El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

julio 04, 2010

Cuatro razones para el fin de la magia




El pensamiento mágico

Desde el vamos la gestión de Maradona se planteó como la lucha del pensamiento mágico contra la racionalidad. A pesar de algunos brotes esporádicos de la segunda especie, fue evidente que en la arquitectura conceptual que guiaba los actos del Diego prevaleció la primera. Una de los componentes de esta cosmovisión que combina lo emocional, lo mágico y lo mítico era el manejo de las contradicciones que se desprenden de muchos de sus “mitos”, “máximas” o “códigos” futboleros y que el técnico tendría que resolver a lo largo del mundial, tal como señalé en un artículo al principio de la competencia. Hasta el partido del sábado había mostrado privilegiar el mito del bien del equipo, pero en a la hora decisivo lo traicionó el “código” de tener que bancar al jugador elegido, y se cegó a todo cambio tanto para el planteo inicial de este partido con Alemania como durante su desarrollo respondiendo tardíamente con los cambios.

Pero el pensamiento mágico, a diferencia de los que creen muchos, no es un asunto sólo de Maradona y del saber popular, sino que existe una gran mayoría del periodismo deportivo, supuestamente analítico y racional, que se encabalga dentro de esta tónica, aún sin saberlo o pretendiendo estar más allá de ella. La prueba más irrefutable de esto es que se acepte todavía como algo natural la teoría del salvador individual que todo lo arregla con un pase de magia o un arresto de inspiración. Se sigue creyendo en el culto al héroe, el salvador, el que entrega todo, el que se pone el equipo al hombro. Se sobredimensiona la entrega, el temple, la influencia emocional, el compromiso individual, el manejo de códigos de vestuario, por sobre las condiciones técnicas y las disposiciones tácticas que determinan la realidad del juego. Todo eso se pone por delante del trabajo colectivo, de la táctica y la estrategia que sepan contener y organizar el óptimo aprovechamiento del talento individual. Una carga de sanata importante que impregna el mundo de las lógicas futbolísticas argentinas.


Espejismos y alarmas: un equipo con ataque de acero, mediocampo de nylon y defensa de telgopor

En el fútbol suele haber muchos espejismos y alarmas. No todo lo que brilla bajo algunas circunstancias es oro, ni tampoco todo lo que aparece opaco es intrascendente. Lo bueno es saber distinguirlos y no sacar conclusiones basadas en lo emocional. Los mundiales son generadores de espejismos para los equipos fuertes por esa redundante primera fase donde las potencias enfrentan rivales me menor valía. Mundial tras mundial se repite los espejismos en estas primeras vueltas donde lo único que sirve es clasificar. Salvo algún caso especial, las potencias desarrollan su juego sobre rivales accesibles, que a sabiendas de su debilidad ofrecen apenas la resistencia de meterse atrás a la espera de una derrota poco abultada. Sucede que algunos hasta tienen dificultad en resolver esos partidos, a otros les resulta más fácil, pero hay que tener mucho cuidado de extrapolar de los rendimientos y funcionamientos de estos partidos conclusiones que sirvan a la hora de enfrentar a las otras potencias en condiciones de paridad. El verdadero mundial llega en las instancias de los cruces por eliminación, a todo o nada en un partido, y siempre se debe relativizar lo ofrecido respecto del poderío de los rivales enfrentados.

El espejismo que engolosinó a Argentina fue el sistema de “tres atacantes” que se improvisó a partir del amistoso con Canadá y empezó a funcionar a partir del debut contra Nigeria, pero que no estaba de ningún modo bien resuelto como estructura integral de equipo. Maradona rompe su esquema para incluir a Tévez y en aquel primer partido se veía que existía una situación anómala; el equipo resulta muy largo, poco compacto para retroceder y defender. Se produce una situación colectiva que entusiasma: Messi arrancando desde ¾ para entrar en diálogo con los delanteros o volantes genera peligro y espacio. Pero la fórmula que es buena por el momento debe resolverse para ser sostenida en el tiempo, teniendo en cuenta todos los aspectos del juego, en especial el momento de pérdida de la posesión de la pelota.

