, esos lugares que tenemos en algún lugar del cerebro –supongo- donde caen cada tanto las fichas de algo que parecieran ser conclusiones, aunque nada concluya y todo apenas comience.


Literaturización

Me ronda la idea de que en los planteamientos de muchos pensadores contemporáneos existe una especie de marcada literaturización de sus teorías, donde las personas y seres involucrados en los hechos políticos que se analizan adquieren demasiadas dimensiones de personajes, tienden a caricaturizarse con rasgos literarios como si necesitaran calificar de algún modo dentro de unas exigencias estéticas propias más de la historia de la novela o la poesía, que de la filosofía o de la ciencia social. Lejos de ser una crítica es tan sólo una observación. Es evidente que es el pensamiento Foucaultiano, aquel discurrir deambulante y tan difícil de clasificar, uno de puntos referentes donde se hace muy espesa la mezcolanza entre símbolos y realidades, entre los seres concretos y dolientes de carne y hueso, y las metáforas construidas a partir de esos seres. Un acto de corporización artística de la obra filosófica, que más que convencer como escrudiñamiento científico-lógico, debía provocar la revelación a través de un procedimiento de goce simbólico como cualquier obra de arte. Esa aparente trampa bastante difícil de desenmarañar que armaba Foucault –al que Gilles Deleuze llamó “cartógrafo” - nos revelaba por ejemplo la realidad certificada, pero a la vez novelesca e ilusoria de los hospitales psiquiátricos como referentes del disciplinamiento de una sociedad. Convertir en icono de la biopolítica hoy a la cárcel de Guantánamo gira tal vez en el mismo sentido, y sabemos que la literatura es otra de las formas de la verdad, y tal vez con mayor capacidad de conmover conciencias y sensibilidades que la historiografía.


Gimnasias del poder

Una de las ideas fuertes de la obra de Agamben, a grandes rasgos, es señalar que en el mundo occidental la política ha logrado montar la operación de un estado de no-derecho dentro del estado de derecho, el estado de excepción, donde se suspenden los derechos a los ciudadanos para poder aplicar las medidas que habrán de protegerlos. En nombre de la libertad se viola la libertad, en nombre de impostergables tareas del mantenimiento del suministro del precioso fluido de los derechos civiles, se despoja a parte de la población de ese suministro. Los defensores de la libertad se disponen a usar la esclavitud precisamente para salvaguardarla – a la libertad-. El campo de concentración pasa ser el teatro de operaciones modelo de esta biopolítica.

Más allá de lo planteado por el escritor italiano, el poder occidental ve en las “concesiones” de la democracia liberal a la vez que una herramienta de dominación conceptual y propagandística colosal, una molesta limitación. Los principios occidentales acerca de los derechos humanos y “civiles” son una mochila pesada a la hora de imaginar las posibilidades de expansión gimnástica de un poder, que si no se ejerce se supone que se marchita. La arquitectura y la bioquímica del poder, monstruosas por cierto, determinan esa lógica perversa que es la que en definitiva se esparce como rayo de rigor sobre las sociedades. El poder debe encontrar resquicios donde ejercerse sobre el entorno en una medida proporcional a su potencia, a las relaciones de fuerzas que ha conseguido. Es como un músculo del cuerpo humano que ha sido mutado genéticamente y entrenado para ser capaz de levantar naturalmente pesas de 50 kilos en cada movimiento de rutina; es imposible que acepte mantenerse en forma haciendo gimnasia con mancuernas de 500 gramos. Y el poder no puede parar de crecer, esa es el automatismo que lo alimenta. Pareciera Niestcheana esta peligrosa máxima: privarse de su ejercicio es renunciar a si mismo, es devaluar su propia vocación y voluntad de ser uno. De que sirve poseer un bagaje material de poder tan abismal capaz de aplastar en relación de 100 a 1 a toda oposición posible si no se ejercen actos que lo pongan en práctica y lo efectivicen. El poder es esclavo de la efectividad para definirse y darse vida a si mismo, y para seguir justificando su monstruosa necesidad de reproducción aumentativa.

Occidente liberado de las obligaciones de la competencia bifronte de la opción soviética - o el modelo alternativo posible - que tanto trastornó su andar desde la posguerra hasta el famoso 1989, y que lo obligaba a “competir”, ve que su único enemigo para el despliegue liberado de la máxima potencia de su poder es él mismo, son sus principios lo único que limitan más allá de las nuevas amenazas como el terrorismo internacional. Por eso, una de las hipótesis de trabajo que se plantea el poder a si mismo es cómo occidente puede deshacerse de occidente, de las reglas que lo privan de su acción. Cuando no hay lucha en el sentido de competencia contra un modelo alternativo, la única lucha posible es contra si mismo. El “estado de excepción” parece ser una forma de prometedora –y aterradora- eficacia.



