El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

febrero 27, 2012

Andares del segundo mandato


El fin de la síntesis


Los tiempos de elecciones presidenciales, con su posibilidad de ser puntos de inflexión estructural en las orientaciones políticas generales, potencian las conclusiones globales y desalientan la detención en los problemas puntuales. En vísperas de transiciones importantes tendemos a sopesar estructuralmente lo mejor por sobre lo peor, forzamos balances globales donde se impone mucha jerarquización de aspectos, nos concentramos en lo medular de cada proyecto en juego y comparamos. De eso derivan apoyos y rechazos macro, necesarios para decidir sobre los trazos gruesos que marcan un direccionamiento político más allá de lo que se juzga como importante pero accesorio; en definitiva todos escondemos basura debajo de la alfombra para decidir. A esto debemos agregar que en estas instancias los gobiernos hacen todo lo posible por lucir mejor, gastan todo lo que pueden en hacer y presentar las cosas lo mejor posible, postergando decisiones antipopulares y pateando para adelante aquellos problemas cuya solución contiene irremediables costos políticos.


Pero las elecciones pasan, se termina ese período de gracia y regresan los tiempos áridos donde los gobiernos deben volver al llano y esa forzada síntesis decisora de la gente se desagrega. De pronto la realidad pareciera desplomarse de un golpe sobre la escena en toda su extensión dejando ver, como iluminados por súbitos focos, todos los detalles antipáticos que antes habíamos puesto en segundo plano. Y así es que las miradas fueron recuperando un nivel más amplio de discernimiento y se encontraron para colmo con un gobierno cuyo comienzo de segundo mandato fue realmente poco inspirado por decirlo de una manera elegante. Y esta vez hay que relativizar la influencia agitadora de los medios frente a la fuerza propia de torpezas y miserias, de algunos puntos oscuros que se volvieron visibles de pronto, para todos. En breve resumen podría enumerar una serie de eventos sucedidos en el transcurso del flamante mandato: torpeza en el manejo de la política de la quita subsidios, que más allá de parecer necesaria como mejora de la asignación de recursos que tienda a financiar quizá inversiones estatales que son prioritarias, no estuvo en ninguna de las propuestas de la plataforma electoral y fue presentada con apresuramiento, incluyendo improvisadas movidas marketineras como el engendro de la “renuncia” a través de voceros mediáticos, torpeza en dirigentes generosamente bendecidos por las circunstancias como Boudou que salió a hablar de re-reelección sin el menor timing político y cuyos negocios personales dan pie a todo tipo de dudas, irrupción del tema minero a través de las reacciones de las poblaciones afectadas, enfrentamientos internos con relación al frente sindical que enrarecen la atmósfera de las negociaciones salariales, defensa de aumentos del ciento por ciento a legisladores ejerciendo un irritante gesto de pertenencia a la “clase política”.

Algunos enclaves neoliberales no desactivados, el menemismo inalterado.


La minería.


Antes de las elecciones los medios descartaron este tema como fogonero de campaña. Subestimaron su influencia, o pensaron que era un tema demasiado ligado al discurso de referentes caídos en desgracia como Pino Solanas o agitado por grupos extremos como los ambientalistas que resultaban de dudosa confianza. Y obviamente a ninguna fuerza que represente intereses empresarios le interesa impulsar una ideología que se caracteriza por introducir problemas en los negocios y agitar un fantasma que luego puede volverse como un boomerang sobre algunas de sus explotaciones económicas. Pero de prono fue la reacción de los pobladores locales lo que “obligó” a los medios a poner el tema en el tapete, y aún a admitir a usarlo como mecanismo opositor. Pero es obvio que ni TN ni La Nación lucen cómodos soportando una causa que en esencia significa darle prense a la idea de que los problemas ambientales son más importantes que la renta empresaria. Los anunciantes seguramente no ven con buenos ojos esta peligrosa agitación del reclamo ambiental en tanto es obvio que en cientos de otros negocios la relación con las inversiones en protección ambiental no es amistosa precisamente. En esta cancha embarrada se leen todo tipo de distorsiones técnicas y se mezclan conceptos sin ponerlos en su debido contexto. Se incluye la reproducción de incoherencias mayúsculas, obviamente rubricadas por las izquierdas anarcas y troskas que hacen su habitual contribución tan involuntaria como efectiva a las causas empresarias, como la bajada de línea que se reduce a un slogan del tipo “la única minería dañina es la kichnerista, toda la demás es buena”. Entonces pretenden instalar que la minería “tradicional” de socavón o extracción subterránea es sana, pero la que se realiza “a cielo abierto” es un demonio irremediable. Romper la tierra y agotar sus sustancias subterráneas no constituye crimen ambiental alguno, pero romper y extraer la parte de arriba es una aberración. Sería como afirmar que extraerle los órganos internos a una persona con un trépano pero sin desollarla no constituye crimen alguno, pero quitarle la piel y sacarle tejidos a la vista si.


