Más allá del berretismo carroñero de Perfil y 678 en ambos extremos, que tratan de imputarle el hecho a su enemigo de cualquier manera —uno con su habitual impudicia en materia de tomar el pelo a sus lectores juega a la chicana barata con las fotos de un imputado con funcionarios del gobierno y el otro trata de articular con un collage mañoso un discurso para ligar el hecho a Duhalde—, he leído muchas plumas, que aún desde una postura consecuente de apoyo al gobierno, cierran filas a favor de un plantear la necesidad de decirle nunca más a la criminalidad enquistada en las prácticas sindicales y logran ver la escena completa. En cambio desde la izquierda anti-kirchenrista pareciera que sólo tuvieran ojos para hacer foco obsesivo contra el gobierno como único y exclusivo causante de todos los males, y llamativamente están ciegos frente al otro bando, el de los intereses de la derecha canalizadas a través de sus referentes mediáticos, que está en pleno combate, con total despliegue táctico, estratégico y logístico, dispuesta a llevar agua para su molino de cualquier situación.
Sintomáticos ha sido cierto consenso legible en casi todas las columnas de opinión de Página 12 en ese sentido, desde Mario Wainfeld, pasando por Atilio Borón, Ernesto Gruner y Eduardo Aliverti entre otros, que no dejan de reconocer la realidad de una derecha que combate –casi horrorizada-contra el avance de cualquier “brote progresista” que pudiera colarse a través de la gestión oficial pero no deja de meterle el dedo al gobierno en la llaga de su alianza con lo peor de las tradiciones sindicales para que finalmente se aboque a rendir una asignatura pendiente que la coyuntura vuelve imperiosa: la revisión profunda del sistema sindical argentino. Aliverti concluye:
“El pibe militaba a pie firme contra las condiciones que generan a los hijos de puta que lo mataron. Y en lo tocante a la parte más directa de su tragedia, contra un modo de representación sindical y sus sucedáneos de mafias, esbirros, mercenarios, negociados, que son igualmente una tragedia subsistente para los valores democráticos. El gobierno nacional, al que otros hijos de puta de apariencia atildada pretenden enrostrar culpabilidad por el asesinato, tiene la tarea de no conformarse con la identificación de los homicidas. Tiene la obligación de erradicar la criminalidad de las pandillas sindicales, que vienen desde el fondo de los tiempos y que conocemos todos, so pena de que en caso contrario terminen por licuarse moralmente su discurso y destrezas progresistas. Mientras haya Pedrazas no habrá paz, aunque la cultura de la violencia, de este tipo de violencia, sea casi un patrimonio cultural argentino. Se los enfrenta con militancia y con denuncia persistente. Pero la avanzada, la ejemplaridad, empieza por el Gobierno. Por lo que el Gobierno demuestre como vocación política para defenestrarlos. Si la tuvo y la tiene en la decisión de no reprimir, que es quizás uno de sus logros liminares precisamente porque le puso freno a la muerte, debe anotar que hace falta igual disposición para quitarse de encima las lacras que –a título de defender al oficialismo, como si fuera poco– le tiran un muerto de todos modos”
Desde otras izquierdas pude leer piezas conmovedoras en las que se recuerda el sentido que tiene la vida de un militante, su calidad humana, sus inquietudes, su vocación por entregarse a un compromiso por los necesitados. Y eso arroja sal sobre la herida que nos deja su muerte. Pero al mismo tiempo, a la hora de especular sobre el hecho, sus significados y las posibles tramas de generación del mismo, estos análisis se muestran miopes, enfocados obsesivamente contra el gobierno, totalizando en él de modo absoluto la red de causalidades de una situación donde existe una compleja trama de fuerzas incidentes en puja, ignorando que el viejo sindicalismo no es una totalidad que Moyano maneja a su antojo sino que existe buena parte que es disidente y responde íntimamente al proyecto de Barrionuevo y Duhalde, opositor al kirchnerismo y aliado de la derecha. El peronismo, por más dividido que aparezca en un momento, es un ente orgánico y a través de su historia vamos a encontrar a casi todos con todos, por ello suena a muy superficial que se reduzca el horizonte al archivo de relaciones políticas, resaltando algunas y omitiendo otras: si buscamos un poco llegará la relación de Pedraza con Duhalde o Moyano, más eso no prueba nada.
