El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

agosto 16, 2011

Impresiones primarias





La sensatez está en el cotejo de los matices, en las enmiendas relativas con las que procede el entendimiento para poder discernir. Es insensato y necio no saber reconocer la diferencia entre lo malo y lo bueno en primera instancia, como así también entre lo bueno y lo mejor, pero también lo es no saber diferenciar lo malo de lo peor.


El aplastante triunfo de Cristina Kirchner alcanzando el 50% de los votos en las elecciones primarias irrumpió con un fuerte grado de sorpresa. Tras los episodios de Capital Federal, Santa Fe y Córdoba, la cosmovisión anti-oficialista venía gozando de una breve primavera ascendente a través de sumar indicios favorables que luego demostraron ser una sucesión de lecturas interesadas y desviadas por la ansiedad y el deseo. Por momentos “el efecto Del Sel” ilusionó con que bastaría con muy poco para recoger el voto anti-K que parecía ofrecerse casi regalado a disposición de cualquier esperpento que apareciera sonriendo y diciendo obviedades. El triunfo del marketinero orgullo “cordobesista” de De La Sota y los cacareos federalistas de Binner enfatizaron las presunciones de una inminente rebelión peronista protagonizada por los “históricos pejotistas” regionales que defenderían sus derechos ante el intolerable avasallamiento de una Cristina centralista y digitadora de candidaturas camporistas. La sombra de ulteriores traiciones de parte de algunos Barones del Conurbano en beneficio duhaldista completada el combo del optimismo opositor.


Pero lo llamativo es que yo notaba en las conversaciones cotidianas de la calle con personas de evidente sesgo antikirchnerista, era un flujo de confianza que se retroalimentaba para exacerbar un cauteloso pero firme entusiasmo. Predominaba en estos “razonamientos” que se dejaban oir una especie de contagioso desprecio personal hacia la Presidenta extensivo a toda una estructura oficial vista como siniestra, corrupta y terminal. Una sencilla y voluptuosa animadversión, que por carácter transitivo se propagaba como sentido común de referencia sensata, de buena gente, en parte recogiendo de modo acrítico las bajadas de línea de las corporaciones mediáticas alineadas en un trabajo de destrucción tan perseverante como capcioso, y en otra anudando diversos clisés imperantes. Pero también era notable como en el núcleo de este rechazo prevalecían las críticas formales a los modos de ser y de conducirse políticamente del kirchnerismo respecto de las objeciones al modelo económico o a la gestión. Frases del tipo “la gente está podrida de ese autoritarismo que tienen”, “esa forma altanera de expresarse y siempre querer imponer lo de ella” eran moneda corriente. Pero cuando se hacía la pregunta por las razones concretas que respondieran a una evaluación de la gestión, no se ofrecían respuestas contundentes ni menos razones para determinar que el voto contrario respondiera al entusiasmo de las otras opciones superadoras. ¿La inflación, la corrupción, el desorden urbano, la falta de viviendas, la inseguridad, tal vez reconocidos puntos negros de la gestión oficial eran lo primero sobre lo que las ofertas opositoras nos aseguraban solución? En absoluto. La carencia de propuestas concretas era tan desoladora que ni siquiera los opositores se aventuraban a mencionar la posibilidad de tener un plan que pusiera fin a estas falencias, que más allá de estar agrandadas por la propaganda, existían. Primaba el reconocimiento de que se votaría a Binner, Alfonsín o Duhalde tan solo para expresar un rechazo visceral a Cristina y no porque algunos de los mencionados mereciera algún verdadero interés o confianza. Si repasábamos prolijamente lo que ofrecía esa oposición como propuestas estructurales de modelo para suplir al que ha encarnado el oficialismo ¿qué era lo que se veía? En un mar de vagas indefiniciones solo se dejaban ver señales de coqueteo con regresiones neoliberales anacrónicas que para colmo chocaban como un tren de frente contra los acontecimientos internacionales desbordados por la más cruel crisis de dicho paradigma. Tal era la única tendencia legible de la inclusión de operadores eternos del ajuste como Javier González Fraga, Martín Redrado o Alfonso Prat Gay. Y esas tibias insinuaciones de Alfonsín y Binner sobre el “aprovechamiento progresista” de una situación internacional favorable resultaban totalmente incompatibles con esta ingenua –o deliberada- amistad con los representantes del neoliberalismo más regresivo.