Otra comprobación es que el inventó de Jonás de lateral no funcionaba; ya que aparte de lucir una categoría de juego muy baja y torpe, no marcaba bien ni jugaba bien. El mediocampo quedaba desajustado y se exponía un Verón que no podía jugar por los laterales. El propio padre de Verón reconoce que su hijo no puede jugar en línea de tres volantes, sino que necesita una de cuatro, con un contención central detrás y dos volantes laterales. Aquí Maradona tuvo una primera reacción correcta, y al ver que era imposible un mediocampo de tres, saca a Verón y apunta a dos volantes definidos para ocupar la derecha e izquierda: Maxi y Di María. Sacrifica a Verón para poder mantener el tridente de ataque, pero contra México se expone de modo muy claro que el sistema no funciona. El trío Maxi, Mascherano, Di María se rebela totalmente ineficiente para sus funciones básicas; come dijo Christián Grosso de la Nación “el mediocampo argentino casi que no existía porque no tenía ni recuperación ni elaboración”

El equipo así quedaba muy partido, poco compacto para atacar –cosa que tenía remedio por la efectividad de Messi y los dos puntas- y también para defender, cosa muy grave que no tenía remedio. Messi, en la más penosa de las carencias de hermanos de toque (de los que tiene en abundancia y calidad en el Barcelona) debía buscar la pelota muy atrás -encima martirizado como estaba por todo el mundo de ser el responsable de salvarnos- y buscar el diálogo directo con los delanteros que quedaban muy lejos.

Pasado México, era hora de replantear todo de cara a un rival como Alemania que había mostrado ser un equipo que iba mucho al ataque en bloque pero que no se descompensaba en defensa precisamente porque retrocedía igualmente en bloque, además de ser muy eficaz en la maniobra de contragolpe por la misma razón. Con un sistema 4-2-3-1 muy aceitado imponía un juego que resultaba atrevido en ataque y pondría en jaque las falencias del equipo argentino del medio hacia atrás. La parte 2-3-1 de los alemanes iba y venía, apretando en ataque, defendiendo en retornos ordenados y contraatacando en iguales despliegues veloces. Aquí Maradona se prendió de la soberbia emocional y se cegó. Si antes había mostrado cierto atisbo de frialdad razonadora en algunos cambios, esta vez pudo más el encandilamiento de los espejismos favorables y la ceguera ante las alarmas. Mantener a Otamendi fue claramente confiar en un espejismo, y el oasis se transformó en ciénaga. No modificar el mediocampo fue desoír una alarma por demás estridente.

El partido contra Alemania expuso las debilidades en carne viva que fueron explotadas por el peor rival posible, astuto para oler las heridas y hundir por ellas los cuchillos. Ni Maxi ni Di María cuajaron en la contención con un Mascherano desbordado, y tampoco supieron dialogar con Messi a la hora de arrancar hacia adelante. Di Maria contenía poco y mal, Maxi contenía algo; ante eso Maradona manda a Maxi por izquierda para tapar a Lahm, pero al poner al Di María por derecha desnuda más ese flanco que ya sufría la tétrica defección de Otamendi y la regular impericia de un Demichelis mantenido en el equipo por puro capricho personal. Alemania fue un equipo frío en la ejecución pero muy caliente a la hora de ir al frente; que sabe asumir riesgos porque tiene muy trabajados los mecanismos para compensarlos.

El supuesto atenuante lógico que tuvo la suprema deficiencia argentina en la contención es que tuvo que exponerse más de lo debido al estar obligado a buscar por la tempranera desventaja. Pero no se puede admitir que un equipo con aspiraciones se exponga con tamaño desorden y vulnerabilidad por el sólo hecho de salir a buscar el gol. El primer tiempo terminó con Argentina equilibrando un poco las acciones, atacando sin profundidad pero con la sensación que cada recuperación alemana de pelota era medio gol.

En los primeros 22 minutos del segundo tiempo Argentina logró apretar adelante y martillar a la defensa alemana, fue su mejor momento, pero frente a rivales que defienden en bloque y van en ventaja, en este tipo de equivalencias de poderío, se necesita sostener el ataque mucho para lograr perforar. En ese lapso hubo algunas jugadas interesantes mal resueltas siempre por Higuaín donde Messi tuvo un aporte discreto pero real. Si se mantenía esa presión se podía empatar en los minutos que quedaban, claro que se necesitaba no volver a caer en el arco propio, pero... Un golpe es posible de revertir en un partido de estos, pero dos no. Lo que se presagiaba sucedió, un segundo gol de Alemania en situación casi grotesca de la defensa. Vale repasar el detalle que ese segundo gol no fue un contragolpe fulminante sino una jugada ya estacionada en campo argentino donde la defensa no pudo ordenarse y mostró errores groseros del lado de Demichelis y Otamendi.

