El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

marzo 02, 2014

Intraprovocaciones

Normalmente los discursos de Cristina incluyen buena parte de contenido provocador, y lo hace a través de alusiones directas y de ironías quirúrgicamente precisas. Y digo provocador en el buen sentido, por aquellas palabras que son capaces de llegar al destino de las fibras íntimas de los que la reciben. En su mayoría siempre fueron provocadoras para con sus adversarios, con la oposición salvaje ligada a los medios hegemónicos, con los sectores políticos que no acompañan el proyecto y los que apenas lo digieren desde una neutralidad hostil como buena parte de los empresarios por ejemplo. La novedad es que esta vez incluyó quizá más marcadamente que nunca, aristas provocadoras dirigidas a sus propias huestes, destinadas a amargar el oído de sectores que conforman el arco de esa progresía nacional y popular que suele abrazar con mayor o menor vigor el relato. 

Una de las provocaciones evidentes fue dirigida contra la idea de una especie de condición sagrada e incondicional de “la protesta” que consiste en que el estado no debe impartir ningún tipo de regla para mantener el orden y la equidad del uso del espacio público ante cualquier agrupación de personas que ocupe la vía pública y lo haga a simple título de “protesta”. 

 Al abono de una de las máximas más representativas del relato kirchnerista –la de no criminalizar ni reprimir la protesta- se fue instalando la idea de que hay derecho sagrado y absoluto a cualquier método y que el fin de una protesta justifica todos los medios. La protesta daría derechos a pisar todos los derechos del resto de la sociedad. Este leiv-motiv del “piquete free” es una especie de festival para el regocijo de cierta progresía que lo cree demostración de libertad y expresión del derecho de la clase trabajadora. Esa sensación de empoderamiento que da el hecho de saber que basta sufrir una injusticia laboral que amerite un reclamo para poder joderle la vida a quién sea. A tal punto llega el alcance de este mito en Argentina que muchos lo usan como divisoria de aguas entre izquierda y derecha: el partidario del “piquete free” se lo supone de super izquierda sensible a los sagrados derechos de los trabajadores y al que tímidamente aspira a un sistema de piquete civilizado u organizado, se lo estigmatiza como un derechista represor, facho de mierda y conservador.

Dentro de esa dinámica pueden suceder casos extraños. Si trabajadores de la empresa X cortan una calle de un microcentro de una ciudad con un cartel que dice “Basta de despidos en la fábrica X”. Pero uno pasa por la fábrica X que está localizada lejos de la ciudad y se encuentra que están trabajando, que los patrones no sufren ninguna presión por merma productiva, porque se ha elegido una vía de presión por demás indirecta basada en encadenar perjuicios hacia terceros. La idea sería que el ciudadano común presionado por los daños que provoca en su vida la protesta presione al gobierno para que a su vez el gobierno presione a los dueños de la fábrica para que haya una solución. Pero al mismo tiempo, si los mecanismos legales están vigentes y funcionan, si el Ministerio de Trabajo que tiene los resortes para actuar actúa, si está vigente el derecho de huelga para presionar en forma directa al dueño de la fábrica parando la producción, uno se pregunta ¿por qué sigue primando la idea de la protesta como bolonqui tercerizado´? 

La clave parece ser el llamado de la atención de los medios, una vía que se presume todopoderosa para torcer rumbos y desencadenar un sistema de presiones que concluya con el objetivo. Constituye la única vía en caso de los reclamos sociales que no es inscriben dentro de una relación laboral directa donde existe el recurso primario de la huelga como presión, suelen tener como único objetivo obtener repercusión mediática. Entonces ¿por qué escandalizarse por pensar en un sistema de protestas regulado para perjudicar lo menos posible a gente ajena por completo al problema? Tal vez la respuesta esté en estas palabras de Mario Wainfeld en Página 12; hasta donde la protesta callejera desregulada roza el rango de derecho absoluto: 

“La decisión de no criminalizar la protesta social es uno de los pilares políticos y simbólicos del kirchnerismo. Le ha valido muchos quebraderos de cabeza, que incluyen la adopción de la metodología por grupos poderosos, como las patronales agropecuarias que llevaron los cortes al paroxismo. Abusos ha habido y hay, pero el criterio oficial vigente desde 2003 es valioso, sobre todo tomando en cuenta la reciente historia argentina. Es prematuro discutir iniciativas apenas insinuadas, pero es forzoso indicar que armonizar derechos es complejo. Y que la movilización en el espacio público, sin ser un derecho absoluto, ranquea muy alto.” 


En mi interpretación las alusiones al presentismo docente se inscriben -extrapolando con salvedad de las distancias y con todas las prevenciones del caso- dentro de la misma tónica que las que apelan a sermonear al poder judicial, porque en ambos casos se tiende a romper férreos mitos que rodean y protegen ciertas prácticas corporativas laborales asociadas al folklore instalado de las realidades de determinados sectores, y que son presentados como falsamente como “conquistas”. En el caso del poder judicial se trata más de cuestiones ligadas a los funcionarios que a los trabajadores, como no pagar ganancias, trabajar sin rendir cuenta alguna temporal ni física por los resultados, tomarse feria en enero y mitad de julio, etc. Del alto ausentismo instalado como práctica y naturalizado de los docentes “no se podía hablar” son pena de provocar una irritación del orgullo gremial, cuando es un tema que debiera formar parte de la agenda de todo trabajador o profesional. En un contexto donde el estado lucha por recuperar su reputación de eficiente prestador de servicios vitales para la sociedad, frente a la andanada neoliberal que ha pretendido y pretende presentarlo como impartidor exclusivo de ineficiencia, estafa y basura, es preciso estar dispuesto reflexionar sobre cuestiones instaladas que ayudan poco a ese objetivo. La Presidente desde el lugar de haber encabezado un gobierno que jerarquizó como ninguno el presupuesto general y el salario docente parece haber desafiado la idea de no hablar.

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