Reacciones tardías, indiferencia o "prevención"

Cuantas calamidades humanas derivadas del crecimiento hipertrofiado de procesos políticos pudieron haberse evitado –o al menos ser contrarrestados antes de sus peores consecuencias- si las reacciones a los peligros por parte de las potencias en condiciones de evitarlo, hubieran sido rápidas y pensadas con alguna visión solidaria universal. En el caso del nazismo, las potencias occidentales tomaron cartas en el asunto cuando ya las consecuencias eran extremas, y se amenazaba directamente los propios intereses, y no cuando cualquier buen juicio con proyección indicaba hacerlo, en salvaguarda de principios asesinados que tarde o temprano terminarían extendiéndose a todos como la peste.

Se esgrimió aquel entonces y se esgrime siempre hoy día, que es muy difícil establecer cuando, en función de prevenir peligros a la humanidad derivados de sus acciones políticas, se quiebra el derecho de autodeterminación de cada nación sobre sus asuntos internos. Tal vez la respuesta más simple sea la más contundente: pues cuando esas acciones abandonan la propia incumbencia y operan agresivamente sobre la realidad de otras naciones. Esta teoría es un espejo de dos caras, las reacciones a intervenciones externas de unos promueven reacciones de los otros para evitarlas o prevenir su expansión, pero determinan a su vez otras intervenciones externas. Lamentablemente para la humanidad, la naturaleza de un poder que por ser poder nunca es creíble cuando dice no mirar más allá de su hambre enfermiza de expansión, hace casi imposible cualquier gesto que pueda confortar la confianza de estar basado en algún principio de sensatez humana. El péndulo viaja entre dos oscuras estaciones: la reacción tardía, la ceguera y la indiferencia al daño ajeno de los que pueden y debieran evitarlo, o la masacre preventiva y la intervención desproporcionada y desviada de su supuesto objetivo.

De todos modos creo que hay un mensaje en la obra de Agarben que tiene todo el valor de una advertencia, cuya mayor virtud es ser temprana aparte de ser advertencia. Por ello cualquier exceso o deformación en su planteo quizá sea preferible y perdonable respecto de su ausencia. La experiencia del holocausto marca que entre otras cosas fue esa reacción tardía de todos los sectores que podían alzar su voz, la que permitió la consolidación del régimen nazi y la concreción de sus más atroces calamidades. La eugenesia era un hecho que muchos se negaban a ver hasta que la sangre anónima se transformó en un liquido que mojaba el suelo donde se pisaba.

5 comentarios:

werte dijo...

Agamben me parece otro inflado. Otra gotosa moda porteña. Otro meditabundo e inaprensible izquierdismo sin consecuencias. Sus libros, que leí hace unos años porque soy el típico careta porteño, tienen dos ideas prestadas que hay que encontrar sacando con una carretilla los cascotes y la mampostería medieval.
Saludos.

Tino Hargén dijo...

Puede ser, acá lo reciben medio como estrella, y la verdad es que cuando apretás un poquito su pomo conceptual se termina enseguida la pasta. Una versión aggiornada de Foucault,mucha denuncia literaria del trágico apocalipsis, pero inocuidad absoluta respecto del que mata cucarachas ( me plagié a mi mismo ). Igual lo rescato en cuanto el acto de pensar el poder, será que como no lo tengo no me queda otro remedio que pensarlo...

Saludos y gracias por la mochila

Bardamu dijo...

Leí tu post hace unos días y volví a releerlo ahora, con alguna pequeña reflexión.
Yo también de Agamben rescato el pensar el poder. Porque el poder piensa -o despiensa- de nosotros. Es una metáfora, claro: el poder no es otra cosa que una relación social. Por eso mismo creo necesario también pensar el anti-poder, los entretejidos que silenciosamente resisten al poder, y que no necesariamente (¡especialmente no!) son aquellos que a ritmo de bombo y pancarta derivan por las calles de las grandes urbes. A veces provienen de las más primarias manifestaciones del ser: la negación, por ejemplo. Pienso que Bartleby es un resistente.

Sobre las modas. Hay una abusiva tendencia académica argentina a generar modas socio/filosoficas. Recién ponía eso en otro blog. Parece que ese año le toca a Agamben. Pero antes fueron, sucesivamente, Negri, Bauman, Zizek... Hasta Rancière anduvo por alli...
Claro que en esto entran a jugar otras cosas que poco tienen que ver con las ideas de los autores y mucho con los bolsillos y los papelitos con firmas.

Y yo digo esto porque soy un resentido: Llegué tarde al reparto y no conseguí entrada para escucharlo a Agamben desde la tribuna, para hacer catarsis.
De bronca hasta soy capaz de oirle por un ratito el discurso a la Walsh, sólo por portación de apellido y recomendación de Viñas (a las otras féminas candidatas no me animo).

Un abrazo Tino.

Tino Hargén dijo...

De acuerdo, respecto del poder, intentar entenderlo implica ya una forma de desobediencai y de negación. Se trata obviamente de una relación de fuerzas encarnada, y es posible analizar más allá de su materialidad, las posturas que lo animan desde sus respectivos polos, del lugar del que lo ejerce, lo conserva y lo alimenta, al del que lo padece, lo combate o lo niega.

Lindo tema el de las modas, a veces hasta se genera todo un entorno de adhesión a partir de que sabe que pueden traer a alguien. El problema es que los tipos de moda pasan, y las ideas también.


abrazo

Anónimo dijo...

a proposito del desencantamiento "pos" moderno...