¿Cómo desestabilizar un gobierno con números "calientes"? ¿Como hacer tambalear a una gestión intensa que aún en modo desprolijo, entre brutales asimetrías estructurales, inyecta oleadas de consumo popular que revientan cifras por todas partes?
Un mundo empresarial atónito duda cada vez más entre sus propios tabúes, temores y placeres. Por un lado, la pulsión de su repugnancia ideológica formativa que los empuja a un rechazo visceral atizado además por el miedo que instila el revoloteo de fantasmas sindicales con suculentos apetitos redistributivos. Por el otro, la cuenta de dividendos floreciente que hasta los hace sentir culpables del goce de un placer prohibido, en tanto deben reconocer que con esta gestión hereje están haciendo dinero como jamás lo hicieron en su vida.
Un mundo popular más convulsivo aún, atravesado entre clases por contradicciones y dudas, momentos de hambres y broncas agresivas que se mixturan con islas de reconocimiento sosegado. La endeblez estructural del sistema donde se instala el crecimiento produce flagrantes desniveles en el estado de situación social. En cada clase -baja, media, media alta- se puede reconocer que conviven unos segmentos que siguen golpeados por la desprotección acérrima originada en los neoliberales 90 con otros que se ven favorecidos por beneficios impensados. Todo encendido por una efervescencia "militante" que inunda el espacio público y las redes de opinión en jugosas rencillas de legitimidad. Vemos allí desde lado del "progresismo" una lucha infatigable entre peronizables y antiperonizables que intercambian acusaciones de represión, derechismo y funcionalidad al derechismo en busca de quedarse con la razón de la pureza ideológica casi sacerdotal. El reciente caso de represión sobre miembros de la comunidad Toba-Qom fue un detonante de reclamos y amenazó incluso la continuidad del apoyo al gobierno de muchos. Desde las posturas opositoras más vinculadas al centro derecha o el centro prosiguen las infaustas condenas demonizadoras del mundo K pero con matices diferentes, centradas en los sempiternos temas del orden y la inseguridadad, como si estuvieran procesando aún el impacto post muerte de Kirchner e imposibilitados como están de hacer pie sobre alguna figura opositora que se sustraiga a la súbita decadencia.
La debilidad está en la esclavitud de las consignas. Impedido de ejercer el monopolio de la fuerza por su auto condena de identificar todo uso del poder legítimo del estado como represión, el gobierno se tiende una trampa de indefensión y queda a merced del que quiera y pueda ponerlo en jaque. El mandamiento de no criminalizar la protesta, absoluto por definición, deja al estado indefenso ante todo crimen social que sea capaz de hacerse pasar por protesta. Para desestabilizar, prólogo de cualquier destitución, hace falta cometer crímenes sociales que queden impunes y contribuyan a entorpecer el funcionamiento social. La premisa es la confusión porque en el territorio de la refriega todo puede entenderse de cinco modos diferentes y contradictorios y nada autoriza una interpretación definitiva capaz de fundamentar acciones políticas. Se busca la sensación de anarquía porque de ella deviene la desesperación del cambio, y ese poder que parece firme y legítimo se escurre como aceite entre los dedos. La receta es simple; hacer pasar a todo crimen desestabilizador por una “protesta” que aspire a obtener sus prerrogativas. Si el fin justifica los medios, si la protesta justifica cualquier medio entonces el caldo está hermoso para plantar la semilla del enfrentamiento civil de todos contra todos. Un saqueo de supermercados, un bloqueo de fondos, una cadena de ocupaciones de espacios que provoquen la disfuncionalidad grosera del organismo civilizatorio cotidiano puede más que mil encuestas y discursos.
La derecha de Duhalde y Macri lo hacen por estrategia basada en experiencias concretas de éxito; el PO y otras facciones incorregibles por vocación viciosa, porque les encanta inconcientemente jugar al caos en el medio de la realidad. El desafío que nos queda es lidiar con el cotejo de esta realidad e interceder en ella tratando de orientar nuestra brújula principista entre en pandemonium de imanes que desvían su claro mensaje.