El artículo de Diego Rojas, periodista y simpatizante del PO, ha despertado mucha admiración. A la hora de especular se pregunta: “Y una inquietud no dejaba de rebotar en mi cabeza: ¿cómo reflejarían el asesinato los medios del periodismo K? ¿Se parecería a ese silencio de los kirchneristas que pueblan las redes virtuales? Esa duda no dejó de rondarme”
Extraño es que no se preguntara como lo reflejarían los medios antiK. En esta Argentina sino se completa el giro de 180 grados al panorama periodístico todo análisis se vuelve tendencioso. Nada dice Rojas de el multimedio Clarín convertido en súbito patrocinador del PO cuando hace poco echaron a los militantes que querían formar una comisión interna. Someten al gobierno a una vigilancia crítica implacable que no se mantiene respecto de la oposición, entonces si hay dos bandos en combate y se tienen ojos para uno solo se trata de una toma de partido. Y resultaría muy extraño pensar en una izquierda cooptada que elija deliberadamente jugar un rol funcional a la derecha. ¿Acaso se apuesta a que el fracaso de este gobierno abre puertas a un avance de la izquierda? ¿No ven a los leones de la derecha agazapados afilando sus dientes? Luego, refrendar el uso de chicanas mediáticas como darle carácter central al hecho de si Unión Ferroviaria mandó gente a River o no, si Pedraza estuvo lejos o cerca, como si de ello dependiera la responsabilidad en el crimen, es empobrecer la mirada y ser presa fácil de las apelaciones interesadas de la peor calaña.
Sigamos el razonamiento de Rojas: “Pero los kirchneristas, ¿no piensan que los mafiosos que tiraron a matar se sintieron con la autoridad para hacerlo cuando Cristina reinvindicó a la Juventud Sindical, esa que dirige hoy Facundo Moyano y que es la continuidad de aquella que en los setenta formó los grupos de choque de la AAA?” “¿No tuvo nada que ver la cercanía de los K hacia ellos?”
Especular sobre supuestas motivaciones es válido porque las hipótesis verosímiles son varias, pero ¿por qué hacerlo solo desde esta perspectiva anti K solamente? Acaso, y siempre en tren de especulaciones, ¿no son verosímiles perspectivas contrarias en la posible motivación del acto?
Es evidente que la hipótesis de que el gobierno haya estado detrás del hecho como instigador no es sospechada siquiera por sus peores enemigos, dado que es evidente que pase lo que pase de alguna forma paga un costo político al ser el estado quién debe garantizar que estas cosas no sucedan. La línea en la que tratan de concentrar la culpa es imputarles su sociedad política con los criminales y adjudicar la motivación del hecho a un supuesto sentimiento de omnipotencia de estos grupos sindicales al sentirse reivindicados y protegidos por el gobierno. Una hipótesis –sin jerarquizar— es que los disparos hayan sido producto del desborde de algún barra que “se sacó” dentro de un marco que premeditaba un apriete ejemplarizador, una golpiza, pero no un asesinato. Es la que prefieren tanto la derecha como la izquierda antiK ya que es la que habilita más fácilmente el recurso de imputar la responsabilidad política oficial: “fueron ensoberbecidos a reventar a los zurdos que les escupían el negocio y se animaron a matar cebados por la protección que les infunde ser parte del gobierno”.
Otra hipótesis es que el crimen haya sido encargado -se le dio orden a la patota de perseguir a la columna manifestante y “bajar alguno”- por fuerzas antiK para crear un escenario desfavorable que le haga pagar un costo político abrumador a través de hacerlo cargo del hecho ante lo que ven un peligroso avance del moyanismo. Teniendo en cuenta el barrido que ha hecho la derecha en busca de temas que debiliten al gobierno, es obvio que históricamente el sindicalismo ha sido piantavotos, porque tiene una rara cualidad que no tienen otros temas: le resta votos por izquierda y por derecha. Hundir el bisturí en el talón de la inseguridad por ejemplo acerca votos medios pero resta votos progres, en cambio las prácticas patoteras del sindicalismo horrorizan por igual a las clases medias y altas, por sus forma y fondo, y despiertan encono en buena parte del abanico de izquierda desde el progresismo al trotksimo.
Tanto probar y probar de la derecha buscando el Talón de Aquiles de este gobierno —El Indec, Moreno, la inflación, el 82%, el uso de las reservas, el ataque a la prensa, la inseguridad, la corrupción, la crispación, etc— y lo viene a descubrir ahora: el sindicalismo.
