El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

octubre 01, 2009

Clarividencia condenatoria


Siempre conviví con un gobernador de racionalidad suprema que no me dejó tranquilo ni en sueños ni en borracheras. Una tendencia patológica al equilibrio estable que aparecía aún en los momentos donde las tinieblas del embotamiento me convertían en una voluntad obsoleta arrastrada por pesadas cadenas de fundición, que atravesaba chirriante el dolor del placer irresponsable. Tendría que ir bien al borde del barranco para cambiar de a uno cada hecho fríamente consumado por su equivalente en palabras arbitrarias. Palabras que me ofrecieram valor de cambio, abstracción representativa del episodio y su escritura. Las partes postizas y el todo universal, verdadero y letal, las partes desprendidas por la distancia, perdiendo la conexión física. El abismo biológico del pánico, el vértigo vecino del espasmo estomacal, la ulterior instancia con su transpiración intramuscular, rayo de salvaje supervivencia.

Estar de pie, pálido ante un millón de metáforas decepcionantes y una definición capciosa. Inclinarse en reverencial ademán para honrar las últimas semillas de deseo cultivadas con los rezagos de la última generación de mi existencia. Lo intuitivamente inexplicable hiere la mente más que la clarividencia condenatoria.



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