El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

febrero 23, 2011

Toda palabra es póstuma



Daniel Massei - Periodista, escritor, bloger- 1963-2011


No fui amigo de Daniel Massei en el estricto sentido del término ni mucho menos, personalmente apenas lo vi una vez donde cambiamos solo un par de saludos, y a pesar que tuvimos muchos intercambios via comentarios, blogs y mails, se podría decir que teníamos tantas peleas como coincidencias, tantas distancias como acercamientos y nunca supe si circuló algún verdadero afecto entre nosotros, pero no dudaría en sentirlo un “amigo del blog” y su muerte me ha dolido como duelen las muertes de los amigos.

Siento que es una categoría especial que no rige por los cánones de la amistad real, sino que se construye con otros parámetros; hay amigos de la noche, de la infancia, del barrio, del trabajo…Y los del blog, de la red, de la aldea virtual, compañeros de la ruta de la expresión, amistades de un fuero especial que flotan ahí como si nunca se confirmaran y de pronto de revelan.

A fines de junio de 2005 un poco a tientas comencé con este blog y con la inseparable inmersión en la blogósfera, como estaba tan de moda decirle en aquel momento. De la mano de la casualidad y de alguna referencia di con el blog de Werte “Las piernas de Marlene” y buceando sus enlaces un día fui a parar al blog de Daniel que se titulaba “Póstumos” y que me sorprendió como un intenso ejercicio de escritura diaria atiborrado de reflexiones, narraciones, noticias y comentarios siempre conectados al mundo de la literatura. Luego llegué al sitio “Kaputt”, un proyecto grupal excelente que convocaba a varios escritores a publicar un texto por semana un día fijo de lunes a sábado, reservando los domingos para invitados, y que él empujaba con un denso entusiasmo entregándole mucha energía con firmas como las de Guillermo Piro, Beatriz Vignoli, Omar Genovese, Edgardo Balduccio y Paula Pampín entre otros. Poco tiempo después, por septiembre del 2005, lo conocí en el encuentro bloguero que hizo en el Ricardo Rojas.

Fue una constante en aquellos años el debate sobre la herramienta blog en si, que de tan nueva encandilaba a todos, a la vez que confundía y retorcía los preconceptos establecidos sobre la escritura, su materialidad, pero por sobre todo la idea de publicación. Perplejidades por los grados de libertad inéditos, la ruptura del peregrinaje pre-publicador del mundo del papel y sus mecanismos de control, y también esa contradictoria sensación que atribulaba a los blogueros de estar ante algo que se revelaba como una posibilidad tangible y evidente de consumar el hecho de la publicación pero también significaba volcar energías en lo que podía ser la trampa de un simulacro menor, inválido e intrascendente de la dura realidad editorial, eran los tópicos que dominaban la escena. En aquellas tormentosas reflexiones que aún siguen vivas, Daniel fue un aporte muy intenso en toda la temática, defendió mucho al blog de críticas ignorantes y maliciosas, trató de pensar sobre su naturaleza y luchó para que lo tomara en serio, como una herramienta para hacer circular la palabra tan válida como cualquier otra. Recuerdo que detestaba a los que adoptaban el anonimato en el blog por tomarlo solo como un pasatiempo o por irresponsabilidad de sostener con la propia firma en este medio lo que no se dudaría en rubricar en un medio tradicional de mayor prestigio.

A mi Daniel me transmitía ser un tipo con una pasión casi obsesiva por la literatura, con un inagotable apetito de creatividad y profundidad para abordarla, que se evidenciaba en su faz reflexiva como en el mismo goce lúdico de narrar y leer. Si vale el lugar común bien podría decirse que aún desde la distancia dejaba sentir que “respiraba literatura” por todos sus poros, era capaz de mirar todo desde una lente literaria, aún lo que se supone no podría ser visto de esa manera, y transmitía una vibra perceptiva muy inquieta y observadora, como si sus pulsiones vitales se alimentaran del devenir deslizante de un mundo plagado de potentes estímulos que no podían ser develados sino a través de las palabras escritas.

Agudo polemista, poco amigo de los ángulos oblicuos a la hora de decirte las cosas, con cierta tendencia a pontificar casi siempre sobre el error ajeno lo que le valió entre algunos el mote de “maestro ciruela” –si mal no recuerdo se lo puse yo-. Era de aquellos que son por igual de inteligentes que calentones, dos cualidades muy difíciles de hacer convivir sin generar turbulencias. Muchas veces no era cómodo debatir con él, pero su compromiso con los temas que abordaba era siempre muy profundo y prolijo, y era capaz de exigirse un muy buen nivel de elaboración en todo lo que escribía, lo que en definitiva resultaba enriquecedor y estimulante para la propia exigencia de los que éramos sus interlocutores. Lo que más me gustaba de Daniel era su constante vocación de convocar e incitar al pensamiento, al intercambio de ideas y experiencias, a la discusión, a poner a rodar el vértigo subyugante de la palabra en cualquier momento. Supimos tener más de una riña dialéctica, alguna muy fuerte al punto de no darnos más bola por un largo tiempo, hasta que volvimos a tratarnos con la mejor onda vía las redes sociales y algún que otro mail.

Sería un facilismo hueco jugar con la resonancia presagiante del título de su blog que era precisamente “Póstumos”. Pero creo que nos quería decir algo, que los textos, que andan por ahí victimizándose a causa de su impotencia material, guardan el mágico poder de sobrevivirnos, de pasarnos por encima hasta convertir el lado orgánico de la vida tan solo en un etapa de producción, apenas la hora efímera del hacer que nos corresponde como sujetos en tránsito frente al infinito del comprender que le corresponde al mundo que permanece.

Todo texto es un texto póstumo, tanto el que se escribe en cualquier instante de la latencia vital como en el último, como los que él escribió y seguirá escribiendo para siempre, permanecerán imborrables y a prueba de cualquier circunstancial olvido.

!Haste siempre Daniel!

3 comentarios:

Gabriela Scoccimarro dijo...

Simplemente quería agradecerte por este bello post. Fui amiga de Dany en sentido estricto y en el virtual, ya que desde hace tanto tiempo estaba tan lejos que no nos quedó otra. Fui y seré, porque nuestra amistad no se terminó con su muerte, como no se terminaba con sus peleas, ni sus distancias; seguirá siendo para mi el mejor amigo que jamás tuve. Quisiera pedirte permiso para guardarme este escrito y poder releerlo todas y cada una de las infinitas veces que lo extrañe. Es realmente muy hermosa y verdadera la descrpción que hiciste de él. Gracias!

Tino Hargén dijo...

Gabriela. El agradecido soy yo por tus palabras. La noticia realmente me impactó y al escribir esto me sentí frente a una rara necesidad de equilibrio y sinceridad; es que Daniel generaba algo especial, aún para los que como yo no eramos sus amigos cercanos.

Pero después de releer lo que escribí sentí que mencioné que lo que escribimos no muere, que nos sobrevive..., pero creo que me faltó realmente agregar que lo que realmente nos sobrevivirá y nos mantendrá vivos es el recuerdo de nuestros amigos. Porque precisamente son los recuerdos tan sentidos, como el que vos hacés de tu amigo en este comentario, lo que contribuye a que sigan vivos.

Por supuesto que este texto es tuyo, para que los sientas tuyo.

Un fuerte abrazo

Gabriela Scoccimarro dijo...

Muchas Gracias una vez más.

Abrazo.