El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

marzo 22, 2010

Empaque blindado


"La princesa, de invertebraba delicadeza, desayunaba caracoles con almendra y al final fue a casarse con un mayorista de chorizos. El teniente Washington mandó a sus soldados a morir sólo por el orgullo"

Entre las cuatro paredes delgadas de mi cuarto, decoradas para fingir que eran un mundo, me fumé una jalea explosiva y logré calmarle los nervios a mis criaturas secretas. A ellas les debo que todo este tiempo fuera posible estar siempre listo en pleno amanecer o al borde del agotamiento a expensas de una pausa. El circuito de la realidad blande su lógica en lecciones precisas: el acceso de ira como satánico regreso de los ogros, la ingobernabilidad de la tristeza, aquella mujer hermosa con espinas en el pelo, un cuerpo que puede abrirse y una mente que estará siempre blindada. Histeria fanática la de los dueños en celo, propietarios asustados ante el imperio del descuido.

Empacar es atravesar un tanque de olvido sobre la avenida del instante. Una clausura de hábitos que aniquila la naturalidad existencial del presente para inyectar una dosis devastadora de pasado en todos los brotes cercanos. La costumbre es mutilada, las pequeñas raíces del afecto acumulado son arrancadas en plena adolescencia. El epicentro de la experiencia sucesiva vuelto pasado se convierte en oscura imposibilidad. Quedan expuestos los reclamos de socorros mutuos, la pena encaramada, la pasa de uva, el mártir infinitivo y la ausencia gris de los testigos habilitados para declarar un poco de inocencia a tu favor.

Antes de empacar es necesario repasar uno tras otro los secretos del lugar que ha de morir.

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