En contra de esta segunda hipótesis es que cuesta entender que no previeran la segura conmoción que provocaría un hecho que desataría una investigación donde todas las protecciones serían insuficientes. A favor de ella es que sabiendo lo que le pasó a Duhalde con Kostecki y Santillán, el tremendo del impacto genera una muerte política violenta, hayan pensado hacer la jugada de todos modos confiando en quedar impunes por la confusión, pero una eventual torpeza de los matadores ejecutando el crimen a la vista de testigos haya roto el esquema.
En definitiva, se pueden tejer muchas teorías, pero lo principal es vigilar que avance la investigación, transparente, impiadosa y contundente.
Sintomáticos ha sido cierto consenso legible en casi todas las columnas de opinión de Página 12 en ese sentido, desde Mario Wainfeld, pasando por Atilio Borón, Ernesto Gruner y Eduardo Aliverti entre otros, que no dejan de reconocer la realidad de una derecha que combate –casi horrorizada-contra el avance de cualquier “brote progresista” que pudiera colarse a través de la gestión oficial pero no deja de meterle el dedo al gobierno en la llaga de su alianza con lo peor de las tradiciones sindicales para que finalmente se aboque a rendir una asignatura pendiente que la coyuntura vuelve imperiosa: la revisión profunda del sistema sindical argentino. Aliverti concluye:
“El pibe militaba a pie firme contra las condiciones que generan a los hijos de puta que lo mataron. Y en lo tocante a la parte más directa de su tragedia, contra un modo de representación sindical y sus sucedáneos de mafias, esbirros, mercenarios, negociados, que son igualmente una tragedia subsistente para los valores democráticos. El gobierno nacional, al que otros hijos de puta de apariencia atildada pretenden enrostrar culpabilidad por el asesinato, tiene la tarea de no conformarse con la identificación de los homicidas. Tiene la obligación de erradicar la criminalidad de las pandillas sindicales, que vienen desde el fondo de los tiempos y que conocemos todos, so pena de que en caso contrario terminen por licuarse moralmente su discurso y destrezas progresistas. Mientras haya Pedrazas no habrá paz, aunque la cultura de la violencia, de este tipo de violencia, sea casi un patrimonio cultural argentino. Se los enfrenta con militancia y con denuncia persistente. Pero la avanzada, la ejemplaridad, empieza por el Gobierno. Por lo que el Gobierno demuestre como vocación política para defenestrarlos. Si la tuvo y la tiene en la decisión de no reprimir, que es quizás uno de sus logros liminares precisamente porque le puso freno a la muerte, debe anotar que hace falta igual disposición para quitarse de encima las lacras que –a título de defender al oficialismo, como si fuera poco– le tiran un muerto de todos modos”
Desde otras izquierdas pude leer piezas conmovedoras en las que se recuerda el sentido que tiene la vida de un militante, su calidad humana, sus inquietudes, su vocación por entregarse a un compromiso por los necesitados. Y eso arroja sal sobre la herida que nos deja su muerte. Pero al mismo tiempo, a la hora de especular sobre el hecho, sus significados y las posibles tramas de generación del mismo, estos análisis se muestran miopes, enfocados obsesivamente contra el gobierno, totalizando en él de modo absoluto la red de causalidades de una situación donde existe una compleja trama de fuerzas incidentes en puja, ignorando que el viejo sindicalismo no es una totalidad que Moyano maneja a su antojo sino que existe buena parte que es disidente y responde íntimamente al proyecto de Barrionuevo y Duhalde, opositor al kirchnerismo y aliado de la derecha. El peronismo, por más dividido que aparezca en un momento, es un ente orgánico y a través de su historia vamos a encontrar a casi todos con todos, por ello suena a muy superficial que se reduzca el horizonte al archivo de relaciones políticas, resaltando algunas y omitiendo otras: si buscamos un poco llegará la relación de Pedraza con Duhalde o Moyano, más eso no prueba nada.
El artículo de Diego Rojas, periodista y simpatizante del PO, ha despertado mucha admiración. A la hora de especular se pregunta: “Y una inquietud no dejaba de rebotar en mi cabeza: ¿cómo reflejarían el asesinato los medios del periodismo K? ¿Se parecería a ese silencio de los kirchneristas que pueblan las redes virtuales? Esa duda no dejó de rondarme”
Extraño es que no se preguntara como lo reflejarían los medios antiK. En esta Argentina sino se completa el giro de 180 grados al panorama periodístico todo análisis se vuelve tendencioso. Nada dice Rojas de el multimedio Clarín convertido en súbito patrocinador del PO cuando hace poco echaron a los militantes que querían formar una comisión interna. Someten al gobierno a una vigilancia crítica implacable que no se mantiene respecto de la oposición, entonces si hay dos bandos en combate y se tienen ojos para uno solo se trata de una toma de partido. Y resultaría muy extraño pensar en una izquierda cooptada que elija deliberadamente jugar un rol funcional a la derecha. ¿Acaso se apuesta a que el fracaso de este gobierno abre puertas a un avance de la izquierda? ¿No ven a los leones de la derecha agazapados afilando sus dientes? Luego, refrendar el uso de chicanas mediáticas como darle carácter central al hecho de si Unión Ferroviaria mandó gente a River o no, si Pedraza estuvo lejos o cerca, como si de ello dependiera la responsabilidad en el crimen, es empobrecer la mirada y ser presa fácil de las apelaciones interesadas de la peor calaña.
