Un argentino es digamos una mitad conformada por la lógica y el orden europeo, conviviendo con otra mitad compuesta por el desorden, la ilógica, el frenesí y el avasallamiento de lugares establecidos de lo americano. La mitad argentina insatisfecha regresa a convertir esa mitad perdida en todo, a hallar esa tronchada consumación de los valores que lo construyeron como individuo y que lo fueron destruyendo en la frustración de no verlos socialmente desarrollados. Y así, los que aquí reivindicábamos ese milagro ascendente de una tierra popular donde ningún orden se respetaba, para bien y para mal, conquistamos como una gloria el regreso al respeto por lo instituido en estado puro. Así es que fugamos de la transgresión mestiza para regresar al orden y la lógica que alguna vez supo condenar a nuestros antepasados cercanos. Será que su otrora inmovilismo social se transformó en confortable conformidad del lugar asignado bajo el reino de una versión siglo XXI del welfare state, mientras acá la abundancia y las conquistas sociales distributivas ascendentes se fueron extinguiendo entre las cenizas de muchas luchas quemadas por algunas vivezas exterminantes.
El viejo realismo europeo que a fuerza de voluptuosidades y ambiciones liberadas de límites se volvió mágico en Sudamérica, ganó en colorido creador y en fuego pasional, pero también en caos disolvente. La hechicería abrasadora de sus raíces culturales y la inmensidad de sus imprevisiones prometían volverlo un paraíso de mutaciones sociales humanizantes. Pero sucedió que lo grotesco de sus clases ladronas, su corrupción convivencial totalizadora y rapaz, la indignidad canallesca de sus opresores-entregadores y la alevosía de sus desigualdades lo volvieron un gigantesco y caudaloso río revuelto que fue ganancia casi siempre de los peores pescadores de la explotación viciosa. Cuando se vive en el desorden conservador y en la anomia, en la existencia vencida, el orden es una transgresión creativa, el respeto de sencilla reglas de igualdad ciudadana se parecen más a una revolución igualitaria que a una rutina. Se vive casi como la conquista de un nuevo derecho social.
Trasculturados + Exculturados
Pertenecer. Mejor sería si se escribiera pertene-ser. ¿A donde pertenecemos los argentinos? ¿A quién pertenecemos? Uno pertenece donde están sus sueños dicen, entonces por ello pertenecemos a un país que no fue y que no es. Es un país quebrado de divisiones que jugó y se imaginó una película de su integridad. Vivió la integridad como un deber moral, se transformó en una conquista colosal del civismo y la confraternidad lo que en su origen fue un descontrol sexual reproductivo contra los pueblos trasnculturados. Un encuentro demasiado sui generis entre trasculturados, diezmados y subsumidos de esta tierra con otros exculturados, expulsados y escapados venidos de ultramar. De tan difícil que es siempre se necesita ser héroe para sentir debajo de la piel algún atisbo de llamamiento interior en pro de un sentimiento de integridad nacional. La experiencia humana indica que no se puede obligar a amar a los extraños. Más allá del deber cívico y moral de la convivencia los argentinos nos obligamos a sentirnos iguales, nos mentimos sobre eso. Otros países logran la convivencia de razas, etnias, culturas diferentes, pero no se mienten sobre ello. Conviven como resultado de una fatigada práctica moral pero no de una imposición. Ni aún haciendo el amor a veces es posible amarse.
El único proyecto común de los argentinos que pareciera emerger como una constante histórica es hacer viable un país donde esté permitido robar, donde la ley sea generalizadamente violada, donde cualquiera con un mínimo de talento se las arregle para vivir a expensas de los Otros, y en eso me temo que hemos sido muy exitosos. No somos fenicios pero todo está en venta, no somos monárquicos pero el peso de la ley es para unos una piedra impiadosa y para otros una brisa refrescante. Dudo de que alguna vez haya habido una convicción dominante de lo contrario.
Tal vez si con un poquito de poder no se pudieran pisotear los derechos de cualquier imbécil me temo que ya no sería Argentina.
3 comentarios:
Hola, Tino:
Esto no es un spam. Tus dos posts sobre la circularidad de ser argentinos, este y el anterior, son un auténtico lujo de estilo y de pensamiento. No sólo están a la altura de algunas reflexiones de Ezequiel Martínez Estrada y Scalabrini Ortiz, sino que dan en el clavo con el "problema" argentino. Es un ansia moral, una sed de ley social lo que nos lleva a anhelar el autoexilio.
Felicitaciones. De colección, realmente. Como dice una famosa canción, nunca es triste la verdad.
Bueno Xenia, sincero y profundo agradecimiento por tus conceptos y tu atención prestada a estos posts.
El tema "argentino" me apasiona desde hace mucho en cuanto a explorarlo mediante la escritura, y espero continuarlo.
De acuerdo con que el autoexilio es moral, y hasta creo que existe un "exilio" para muchos aún dentro de nuestra permanencia en la geografía de esta sociedad
PD: En estos días también estaba tratando de desompolvar -no es metáfora- unos manuscritos de más de 15 años atrás. Obviamente que el título de este blog no debe ser casual.
...lo que no tiene es remedio ( decía la canción )
Publicar un comentario