En este artículo Luis Martín Cabrera nos describe a Glenn Beck, la nueva estrella mediática de la derecha conservadora estadounidense. Pero lo más interesante que observa no es el ascenso de este comunicador de la cadena Fox como figura emblemática de toda la movida anti-Obama sino la débil capacidad de confrontación que muestran el partido demócrata y los sectores progresistas del país del norte, incapaces de ofrecer una réplica con el vigor y la convicción necesarias para poder combatir contra la "instalación de verdades" de sus adversarios. Entre otros temas clave, siempre aparece la gran reforma del sistema de salud como una política muy mal explicada y defendida por sus impulsores, demasiado resignados a soportar las consecuencias de las manipulaciones opositoras. La hipótesis que arriesga Cabrera puede estar en dirección a lo correcto; tal es la falta de convicción de cambio lo que lleva a los demócratas a enfrentar con tanta tibieza a los conservadores, pero lo que queda claro cuán importante es la batalla de la comunicación para poder concretar las medidas de transformación. No basta solo con ponerlas en una plataforma política y someterlas al voto, porque aún ganar las elecciones y hacerse cargo del gobierno no es suficiente respaldo como para sostenarlas, toda vez que sus opositores apelarán de inmediato a la herramienta combativa de la propaganda capaz que erosionar cualquier credibilidad, aún después de un acto como una elección presidencial que se supone la garantizaría.
Para el poder econónico dispuesto a resistir a cualquier precio los cambios que afecten sus intereses, perder una elección no es una derrota, es apenas el aviso para que el combate prosiga por otras vías que serán igualmente eficaces en el impedimento. Para las fuerzas conservadoras es más fácil descomponer la credibilidad de las ideas de cambio de una gestión ya instalada que corre con la desventaja de su natural desgaste, que hacerlo en una campaña electoral donde el crédito de la ilusión generalmente se pone parte del que es capaz de hacer la propuesta más osada.
Para el poder econónico dispuesto a resistir a cualquier precio los cambios que afecten sus intereses, perder una elección no es una derrota, es apenas el aviso para que el combate prosiga por otras vías que serán igualmente eficaces en el impedimento. Para las fuerzas conservadoras es más fácil descomponer la credibilidad de las ideas de cambio de una gestión ya instalada que corre con la desventaja de su natural desgaste, que hacerlo en una campaña electoral donde el crédito de la ilusión generalmente se pone parte del que es capaz de hacer la propuesta más osada.
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