Sigamos el razonamiento de Rojas: “Pero los kirchneristas, ¿no piensan que los mafiosos que tiraron a matar se sintieron con la autoridad para hacerlo cuando Cristina reinvindicó a la Juventud Sindical, esa que dirige hoy Facundo Moyano y que es la continuidad de aquella que en los setenta formó los grupos de choque de la AAA?” “¿No tuvo nada que ver la cercanía de los K hacia ellos?”
Especular sobre supuestas motivaciones es válido porque las hipótesis verosímiles son varias, pero ¿por qué hacerlo solo desde esta perspectiva anti K solamente? Acaso, y siempre en tren de especulaciones, ¿no son verosímiles perspectivas contrarias en la posible motivación del acto?
Es evidente que la hipótesis de que el gobierno haya estado detrás del hecho como instigador no es sospechada siquiera por sus peores enemigos, dado que es evidente que pase lo que pase de alguna forma paga un costo político al ser el estado quién debe garantizar que estas cosas no sucedan. La línea en la que tratan de concentrar la culpa es imputarles su sociedad política con los criminales y adjudicar la motivación del hecho a un supuesto sentimiento de omnipotencia de estos grupos sindicales al sentirse reivindicados y protegidos por el gobierno. Una hipótesis –sin jerarquizar— es que los disparos hayan sido producto del desborde de algún barra que “se sacó” dentro de un marco que premeditaba un apriete ejemplarizador, una golpiza, pero no un asesinato. Es la que prefieren tanto la derecha como la izquierda antiK ya que es la que habilita más fácilmente el recurso de imputar la responsabilidad política oficial: “fueron ensoberbecidos a reventar a los zurdos que les escupían el negocio y se animaron a matar cebados por la protección que les infunde ser parte del gobierno”.
Otra hipótesis es que el crimen haya sido encargado -se le dio orden a la patota de perseguir a la columna manifestante y “bajar alguno”- por fuerzas antiK para crear un escenario desfavorable que le haga pagar un costo político abrumador a través de hacerlo cargo del hecho ante lo que ven un peligroso avance del moyanismo. Teniendo en cuenta el barrido que ha hecho la derecha en busca de temas que debiliten al gobierno, es obvio que históricamente el sindicalismo ha sido piantavotos, porque tiene una rara cualidad que no tienen otros temas: le resta votos por izquierda y por derecha. Hundir el bisturí en el talón de la inseguridad por ejemplo acerca votos medios pero resta votos progres, en cambio las prácticas patoteras del sindicalismo horrorizan por igual a las clases medias y altas, por sus forma y fondo, y despiertan encono en buena parte del abanico de izquierda desde el progresismo al trotksimo.
Tanto probar y probar de la derecha buscando el Talón de Aquiles de este gobierno —El Indec, Moreno, la inflación, el 82%, el uso de las reservas, el ataque a la prensa, la inseguridad, la corrupción, la crispación, etc— y lo viene a descubrir ahora: el sindicalismo.
En contra de esta segunda hipótesis es que cuesta entender que no previeran la segura conmoción que provocaría un hecho que desataría una investigación donde todas las protecciones serían insuficientes. A favor de ella es que sabiendo lo que le pasó a Duhalde con Kostecki y Santillán, el tremendo del impacto genera una muerte política violenta, hayan pensado hacer la jugada de todos modos confiando en quedar impunes por la confusión, pero una eventual torpeza de los matadores ejecutando el crimen a la vista de testigos haya roto el esquema.
En definitiva, se pueden tejer muchas teorías, pero lo principal es vigilar que avance la investigación, transparente, impiadosa y contundente.
2 comentarios:
La verdad, el mejor análisis de esta tragedia que he leído hasta ahora.
Saludos.
Gracias Severian. Leyendo tantas opiniones aparecen claras algunas líneas, con sus recurrencias y sus omisiones.
Saludos
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