El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

junio 26, 2011

Un fútbol de humo


Finalmente le tocó el descenso a River. Caminar por la cornisa parecía una rutina riesgosa pero controlada hace unos meses atrás, pero de pronto llegó la derrota con Boca, el empate frente a San Lorenzo, el borde empezó a ponerse resbaladizo y la caída al abismo se volvió más cercana que nunca. Primero desembocar en la promoción por muy poco, al filo de salvarse, y luego el resultado esquivo de la fatídica serie con Belgrano. El fútbol como en la vida, a veces la malas rachas suelen volverse crueles e insaciables, y se empecinan en no detenerse hasta el peor de los daños. En ambos partidos no hubo una superioridad clara de de uno sobre otro, pero los caprichos del fútbol siempre dan su dictamen. River mostró la misma confusión y el mismo desorden futbolístico de todo el último torneo, con muy poco juego asociado, con escasa jerarquía individual, repitiendo errores y deficiencias, y apelando al puro voluntarismo de la actitud que no alcanza. Belgrano con un juego típico de la categoría, de buena presión defensiva, carrileros de ida y vuelta, un enganche que trata de distribuir y un punta veloz. En el balance de ambos partidos queda la sensación de que la fortuna de la pelota podría haberlo favorecido un poco más a River en un trámite parejo donde Belgrano hizo pesar su oportunismo. Y provocó mucha pena ver a los jugadores tan dolidos porque más allá de sus limitaciones, lucharon con lo que tenían hasta el final y no se les puede reprochar nada en ese aspecto.

Es evidente que la dirigencia, el cuerpo técnico y los jugadores actuales debieron cargar una mochila de plomo que era ajena a su responsabilidad. Y con ese lastre hubiera hecho falta una gran inyección de brillantez futbolística para remontar lo adeudado tras cuatro torneos en un par de campeonatos, o una buena dosis de fortuna; ninguna de las dos tuvo lugar. La administración de Passarella tendrá su cuota parte de responsabilidad, pero es evidente que el peso mayor de los fracasos deportivos recae, en calidad y cantidad, sobre la nefasta gestión de José María Aguilar. Demenciales elecciones de técnicos, revoleo criminal de jugadores traídos sin ninguna idónea evaluación de sus méritos deportivos, zona liberada a los negociados con pases, empresarios, representantes, inversores, barras bravas y oportunistas de toda laya. Recordemos como llegaban los enfrentamientos de su barra que derivaron en muertes; se peleaban por los dividendos del pase de Higuaín al Real Madrid, tal vez el último acto simbólico de la desquiciada gestión de Aguilar; los carroñeros insaciables tironeando el botín del reviente de la que sería a la postre la última gran figura surgida de unas divisiones inferiores destruidas. Precisamente, el caso de las divisiones juveniles fue alarmante, un asesinato alevoso de lo que fuera una gran cantera proveedora de jugadores con el despido de Delem y otras medidas devastadoras. Todo coronado por los pagos a periodistas mediáticos partidarios para mantener el jolgorio.



Los vaivenes de una industria sin chimeneas

Pero paralelamente a los desastres propios de su gestión institucional, River fue también una víctima más de un fenómeno que en los últimos años fue minando la competitividad de los equipos grandes, pero principalmente de Boca y River que eran los que solían imponer con cierta facilidad su notable hegemonía social y económica sobre los demás, traduciéndola en términos de éxitos deportivos. Los escenarios fueron cambiando y todo el fútbol terminó girando totalmente alrededor de la exportación de jugadores, del usufructo de ese valor agregado que se supone pagarán las potencias extranjeras por los diamantes de nuestro medio. Una verdadera industria que no figura en las estadísticas, y que dentro de su estructura exportadora produjo un cambio clave que determinó el comienzo del vaciamiento de los planteles de los equipos grandes: los clubes chicos comenzaron a acceder a los mercados extranjeros en forma directa gracias a acción de propaganda de la creciente red representantes y empresarios. Durante mucho tiempo fue un requisito indispensable para que un jugador originario de un club chico adquiriera alta cotización que se desempeñara en un club grande o en la selección nacional, lo que facilitaba la adquisición por parte de Boca y River. Eran los tiempos en los que Boca y River se nutrían de divisiones inferiores superlativas y de comprar los mejores jugadores de los equipos chicos que iban apareciendo; para las cotizaciones que se manejaban, el poderío de ambos era suficiente para absorber a los más destacados. A mediados de los 90 Boca le compró por una cifra módica a Argentinos Juniors una serie de jugadores juveniles entre los que estaba Riquelme. Eso sería hoy imposible y un prospecto joven de las cualidades de Riquelme sería colocado directamente a algún club Europeo por una suculenta cifra ya que son cooptados casi de niños por una red de representantes que está muy atenta en todo el país a la espera de capturar algún talento potencial. A eso se sumó el ingreso a la importación de clubes segundo orden de ligas emergentes como la griega o la rusa, que se agregaron a las tradicionales ligas europeas y mexicanas, y se convencieron de la oportunidad de adquirir jugadores cada vez más jóvenes que surgen en equipos pequeños con la promesa de poder beneficiarse luego de un enorme valor de reventa hacia las grandes ligas.


