El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

septiembre 15, 2012

La polarización compartida

La acusación más conocida que pesa sobre el kirchnerismo, tanto en su versión nestorista como en la actual cristinista, es su forma global de concebir y ejercer la política, que incluye desde la propia gestión hasta la construcción simbólica de su relato, es que conduce al binarismo excluyente, al todo o nada, al estás conmigo o sos mi enemigo, a la no admisión de matices ni alianzas, a reducir a la realidad a una bipolaridad imposible de evitar, a forzar un estado de conflicto permanente. 

Ciertamente, lejos de ser un invento, las tensiones polares se palpan como un dato de esta Argentina reciente y actual ¿Pero quién ha contribuido causalmente a tal situación? ¿Solamente el kirchnerismo por haber tomado una iniciativa de confrontación o es la propia oposición que se polariza detrás de las ideas y estrategias del polo mediático? En mi manera de verlo el fenómeno es compartido, porque el kircherismo propone la binarización pero el la oposición la que la consolida como tal y termina de darle vida. Si la polarización que se lanza desde el relato K no fuera confirmada por el acto equidistante de los medios que fuerzan la escena aglutinando aliados en su intento de mejorar la relación de fuerzas en su guerra total contra su enemigo jurado. Son ellos que intentan y logran concentrar a toda la oposición tras su interés y su relato. 

El kirchnerismo forzó al clarinismo a polarizar el espacio opositor como instinto combativo primario y luego esa estrategia fue moldeándose como la forma correcta de desterrar la peste de las ideas populistas para siempre. Hasta la construcción de un Lanata ultra anti K responde a esa estrategia: la pauta es demonizar, jamás reconocer nada bueno, presentarlos como lo peor de lo peor y que todo lo que venga a asociado a ellos deba ser borrado de la faz de la tierra argentina. 

¿Por qué hay tan poca oposición progresista que a la vez sea firmemente anti-clarinista y anti-neoliberal? No se entiende como no hay nadie que quiera –que pueda es otra cosa- disputarle al kirchnrismo el terreno de los principios doctrinarios básicos que componen su relato, para construir otra versión. Se habla tanto del relato K, ¿pero por qué a ese relato kirchenrista solo se opone un solo relato; el relato “oficial” de la cadena del desánimo, del neoliberalismo que intenta sobrevivir a través de explotar las reservas psicopatológicas clase medieras?


Las explicaciones pueden ser varias. Podríamos empezar por entender que la tremebunda tibieza del llamado “centro izquierda” hace que ninguna fuerza sea capaz de crear un relato propio, ni siquiera un prólogo o un preámbulo. Es obvio que gente como Binner o Alfonsín, exponentes de una anemia discursiva patética, carezcan de relato propio, y en tal caso deban asimilarse a uno de los dos relatos imperantes o naveguen en un gris indefinido.  Pero hay otro razonamiento que promete mejores frutos explicativos: la iniciativa asumida por el kirchnrismo que desafió algunos resortes sensibles de la confortable hegemonía que venían ejerciendo los sectores concentrados del poder económico, forzó un sinceramiento ideológico de todas las expresiones políticas. Destruyó pieles y máscaras y dejó expuesto en carne viva núcleos, almas y entrañas puras. Y la experiencia fue muy interesante en tanto apareció expuesto a la luz que la derecha formaba parte de los núcleos y las médulas de varias expresiones que la jugaban de socialistas o progresistas, incluyendo figuras, dirigentes, intelectuales y operadores mediáticos. Por consiguiente, si no hay otro relato de izquierda puede que sea porque ninguna fuerza política importante es realmente de centro izquierda, son todas expresiones a lo sumo asimilables a la tercera posición de los Tony Blair o la socialdemocracia europea de las Angela Merkel que representa solo una versión de la llana derecha levemente maquillada de sensibilidad social, cuyo maquillaje se fue derritiendo velozmente en los últimos tiempos al calor de la actitud tomada respecto de la crisis capitalista. 

Dejando de lado a las izquierdas ultra minoritarias que en estos tiempos de obligada síntesis han quedado más desorientadas que Adán en el día de la madre y actúan como sectas que cada tanto se montan sobre algún fetiche nuevo, también están los opositores que podrían atreverse a estar un poquito a la izquierda del promedio imperante pero creen que construir un programa sobre varios de los pilares de la orientación del kirchnerismo sería reconocer que es bueno, y por lo tanto sería antipolítico, darle carne al adversario, hacerle propaganda para volverlo más invencible aún. Entonces siguen apostando a que lo mejor es diferenciarse claramente adhiriendo a la oposición más totalizadora e insultante, y jamás dar por buenos ninguna de sus ideas fuerza. Esta estrategia a la luz de los hechos histórico recientes vino mostrándose equivocada, en tanto nadie fue capaz de reconocer que son esos principios los que son aceptados: intervención de la economía, recupero de la soberanía nacional en las decisiones económicas estratégicas, política social directa y agresiva de redistribución que se muestra en cosas tangibles (desde la asignación universal por hijo, pasando por la netbook entregada al chico de la escuela hasta el fútbol para todos) y son los que sustentan el ya mítico y manoseado 54%. 

“Nuestro programa es continuar y profundizar todo lo bueno del kirchnerismo, pero mejorar lo malo” ¿No tendría más chances de competencia una agrupación con una propuesta de este tipo que seguir la apuesta a defenestrarlo como la peor basura de la historia?  De la Rúa ganó prometiendo que no iba a tocar lo bueno de Menem -la dichosa convertibilidad- e iba a mejorar lo malo -terminar con la fiesta-. Con eso ganó una elección presidencial; si, increíble pero cierto.

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