Un mundo empresarial atónito duda cada vez más entre sus propios tabúes, temores y placeres. Por un lado, la pulsión de su repugnancia ideológica formativa que los empuja a un rechazo visceral atizado además por el miedo que instila el revoloteo de fantasmas sindicales con suculentos apetitos redistributivos. Por el otro, la cuenta de dividendos floreciente que hasta los hace sentir culpables del goce de un placer prohibido, en tanto deben reconocer que con esta gestión hereje están haciendo dinero como jamás lo hicieron en su vida.
Un mundo popular más convulsivo aún, atravesado entre clases por contradicciones y dudas, momentos de hambres y broncas agresivas que se mixturan con islas de reconocimiento sosegado. La endeblez estructural del sistema donde se instala el crecimiento produce flagrantes desniveles en el estado de situación social. En cada clase -baja, media, media alta- se puede reconocer que conviven unos segmentos que siguen golpeados por la desprotección acérrima originada en los neoliberales 90 con otros que se ven favorecidos por beneficios impensados. Todo encendido por una efervescencia "militante" que inunda el espacio público y las redes de opinión en jugosas rencillas de legitimidad. Vemos allí desde lado del "progresismo" una lucha infatigable entre peronizables y antiperonizables que intercambian acusaciones de represión, derechismo y funcionalidad al derechismo en busca de quedarse con la razón de la pureza ideológica casi sacerdotal. El reciente caso de represión sobre miembros de la comunidad Toba-Qom fue un detonante de reclamos y amenazó incluso la continuidad del apoyo al gobierno de muchos. Desde las posturas opositoras más vinculadas al centro derecha o el centro prosiguen las infaustas condenas demonizadoras del mundo K pero con matices diferentes, centradas en los sempiternos temas del orden y la inseguridadad, como si estuvieran procesando aún el impacto post muerte de Kirchner e imposibilitados como están de hacer pie sobre alguna figura opositora que se sustraiga a la súbita decadencia.
La debilidad está en la esclavitud de las consignas. Impedido de ejercer el monopolio de la fuerza por su auto condena de identificar todo uso del poder legítimo del estado como represión, el gobierno se tiende una trampa de indefensión y queda a merced del que quiera y pueda ponerlo en jaque. El mandamiento de no criminalizar la protesta, absoluto por definición, deja al estado indefenso ante todo crimen social que sea capaz de hacerse pasar por protesta. Para desestabilizar, prólogo de cualquier destitución, hace falta cometer crímenes sociales que queden impunes y contribuyan a entorpecer el funcionamiento social. La premisa es la confusión porque en el territorio de la refriega todo puede entenderse de cinco modos diferentes y contradictorios y nada autoriza una interpretación definitiva capaz de fundamentar acciones políticas. Se busca la sensación de anarquía porque de ella deviene la desesperación del cambio, y ese poder que parece firme y legítimo se escurre como aceite entre los dedos. La receta es simple; hacer pasar a todo crimen desestabilizador por una “protesta” que aspire a obtener sus prerrogativas. Si el fin justifica los medios, si la protesta justifica cualquier medio entonces el caldo está hermoso para plantar la semilla del enfrentamiento civil de todos contra todos. Un saqueo de supermercados, un bloqueo de fondos, una cadena de ocupaciones de espacios que provoquen la disfuncionalidad grosera del organismo civilizatorio cotidiano puede más que mil encuestas y discursos.
La derecha de Duhalde y Macri lo hacen por estrategia basada en experiencias concretas de éxito; el PO y otras facciones incorregibles por vocación viciosa, porque les encanta inconcientemente jugar al caos en el medio de la realidad. El desafío que nos queda es lidiar con el cotejo de esta realidad e interceder en ella tratando de orientar nuestra brújula principista entre en pandemonium de imanes que desvían su claro mensaje.
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