El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

junio 07, 2011

El periodista


"El concepto mismo de periodicidad es lo que debe ser críticamente puesto en duda, tanto más en un mundo en el que el periodismo ha adquirido la legitimidad autorreferente y tautológica de un poder que se encuentra más allá de todo cuestionamiento, y en una sociedad en la que el periodismo ha sustituido efectivamente a la metafísica, la filosofía, la ideología social, la discusión de las ideas y hasta el mismo arte. Se diría que, a medida que estas disciplinas mueren como preocupaciones sociales, el periodismo las vampiriza para capitalizar sus desechos bastardos, como una inconsistente y cambiante ciencia de híbridos que reciclara todo pensamiento para volverlo lugar común, o bien lo acepta sólo cuando éste se había vuelto cliché. El periodismo no sólo sería colección de los fragmentos rotos del gran edificio de la historia, sino basurero de los pedazos en que se ha desmoronado toda reflexión sobre ella"

Claudio Uriarte


Las descripciones que siguen no son peyorativas. Implican un intento periodístico de escrutar algunos aspectos de lo que constituye al sujeto periodista.

Como sucede en cualquier otra profesión u oficio –ingeniero, contador, gerente, político, tornero o docente- los hay obedientes de sus patrones y los hay independientes. Los hay de derecha, de centro y de izquierda. Los hay militantes y los hay asépticos. Los hay honestos y los hay corruptos. Los hay corajudos y los hay pusilánimes. Pero todos son periodistas.

Pierre-Joseph Proudhon decía que el periódico era el cementerio de las ideas, y en ese caso los periodistas serían sus sepultureros. Pero creo que el anarquista francés exageraba. El periodista no entierra las ideas, solo las deja que deambulen moribundas en todo caso sin prestarle demasiada ayuda.


Básicamente un periodista es alguien que está obligado a informar sobre aquello que nunca sabe muy bien de que se trata y opinar de todo aquello que no entiende. Salvo excepciones, son transmisores de un conocimiento incompleto, superficial y distorsivo condicionado por la urgencia de producción y la ansiedad por generar un impacto comunicativo. Acuciados por la competencia, necesitados de un saber instantáneo que se vuelva una explicación sencilla, reducen la realidad a los trazos ficcionales de una caricatura. Saber un poco de todo y mucho de nada no es patrimonio del periodista, sólo que éste es uno de los pocos que hace de ello la base de su ejercicio profesional. Que luzcan sagazmente informados habla de su habilidad y de la ignorancia promedio que tenga el público receptor.


El problema es que los buenos periodistas dejan de ser periodistas. Cuando leemos esos decálogos del “buen periodista” en realidad aparecen descriptas cualidades tan heroicas e ideales que de cumplirse harían que un periodista dejara de serlo. El peligro del exceso de idealismo es uno de sus defectos, ya que terminan amenazando con creerse de veras que son la salvaguarda de la verdad. Nunca están exentos de las miserias humanas que nos tocan a todos los hijos de este planeta aunque jueguen a lucir de héroes y sacerdotes de la verdad.


¿Que sería el mundo sin periodistas? Antes de aventurarme a decir si sería mejor o peor, puedo asegurar que sería más aburrido. Viviríamos presos de los dictámenes de especialistas, aguardando la ponencia de sesudos intelectuales o soportando la soberanía de cada discurso corporativo. El periodista tiene un rol crucial en la sociedad democrática, y no por ello debe creerse que hacer su trabajo sea una epopeya. Su misión no es salvar la verdad sino tratar de que no le explote en las manos, porque debemos reconocer que manipular algo tan delicado como la verdad todos los días como les toca hacer a ellos no es tarea fácil.


Nada de lo humano le es ajeno, ya que su saber trata con igual destreza acerca de las causas de engelamiento en las alas de un jet hasta las motivaciones culturales de la guerrilla chechena. Su tremebunda curiosidad es directamente proporcional a su enorme eficacia distorsiva para presentar las cosas. Goza de una habilidad suprema para detenerse en aspectos laterales y fallar en la comprensión del fondo de las cuestiones, no por incapacidad sino porque es producto de un modo de conocimiento dirigido por la maquinaria definitoria de su profesión basada en la fugacidad, la urgencia y la acuciante demanda de explicaciones calientes que rige antes del necesario conocimiento. El periodista representa a la furibunda curiosidad de todos, es el ojo de ese veloz interés universal que hace que nada de lo que acontece se nos presente extraño. Leyendo al periodista nos sentimos más sabios, porque ellos todo nos lo acercan.


La historia es rica en hechos que han demostrado la importancia de algunos periodistas como reserva de opinión. Han ayudado a poner en jaque dictaduras, han condicionado al menos la impunidad de grandes corporaciones y de nefastos gobernantes. Pero obviamente no todos han usado esa posibilidad de incidir -aunque sea levemente- en función de honrar ideales libertarios, porque volvemos al hecho que el periodista es apenas la variable de la posibilidad de incidencia del sujeto en la abrumadora materialidad del medio que representa. El compromiso del mensaje de su propia subjetividad en juego tironea al periodista. La presencia del mensaje patronal que está en la forma de presentar la información tanto como en la opinión lo obliga a refrendar su condición de empleado en cada acto, a poner en riña cotidianamente a sus convicciones y su necesidad laboral como casi en ninguna otra profesión sucede. Y así navegan, por un lado están los que adoptan la postura de volverse meros efectores profesionales de un oficio que ante el encargo de su jefe de escribir una nota sobre Dios pregunta si la quiere “a favor o en contra”, y los que intentan obtener un conchavo en aquel medio que se ajuste a sus inclinaciones ideológicas para poder reflejarlas en cada línea que escriban.


Casi que estoy tentado de finalizar este artículo con un título del tipo “Todos somos periodistas”. Me limitaré a reconocer que el mundo cotidiano se nos presenta bajo las formas del Saber Periodístico que se vuelve una contagiosa referencia de verdad. A menudo amamos, sentimos, lloramos, reímos, comprendemos, nos confundimos, nos dormimos y nos despertamos a realidades a través de la trama urdida desde una mirada periodística de nuestros acontecimientos. No creo que sea deseable respirar el mundo desde esta lógica periodística, más bien creo que es una pena que eso suceda. Deberíamos intentar nosotros cambiar las lógicas imperantes de nuestras miradas antes que esperar que cambien los periodistas.

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