El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

febrero 16, 2010

Distinguir lo mejor entre lo malo


A veces me asalta el rescate de discretos pero significativos pensamientos cuyo detonante son fuentes impensadas. En este caso la experiencia se asemeja a la de aquel Don Alfredo de Cinema Paradiso que memorizaba aforismos adecuados para cada ocasión de tantas películas que había visto en su vida. Un fin de semana, miraba una peli yanqui que en canales de cable ya pasaron unas novecientas veces y que se llama “Contra el enemigo”. La película, filmada antes del atentado a las torres gemelas, recrea una Nueva York víctima de atentados terroristas de origen árabe y plantea el dilema de los métodos y principios con los que enfrentarlos. El agente del FBI Hubbard –interpretado por Denzel Washington- es el típico defensor de la legalidad y los derechos humanos a la hora de considerar los métodos para combatir los ataques. En cambio, el personaje que interpreta Annete Bening, una espía de la CIA experta en temas árabes, se muestra bastante más “pragmática” y “flexible” a la hora de considerar objeciones éticas a los métodos elegidos para obtener los fines. En un momento, cuando el agente del FBI le manifiesta sus dudas existenciales respecto de donde estaba el Bien y donde el Mal, ella le contesta: “Distinguir entre el Bien y el Mal es muy fácil, el problema es cuando hay que distinguir lo mejor entre lo malo” Yo agregaría que esta última instancia es a la que nos expone casi compulsivamente en un 99% la confrontación con la realidad política. En el mundo en general, las cosas tienden a ser relativas, pero en política esta relatividad se vuelve tajantemente soberana y decisiva.

Tras la presentación de este concepto de partida, vuelvo a la realidad política argentina y me poso sobre la encrucijada en la que se encuentra la centroizquierda en la Argentina actual. La duda acosadora es “Que hacer con los K”. Algo así como la reedición 2010 de un libro que fue editado por primera vez en los ‘40 y se titula “Que hacer con el peronismo”. Si se lo acepta, incorregible como es, se incluye obviamente en el paquete sapos como las corruptelas, el aparatismo, el verticalismo y otras atracciones.

Feinmann y Solanas han representado dos interpretaciones históricas que intentaron rescatar por izquierda al peronismo. Solanas, a juzgar por sus últimas intervenciones, parece gagá. Feinmann en cambio goza de una interesante dosis de pragmatismo lúcido en sus lecturas de la realidad. Obviamente esto no incluye sus opiniones en el campo literario ya que allí se le descose toda la trama de su echarpe reflexivo y queda preso de una deyección de bilis personal acumulada contra Beatriz Sarlo y la Academia Oficial que siempre lo ningunearon como escritor.

Y digo que las reflexiones de Feinmann resultan alentadoras porque van en dirección hacia algo que creo le hace falta al progresismo argento: un baño de realismo cruel que los limpie del realismo mágico que parece invadirlos por todas partes. Un progresismo que construye relatos que nunca se vuelven crónica destemplada y siempre quedan en el correcto campo de la aventura épica. La respuesta analítica es fácil de obtener: una tendencia cuyo principal sostén temático son los intelectuales y artistas es previsible que adolezca de este talón de aquiles; un ideario político basado más en la proyección de modelos ficcionales que en la experiencia de realidades.

Ese handicap se nota en todos los temas: la progresía jamás cavó un pozo con una pala; jamás vivió en un barrio marginal sintiendo la sordidez de convivir en un ambiente lumpen, jamás jugó un picado y terminó a las piñas con navajazos incluidos. Mucha bohemia urbana, mucho café, mucha cercanía con las clases acomodadas, mucha semblanza del pueblo basada en fuentes librescas y no en la convivencia con las miserias de la realidad doméstica.

¿Como pedir cambios profundos cuando la derecha desarrolla una monumental máquina reaccionaria sólo ante la implementación de cambios menores? Es como obsesionarse en exigir una participación en el 50% de las ganancias para los trabajadores en una empresa donde el patrón casi echa a todos los empleados cuando se pretendió un aumento de sueldo del 10 %. Si por conquistas módicas se desata semejante aparato destituyente ¿no se imaginan lo que se desatará ante medidas más profundas mientras las relaciones de fuerzas son las que son?

Parte del centro izquierda –principalmente Lozano y Solanas- orina fuera del inodoro y lee muy mal la realidad; respondiendo como respondió hace poco con anacrónicos rescates de temas como “la legitimidad de la deuda” propio de una tribuna de facultad de los 80 para llenar el espacio de una agenda escrita estratégicamente por la derecha. Al que está peleando por cosas básicas con la derecha no se le puede ofrecer un pase facturas por izquierda de reivindicaciones seculares; no es que carezcan de fundamentos, pero su puesta en escena es tan inoportuna que se vuelve contraproducente.

El gobierno debería dar un salto de genuina apertura y promover la creación de una fuerza de centro izquierda horizontal en serio con bases programáticas. Y si forma parte de ella algún aparato del PJ pues habrá que pensar seriamente si no es conveniente aceptarlo, luego será tiempo de imaginar “depuraciones evolutivas”. Sería la necesaria réplica a la amenazante conjunción opositora multipartidaria y ultidimensional que abarca a los medios y a diferentes estratos del poder económico. Para combatir contra las corporaciones del poder económico que atraviesan el tejido de la sociedad argentina, en términos de ciertas equivalencias de fuerzas que hagan el match al menos disputable, hay que contar con una mínima consistencia corporativa. Querer enfrentarlas con la espada desnuda de la legitimad conceptual es garantía de una rápida derrota. Lo que demuestra la historia es que esa consistencia la suele otorgar el “pejotismo”, y ese es la principal causa de su vigencia, y al mismo tiempo uno de los argumentos que nos hacen dudar a favor de su utilidad dentro de un proyecto de transformación inclusiva.

2 comentarios:

Severian dijo...

Feimann es un tipo curioso. Los expertos en A afirman que sabe mucho sobre B y sobre C, pero cuando habla de A solo dice boludeces. Sean A,B,C lo que fueren, literatura, ciencia, filosofía, etc.... No sé, a mi una situación tan sospechosa me sugiere que hay un temebundo chanta detrás de la mascara de intelectual informado. Sin desmedro de que comparto lo escrito sobre la izquierda blanca argentina, que imagina un "debería ser" puramente moral y teorico, cuya via de realización jamás se toma el trabajo de imaginar.

Tino Hargén dijo...

Severian, sabés que me pasa algo parecido con Feinmann, es de los tipos sobre los que me cuesta concretar una impresión definitiva y el péndulo ha ido varias veces para el lado del chantismo...Sus modales en materia de exposición filosófica suenan un tanto desprolijos pero los prefiero a los académicos que se empeñan en oscurecer todos los conceptos en aras de guardar ciertas formas.

Saludos