El colmo de aquella postura que ponía por delante una cuestión de piel por sobre los fundamentos conceptuales y técnicos que debieran fundamentar un voto, hacía hincapié en el rechazo a la Presidenta por su narcisismo personal, olvidando que los dirigentes de la oposición practicaban un mismo o peor narcisismo respecto del gobierno y respecto de su forma de hacer política, como quedó expresado en su comportamiento a la hora de construir alianzas y estructuras electorales. Pareciera que si se es narcisista en el ejercicio del poder está mal, pero si se lo es desde la oposición está todo bien. Buena lección fue para los que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el suyo, o de enfermos de autoritarismo despótico o egocentrismo extremo como Elisa Carrió o Pino Solanas que acusan a sus enemigos de sus propias patologías.

Otra de las cosas que me resultaba irritante de la escena era la falta de reconocimiento de los adherentes a la oposición a medidas concretas del gobierno de sesgo progresista y más aún las que beneficiaron a sectores que son paradójicamente los que siempre encabezaban la más tenaz oposición. Y que fueran negadas desde la pura necedad o la repulsa personal. Los que las desprecian por izquierda con esa mezquindad de no saber reconocer los méritos tan solo porque son encabezados por una fuerza ajena e intentan descalificarlos de modo absoluto sin otorgar al menos el beneficio de una relativización con arreglo al contexto. Nadie pretende, por ejemplo, que una izquierda que sueña con la abolición del capitalismo apruebe una gestión de un modelo que no la plantea, pero si se aspira a que sepa hacer una lectura inteligente de las gradaciones existentes entre los niveles de furia reaccionaria de unas derechas cuyo proyecto aborrece cualquier concesión, frente a otras propuestas que implican una fuerte dirección contraria y provocan beneficios concretos a favor de los ideales de cambio. La muletilla “hacerle el juego a la derecha” que suele esgrimir el oficialismo suele quedar en ridículo cuando se busca con ella apagar el derecho a la crítica y el disenso, pero cuando se comete con total alevosía por parte de sectores que se dicen de izquierda resulta una operación tan irritante como concluyente en sus resultados; se termina avivando el fuego de las peores calañas de insensibles sociales, de salvajes fascistas que conciben la pobreza como un hecho natural justo e incorregible.

El voto anti-cristinista quedaba reducido a un collage vidrioso sustentado por una lado por los restos sobrevivientes de aquel shock de resentimiento campestre del 2008 que todavía permanecía en los más soberbios y desagradecidos -que aún nadando en la mayor bonanza de sus vidas eran superados por su rancia, mezquina, prejuiciosa e ignorante ambición- y por el otro las inclinaciones naturales de radicales, independientes, centro derechistas, garcas y progres anti-peronistas que ni siquiera se movilizaban por un entusiasmo genuino por alguna de las pálidas opciones ofrecidas sino por el impulso de votar en negativo. Frente a tanta oposición capciosa, odiosa, necia y revanchista impulsada por un machaque mediático expuesto en su obvio interés, frente a tanta negación de evaluar evidencias y exacerbar ese voto reactivo, es entendible encontrar la respuesta que dio el pueblo a la hora de las urnas en estas primarias presidenciales, cuando prima una síntesis perceptiva mucho más global, superando las expectativas de ambos bandos.


4 comentarios:

Udi dijo...

Excelente, como siempre. Y el epígrafe, demoledor.
Saludos

Tino Hargén dijo...

Gracias Udi!

Saludos

Lily dijo...

Hola¡Lei atentamente tu analisis,coincido con tu mirada,si bien algunos terminos si se quiere peyorativos,como garcas,progres antiperonistas ,soberbios,etc,los hubiese dejado de lado,creo que con la altura de tu analisis no eran necesarios.

Tino Hargén dijo...

Gracias por deja tu opinión Lily. Puede ser, tal vez esa enumeración a través de los motes que recibe cada sector no suena muy ajustada al tono del texto en general,pero quiso ser descriptiva y no peyorativa.

Saludos