Lamentablemente el espejo del partido nos devolvió la contracara con una Alemania que demostró que se puede defender bien en bloque a pesar de no renunciar al ataque. Argentina murió con su 4-1-2-1-2 extrañamente largo y vulnerable. Se mostró como un equipo ultraliviano a la hora de no tener la pelota, dejaba jugar, no presionaba y no recuperaba rápido, era muy largo y dejaba espacios por todos lados. Los dos volantes laterales retrocedían tarde y mal, sin general presión sobre los volantes rivales y dejándolo jugar con total libertad. El sobrevaluado Mascherano perdía en todas partes -no se por qué razón es políticamente correcto hablar bien de él-. Los cuatro del fondo enfrentaban muy desprotegidos al sexteto alemán y tampoco resolvieron con eficacia en los individual las marcas, fallando todos, pero especialmente Otamendi y Demichelis.


Ser justos en las conclusiones


Argentina en el 82 se volvió antes con Maradona incluido en un gran momento porque el equipo tenía fallas. Maradona no podía compensar el tembladeral defensivo de los Olguín y Galván y otras defecciones colectivas de aquel equipo de Menotti. En el 86 había un andamiaje aceitado de equipo armado por Bilardo con un líbero, dos stoppers, dos marcadores volantes (Giusti y Olarticoechea) más el Checho Batista y Enrique en el medio que contenían a todos; eso le permitió destacarse y lograr que el equipo avanzara hasta obtener el título. Pero cuando se habla que Maradona se “cargaba el equipo al hombro sólo” es pura mitología, los que “ponían el hombro” eran los que mencioné antes y ayudaban a mantener el arco argentino seguro y hacer que las acciones geniales de Diego fueran decisivas. Sin equipo no hay figura posible en el máximo nivel, ni el mejor jugador del mundo salva a un equipo en ningún deporte colectivo. En el fútbol de hoy esto es más evidente aún, se ha hecho palpable por la paridad y el desarrollo que físico que hacen casi imposible desequilibrios abrumadores a partir de acciones individuales aisladas.

Obviamente que Messi podía haber dado más y que no vimos su mejor versión. En algunos aspectos como la definición estuvo muy errático y extrañamente falto de su toque de distinción en los remates finales ya que intentó el lujo de la "picada" algunas veces en forma inoportuna cuando se imponía un remate directo. Pero de ninguna manera se debe considerar que no cumplió; estuvo a la altura de su capacidad y se sacrificó por el equipo, pedirle mucho más es caer en el terreno del delirio. Le sobra para ser el mejor del mundo pero no es un jugador sobrenatural capaz de jugar sólo contra once rivales. Si lo comparamos con Cristiano Ronaldo, Kaká, Robinho o Rooney, su labor fue bastante por encima. Podrán superarlo en la medida que avancen los Schewinsteiger, Sneijder o Villa como actuación, pero en condiciones individuales están a años luz de él.