Convengamos que para definir a una actividad como nefasta, asesina y desterrarla como si fuera la peste se necesita acreditar su fuerte grado de negatividad ambiental y social. No se puede prohibir una actividad sin suficientes fundamentos. Estoy en pos de las respuestas técnicas que me expliquen si los daños ambientales y de salubridad de esos proyectos son tan significativos como para hacerlos inviables. Los informes técnicos podrán darnos elementos para opinar con fundamento y aplicar nuestro propio criterio de equilibrio ambiental.


Pero el tema desborda inmediatamente a lo político porque una propuesta productiva puede ser ambientalmente factible pero políticamente indeseable. Aún aprobado nuestro examen ambiental, tendremos que definir el sentido social que tienen en términos de desarrollo promover este tipo de proyectos que siempre implican participación activa del estado a nivel de una negociación y no se reducen a otorgar un mero permiso de actividad, ya que sin los convenios ajustados con el estado las enormes inversiones que se ponen en juego en proyectos mineros de este tipo dista mucho de ser naturalmente rentables.


Entonces hace falta cuantificar y calificar los efectos sociales positivos que tienen realmente los emprendimientos extractivos a cielo abierto. Medir si realmente existe algún tipo de beneficio social consistente de ellos. Si se pone en marcha toda una monstruosa movilización de recursos y se rompen montañas para que hagan negocio temporario unos pocos accionistas multinacionales, algunos funcionarios embolsen jugosas cometas y armen colosales curros contratistas pero la sociedad en su conjunto solo reciba las migajas residuales, no parece ser una elección política correcta. Y aquí aparecería peligrosamente cerca el fantasma para mi nefasto de la "teoría del derrame", lo que nos indicaría que la megaminería no sería otra cosa que unos de los enclaves sobrevivientes del proyecto neoliberal noventero en el medio de una Argentina que se suponía ya estaba instalada en otra dirección.


Los transportes


Han sido uno de los talones de Aquiles del gobierno, aún en época de Kirchner. Primero con una política que no tocó en absoluto lo hecho durante el menemismo y puso a los funcionarios de peor imagen como el impresentable Ricardo Jaime, finalmente eyectado por el propio Néstor que al fin se convenció tras las elecciones legislativas del 2009. En materia de concesiones y manejos de contratos de privatización poco y nada cambió de lo instituido en el menemato. La única excepción fue la reestatización de Aerolíneas Argentinas, que sobrevino más como un manotón para salvar a la empresa después de espectaculares desastres y fugas de los operadores privados que como resultado de una política concreta en la materia. Respecto de los ferrocarriles jamás se sostuvo la idea de recuperarlos como modo de transporte nacional inserto socialmente, y para colmo el único ruido fue un faraónico proyecto de tren bala caído en desgracia. A nivel terrestre los avances fueron muy pobres, se lograron terminar algunas autopistas pero en la mayoría de las rutas argentinas siguen acumulando records de accidentes fatales y no se observa una política clara destinada a mejorar y actualizar el parque vial del país. Los trenes metropolitanos que cubren el transporte de pasajeros en el Gran Buenos Aires, reservados como única porción rentable del sistema, languidecieron en el mantenimiento del tipo de concesión menemista plagada de desinversión, descontrol y encima ayudados con subsidios.