Los cultores del humo

Esta imposibilidad de competir con los valores de los mercados externos obligó a los dos grandes de nuestro medio a reducir las incorporaciones de jerarquía y a llenarse de descartes “con algún nombre”, categoría dentro de la cual se incluyen: jugadores de medio pelo pero afortunados por el goce de buena prensa en algún momento de sus carreras, pataduras exportados que fracasaron en sus equipos de ultramar y son devueltos con moño y todo para que aquí se los presente como rimbombantes regresos con gloria, ídolos veteranos en el ocaso biológico de sus carreras que se incorporan como salvadores para satisfacer a hinchadas sensibleras.


Dichos “jugadores de nombre” no son ninguna garantía de mejor nivel de prestación, sino lo que deriva del marketing de una industria de la transferencia que está sostenida por la acción de la prensa afecta a inflar figuras inexistentes y oscurecer a los que no son bendecidos por el acceso a la red de negociación. En realidad, no existe la más mínima relación entre la buena prensa y cotización de algunos futbolistas y su rendimiento deportivo, pero para mantener el negocio es necesario inventar valor agregado donde no lo hay y generar artificialmente superioridades inexistentes. La realidad es que en la primera división argentina existen unos doscientos jugadores de alta competencia con un nivel muy parejo cuyas diferencias de calidad son mínimas y fluctúan circunstancialmente. Esto determina que equipos de bajo presupuesto, con algo de ingenio, armen planteles de un nivel de competitividad similar al de otros con presupuestos cuantiosos. La consecuencia es la paridad extrema los torneos, que incluye una equiparación creciente entre la Primera y el Nacional B, bajo una tendencia general de empobrecimiento producto de la sangría constante de los mejores hacia otras ligas.

La discordancia entre la cruda realidad y lo que la miopía, la soberbia y la distorsión analítica hacen creer que es, exacerba el impacto emocional de los fracasos deportivos. El hincha del club grande termina creyendo el cuento que le venden primero de poseer jugadores “superiores”, o un “plantel de gran categoría”, y segundo de gozar de una hegemonía histórico espiritual que se supone se deberá imponer en la cancha. Se parte de exigirle al propio equipo la imposición de supremacías fantasiosas sobre los rivales. Luego, el devenir desnudo de los partidos como lucha entre torpezas equivalentes, termina provocando exasperadas desazones y destemplados reclamos. A eso debemos sumarle que en tal marco de chata paridad los resultados se resuelven por azarosas circunstancias, las influencias de los árbitros es más decisiva y los técnicos resultan señalados urgentemente como gurúes responsables de cada partido que no termina como la fábula grandilocuente lo indica.

Se supone que una transferencia afortunada que eleva la cotización de un jugador también eleva su nivel de juego pero se verifica dramáticamente que no es así. Que equipos como Godoy Cruz o Argentinos Juniors que lucen 11 titulares “sin nombre” y nunca han incorporado refuerzos grandilocuentes sigan acumulado muy buenas campañas parece no convencer a un medio futbolero porfiado y enviciado de guiar sus juicios por los resabios de una mitología anacrónica más que por lo que resultaría de aplicar el pensamiento racional al análisis de las situaciones. Ejemplos como el de Erviti, destinatario de una absurda sobredimensión mediática de su valía técnica y económica, presenta el extremo de esta fantasía colectiva.

Esta paridad forzada por las circunstancias y evidenciada en los hechos aunque la mitología voluntarista no lo quiera reconocer, hace del torneo argentino una verdadera picadora de carne donde cada vez más equipos están en permanente zona de riesgo de descenso, incluyendo a los más grandes y tradicionales.


La promoción, el colmo del sistema de promedios

El sistema de promedios se inventó para no condenar a un equipo por una sola mala campaña en un torneo. En general me parece justo que se tome en consideración el promedio de puntos en los últimos 3 años (que incluye 6 torneos cortos) y que los dos peores coeficientes desciendan. A fines de los 90 la AFA agregó el esquema de la promoción que desvirtuó totalmente el espíritu del sistema, un invento adicional para otorgar dos chances más de ascenso a los equipos del torneo Nacional B, y castigar de este modo a dos equipos más del torneo de Primera. En vez de aumentar el número de ascensos y descensos directos de dos a tres o cuatro, se prefirió en mantenerlo en dos y agregar esta instancia definitoria a dos partidos con ventaja deportiva para el club de primera. Más allá de la emotividad que adquieren estas series de promoción, su implementación es una contradicción absoluta con el objeto esencial del sistema de promedios –y también respecto del sistema de ascenso a través de un torneo largo de dos ruedas- que es ponderar la actuación de los equipos a lo largo de un tiempo extenso de desarrollo futbolístico. El sistema de promociones es la antítesis del concepto defendido ya que significa jugar a suerte y verdad un descenso o un ascenso en apenas dos partidos. Es muy emocionante pero también muy azaroso. Si aún se impusiera un descenso-ascenso más para llevarlo a 3, estos se definirían en el desarrollo general, pero obviamente nada podría evitar las angustias de las definiciones que no pasan tanto por el sistema sino por la paridad de los equipos.

Si en España o Italia con otros sistemas de ascenso tuvieran competencias tan parejas, los grandes equipos también estarían en riesgo. Pero en aquellos lugares las diferencias de presupuesto se reflejan nítidamente en el potencial de los equipos y es muy raro que los más poderosos pasen angustias. Descarto el caso del descenso de la Juventus en Italia porque no fue deportivo sino por una sanción disciplinaria debida a casos de soborno.


A pesar de todo, seguiremos apasionados por un fútbol que se ha vuelto de humo. Un humo denso de disturbios y bengalas, de pirotecnias vacías que festejan la mediocridad. Y otros humos de bonitos colores azules, rojos y blancos que emanan incesasantes desde las trincheras de los comerciantes de la pasión popular, confundiendo las esperanzas y los deseos con las realidades, encantando interesadamente el entendimiento de todos. En la histeria y la rabia cotidianas, en el hondo dolor de las falsas expectativas que se hacen crónicas, en las ilusiones frustradas de una justicia azarosa, habrá siempre nuevas emociones florecidas tras la gracia de un resultado afortunado y en el infinito poder de recobrar la hidalguía que sobreviene a la desazón más inexplicable.



2 comentarios:

guisabanes dijo...

Muy bueno, Julio. Faltó quizás mencionar a los enormes y nunca claros negocios de la TV, que cuando River empezó a andar mal, le adelantaba guita a Aguilar para disimular.

Tino Hargén dijo...

Gracias Guillermo. Si, totalmente válida tu observación, la influencia de los negocios de la AFA con la TV fue un hecho que atravesó a tod el fútbol argentino desde que Grondona firmó su primer contrato con TyC Sports. Intenté enfocar un aspecto menos transitado del problemas, pero las cuestiones de la TV, Grondona y sus intereses con Aguilar (fue premiado con un cargo en FIFA ) han sido inluyentes en la suerte de River. Ahora se habla tambien del pedido de renuncia de Passarella y que eso pudo haber motivado que Grondona le tirara los referees en contra. De lo que yo vi en estos ultimos partidos no hubo "tirada al bombo" mas si ausencia de ayudas extra que antes si le daban a River.