La injusticia hacia Messi

La contradicción que noto en los análisis es el llamativo consenso alrededor de la idea de que Argentina pecó de falencias estructurales por haber confiado demasiado en resolver las situaciones mediante la inspiración de las individualidades y la conclusión a la que se llega sobre la actuación de Messi. Por un lado se comprende con total asidero una realidad del fútbol de hoy que indica que prevalecen las estructuras colectivas que permiten articular el juego equilibrado de varios buenos jugadores, más allá de que haya alguno que se destaque, y que ya no es posible confiar en la acción de individualidades aisladas que se impongan a las estructuras propias y rivales. Pero por otro lado, se insiste en la pretensión de imponerle a Messi un supuesto deber de salvador, afirmando que constituye un fracaso individual de este jugador el no haber roto individualmente las carencias colectivas con actuaciones fuera de serie. En estas afirmaciones está conviviendo una ingrata e injusta valuación del aporte del Messi que responde a conservar de él una falsa esperanza, la cual se le deposita naturalmente como obligación: ser la individualidad que se imponga al todo, el superhéroe individual que en un equipo desajustado actúe el milagro de compensar por sí sólo todas las deficiencias y se imponga a todos los dispositivos rivales. Otro aspecto de este extraño ensañamiento con Messi es que se parte de sobredimensionar su valor en relación a esperar de él algo muy por encima de sus posibilidades y que ningún jugador individualmente puede dar en el fútbol de hoy, para luego castigarlo por el no cumplimiento de este parámetro inalcanzable. Se niega la realidad que debería concluirse del primer argumento: aún la mejor individualidad no puede brillar en un equipo con graves deficiencias estructurales, y es en función de equipo como puede aprovecharse el brillo del mejor jugador del mundo, como es aprovechado en el Barcelona, donde no se está a la espera de un milagro en cada una de sus jugadas, sino que las acciones brillantes llegan por el peso de una asociación del jugador con la estructura del equipo. Muchas veces quedo como defensor de Messi. Pero en realidad soy alguien que lo defiende en base quizá a pensarlo menos genial de lo que se cree o menos determinante por si solo. Los demás terminan siendo crueles con él porque antes han sido exageradamente generosos.


El mito Mascherano

Así como a Messi se lo juzga desde la sobre exigencia, a Mascherano se lo beneficia al revés; exagerando sus virtudes y minimizando sus falencias. Un puro acto del mejor de los pensamientos mágicos. La realidad es que el jugador del Liverpool, cuyas últimas temporadas no fueron destacadas, está tremendamente sobrevaluado por el periodismo que tejió sobre él un mito. Nadie duda que es un volante de contención de gran entrega física y emocional, pero siempre se ignoran sus tremendas limitaciones futbolísticas para el puesto que ocupa y se disculpan sus fracasos individuales en la contención arguyendo que ocurren “porque se lo deja solo”. ¡Pobre Mascherano! se dice, “tiene que marcar a todos sin ayuda”. Me pregunto, por qué no se dice también ¡Pobre Messi! “obligado a jugar atrás y sin nadie que se la de redonda” A Messi se lo incrimina por no hacer genialidades salvadoras en todos los partidos -hechos que ya son utópicos en el fútbol de alta competencia actual- y también por defecciones ajenas. A Mascherano se lo dispensa de no tener los atributos que se necesitan de un gran volante central. En su mejor versión es un eficaz pulpo que cierra y roba pelotas, pero nada más. Su capacidad es muy limitada a la hora de tener panorama y distribuir el juego. Tiene tendencia a esconderse entre los centrales, es muy lento para salir hacia adelante además de no tener buen pie. Son demasiadas limitaciones para lo que una selección de primer nivel necesita. Si lo comparamos con lo que ofrecieron Khedira y especialmente Schweinsteiger en posiciones equivalentes, la diferencia es abismal.

La unánime convicción de excelencia que se suscita sobre él se trata de una reacción emocional en premio a su “entrega”. Si es por ello hagamos un equipo de jugadores elegidos sólo por su entrega, pero esto es fútbol, no una competencia por el Premio Nobel de La Paz.


Cuatro grandes razones

Pero ni Messi ni Mascherano son culpables de que el sábado un tal Otamendi en cancha sin categoría de selección y un Demichelis en un muy bajo nivel hayan cometido los errores que cometieron que condicionaron el partido en el comienzo y luego en el segundo tiempo. Tampoco que el colectivo argentino no hay podido ser eficaz en un aspecto tan básico del juego como es defender cuando no se posee el balón y hacer que la valla propia no sea una zona franca. Y en fútbol esto es irreversible. No es casual que las bajas actuaciones individuales se yergan en el medio de la falencia colectiva, como tampoco lo es cuando los brillos individuales se producen en marcos de la eficiencia colectiva.

Es obvio que si contra Inglaterra en el 86 Brown o Cuciuffo hubieran cometido errores individuales que facilitaran goles en contra, no hubiera habido gol genial de Diego que lo remontara ni orden colectivo que lo salvara, pero es el trabajo colectivo eficiente el que termina reduciendo al mínimo los errores y potenciando al máximo los aciertos individuales. Esto del fútbol se trata de equipos, entes colectivos, asociaciones de individuos interactuando organizadamente en busca de un fin, desde el sábado tenemos bien adentro cuatro (4) grandes razones para entenderlo de una vez por todas.

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