El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

abril 19, 2014

Intraprovocaciones II

No puedo evitar que me produzca un especial deleite el tipo de iniciativas que la conducción del FPV –léase Cristina Fernández de Kirchner- viene tomando en esta etapa que son como provocaciones directas a la mayoría de los tabúes y fetiches de la cierta religión "progresista", en tanto desoyen esos mandamientos no escritos pero tan sagrados. Como dije días pasados, no es que El Relato esté en crisis, sino que se lo que está en crisis es la cantidad de "relatos" que cada sector creía que conformaba "El Relato". En el tema de la llamada “inseguridad” por ejemplo, al que yo prefiero llama “consecuencias sociales del delito sobre la integridad y tranquilidad de las personas”, se estuvo desafiando bastante últimamente la creencia en el fetiche del “ladrón bueno”, con planes de acción y despliegues de gendarmería que hicieron brotar urticarias a los partidarios de las románticas recetas abolicionistas con las que se imagina solucionar el problema del delito en algún momento del futuro utópico cuando la sociedad alcance ese ideal de "todos hermanos incluidos y unidos de la mano". 

 Ahora se suma una tocada de glúteos monumental a otro de los grandes íconos de esta liturgia pseudo-revolucionaria: la suprema condición absoluta de la protesta callejera. Ese real mandamiento que expresa que cualquiera que proteste en la calle tiene derecho a cagarse en todos los demás y en todo lo demás. Que por la simple razón de protestar por algo resulta ungido de pronto de un derecho sagrado a la impunidad para provocarle al resto de los pobres mortales que lo acompañan en la sociedad cualquier tipo de flagelo. Donde el solo nombre de la protesta pareciera articular un derecho de orden supremo y divino que pisotea cualquier concepto de igualdad en tanto el resto solo puede hacerse acreedor de un solo mensaje: a joderse.

Cualquier planteo que intente argumentar sobre la necesidad de poner ciertas reglas democráticas de convivencia a las protestas urbanas para garantizar una mayor igualdad en el reparto de derechos ciudadanos es vista con la misma necia y paranoide mirada represiva, suscribiendo teorías conspirativas y agitando fantasmas dictatoriales por suerte de épocas pasadas. En tiempos de consolidación democrática, donde se apunta a mejorar la calidad institucional y fundamentalmente la calidad y la equidad en el acceso a los derechos de todos, la iniciativa del FPV para regular y ordenar las protestas callejeras que afecten el normal desenvolvimiento de la vida de las personas, me parece muy buena, y no creo por ahora en especulaciones extrañas.

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