Los medios siempre en el medio


Ahora bien, frente al impacto a la reciente tragedia de la estación Once, facturarle al gobierno exclusivamente un accidente de trenes en el caso que se demostrara su responsabilidad política en el mantenimiento de una concesión viciada de irregularidades o negligencia en los controles, es al menos injusto, en tanto los medios que se lo facturan deberían darle su parte proporcional al menemismo, que fue el período político en el cual se pergeñaron, diseñaron y se construyeron a mansalva este tipo de negocios. Se le puede imputar al gobierno no haberlos podido –o querido- desactivar, pero no debe olvidarse quién fue su arquitecto. Y como estos medios que se hoy se ponen en la vereda crítica de la falta de controles y aúllan reclamando supervisión estatal, aplaudían el modelo de la privatizaciones a cualquier costo, y acuñaban frases liberalizadoras como “antes que sigan dando pérdida es mejor que los regalen”. Ahora resulta que han devenido en defensores de la intervención estatal, pero antes contribuyeron con su prédica global a crear estos enclaves descontrolados de renta favorecida y privilegiada.


Pero los medios, a pesar de tener la fortuna de encontrarse con una serie de escenas de impacto negativo, incluso mayor que el magro efecto que obtuvieron antes de las elecciones invirtiendo infinitos recursos para la prédica, siguen produciendo piezas de inverosímil guerra simbólica plantando oposiciones a cualquier tema en el que el gobierno asuma una postura caracterizada. Basta que el gobierno ponga en evidencia una postura a favor o en contra de algo para que desde la usinas mediáticas se pergeñe una campaña contraria a través de un elenco estable compuesto de un puñado de figurettis de mezclado origen –ex periodistas y escritores progres como Lanata, Eliaschev y Caparrós, profesoras de literatura argentina y autoras del género ensayístico tutti-frutti como Beatriz Sarlo, intelectuales engolados en pleno éxtasis de pasión neoconservadora como Santiago Kovadloff u oscuros personajes del puterío cultural como Quintín-. El colmo es esta movida cultural anti-malvinas o neokelperiana, patrocinada desde diarios como La Nación cuya línea editorial histórica ha sido la defensa encendida de la causa Malvinas y donde jamás cupieron adhesiones tan fervorosas a los argumentos del enemigo.


Las ventajas de un alerta crítico


Serán buenos momentos para ir diferenciando a los que apoyan o son directamente partícipes de este gobierno por interés económico personal, por cuidar algún kiosco o curro amasado desde algún contacto relacionado con alguna de beneficencia oficial, de los que lo apoyan por sencilla convicción ideológica y creen de buena fe que el direccionamiento de la gestión responde a motivaciones de transformación.


Hacer la vista gorda de alguna cuestión negativa para privilegiar lo positivo puede ser aceptable en quién apoya por convicción, ahora cerrarse a toda crítica y ejercer una defensa incondicional de todas y cada unas de las cuestiones donde esté vinculado el oficialismo admite solo dos posibilidades, o un fanatismo irracional carente de todo matiz crítico o la complicidad de estar cuidando oscuros intereses personales. Noto en algunos interlocutores con los que suelo compartir algún intercambio de ideas una peligrosa tendencia a practicar el rito extremo de la fe ciega o desbordada de entusiasmo fanático o el puro aborrecimiento irracional. Se oye el consabido rechazo opositor en forma de visceral descalificación total y absoluta de todo lo que provenga del gobierno, o un ulular militante indeseablemente incondicional que cae en los terrenos de la creencia. Ningún funcionario debería lucrar con ese sentimiento genuino y llenarse los bolsillos a costa de un apoyo principista que es sanamente otorgado, y ningún adherente debería ser tan ingenuo como para creer que toda corrupción es un invento de la prensa opositora y que dentro de la trama que compone el proyecto oficial no hay también mercenarios que se pasan por el forro todas las motivaciones ideológicas y solo interpretan un papel con tal de aprovechar la oportunidad de hacerse ricos.

No hay comentarios.: