De “Los cantos de Maldoror” (1868) de Isidore Ducasse, también conocido como Conde de Lautréamont
Desde que el mundo es mundo a los ojos arbitrarios del lenguaje han existido escritores malditos. O bien los malditos se han empecinado en escoger la escritura para la consumación módica y soterrada de sus provocaciones, una forma sublimada de librar una guerra tímida contra ese poder siempre vigente de lo establecido. Una afrenta que renuncia a las armas y se rebusca en las faldas protectoras del arte, pero que no por ello queda exenta de las violentas represalias. Se trataba en casi todos los casos de animarse a denunciar la escandalosa inmundicia del hombre ante un mundo orgulloso de pensar lo contrario, que no aceptaba que su protagonista estelar, tutelado desde los cielos y las tierras, fuera tratado de esa manera.
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