El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

agosto 09, 2009

Carta cerrada


Leo a Ricardo Forster en Página 12, uno de los intelectuales más representativos de Carta Abierta, el grupo que tuviera su bautismo de fuego al salir en apoyo oficial durante el conflicto campestre. Grupo con el que tengo muchas líneas de pensamiento afines, pero del que a veces me desespera la cándidez de púlpito universitario rayano en la ingenuidad con la que se retroalimenta; esa disposición monacal a rendirse ante los usos y costumbres conceptuales de una tan prolija como inanimada ortodoxia libresca de izquierda.

Forster se queja:
“Son aquellos que nos lanzan a boca de jarro que gracias a los desaguisados del kirchnerismo hoy regresa la derecha y amenaza con volverse nuevamente hegemónica”

Su conciencia lo insta a guardarle un resto de fidelidad a Kirchner –casi como se agradece una dádiva- por haberle regalado unas breves vacaciones en un paraíso de esplendor adolescente, una tertulia de imaginario regreso al burbujeante mundo de las expectativas emancipatorias; por haberle dado la oportunidad de vivir en un oasis de esperanza progresista a pleno contrapelo del apoteótico regodeo del ultracapitalismo posmoderno.

Al final, Forster se pregunta:

“¿Pecaremos de ingenuos?”. Tal el interrogante con el que cierra su texto.

Si, su ingenuidad es directamente proporcional a la alta calidad de su prosa, armoniosa para ser leída en tanto enlaza una holgada claridad conceptual con ciertos vapores épicos en las formas. ¿Ser intelectual de izquierda en Argentina será citar poéticamente a Hegel mientras el político de turno se embolsilla una cometa?

Pero también pecaríamos de ingenuos si no le damos cierta credibilidad al argumento de contraste: por el tamaño de reacción se deduce que la gestión K tocó, central o tangencialmente, algunos resortes que molestaron profundamente a la derecha; esa explosiva respuesta es el mejor indicador de que algún acierto en la orientación política hubo en dirección a un modelo de más equilibrada distribución de la riqueza. Pero lo que no cierra del todo es la relativamente tardía llamarada contraofensiva del movimiento neoconservador. ¿Que sucedió hasta marzo de 2008? ¿Que sucedía con la derecha en las elecciones presidenciales de octubre de 2007? Son demasiado pocos meses de diferencia para tan drástico cambio de timón; ¿por qué semejante campaña no la hizo en octubre de 2007 cuando se jugaba un cambio de poder ejecutivo, y si lo hizo en estas elecciones legislativas? ¿Tan bien estaba el país como para que la derecha se creyera derrotada de antemano y no intentara invertir en una campaña que explotara las debilidades de los Kirchner para demonizarlos como hizo después?

En realidad buena parte de la derecha había aceptado ante el escenario de octubre 2007 una especie de pacto de conveniencia con el kirchnerismo, ya que eran más los beneficios que obtenía de sus políticas que la influencia negativa de los aspectos redistributivos. Le guiñaron un ojo a Cristina –aunque con mucha desconfianza y prevención- y se desentendieron de las opciones opositoras que libradas a su suerte se diluyeron. Pero el despelote del campo cambió drásticamente el escenaro: la derecha se encontró invadida por una rabia súbita ante lo que entendieron como una señal de insolencia corporativa del gobierno K que los hizo arrepentir con furia del reciente desliz de haber confiado, y con el regalo inesperado de una agitación popular que podía manejar a su favor. Esto produjo una suerte de reflexión ultimal: “haber confiado en una convivencia con “estos” fue un error; no da para más y llegó la hora de atacar y tomar el poder, encima ahora tenemos agitación popular a favor!”

La cuestión que no está resuelta, y que ni siquiera se plantea esta intelectualidad soporte autoconvocado del modelo K, es por qué se volvieron tan impopulares unas políticas y unos discursos que se suponía debían ser bien recibidas por estar instrumentadas nada más que para el bienestar popular. No es suficiente echarle toda la culpa a la acción positiva de una derecha que mediante operaciones mediáticas supo llevar a su molino las aguas del sentido común, por más que este sea un factor muy importante. Existen muy significativas culpas propias que comenzaron a contradecir ese sentido común popular en cada palabra, con ejemplos que van de citarle a Hegel a un padre que acaba de enterrar a un hijo fusilado por pibes chorros cooptados por alguna banda de narcos con protección política, policial y judicial, pasando por no denunciar la corrupción, los negociados mineros, las licitaciones arregladas, hasta no saber explicarle a la gente con sencillez y humildad cuales de las medidas que se tomaban eran para favorecerlos. Rodearse de mediocres y dóciles empleados en vez de convocar al talento disponible que podía ser afín ideológicamente aunque no fuera obediente incondicional ni obsecuente fue digamos otro factor que cerró el circuito.

Fijar, como hace el propio Forster en la nota, el comienzo del modelo el 25 de mayo de 2003 es parte de ese narcisimo oficial tan necio. Como si lo hecho después de la debacle del 2001 no exisitiera, cuando fue el trabajo sucio de ordenamiento económico que les posibilitó ingresar con cuentas ordenadas y al que le deben gran parte de su supervivencia de gestión. Ese es el primer atropello al sentido común, la primera muestra de soberbia barata, el ninguneo del breve duhaldato lavagniano, que nos guste o no, existió.

La demonización de Guillermo Moreno, popularizada de tal modo por la oposición que ya se la metieron en la cabeza a cualquier argentino de La Quiaca a Ushuaia, pudo producirse a tal nivel de unanimidad solo por la inoperancia de un gobierno incapaz de encontrar la defensa y la comunicación de las políticas de fondo más allá de las formas o las personas. Si cuando pasen 20 años la historia da cuenta de que Moreno llegó a ser un patotero bueno, porque patoteaba en beneficio del consumo popular, no servirá de nada por cuanto se lo dejó crecer como ícono de la repulsión a un modelo y se le regaló a la derecha el enemigo público perfecto y universal que necesitaba.

Todo esto abrió la brecha para que ingresaran, como una ambulancia a un accidente, los discursos de los mercaderes como Aguinis que exultantes de furia revanchista se lanzaron con todo el humo para vender. Para que un De Angeli y un Biolcatti se convirtieran en los referentes de movilización popular más convocantes, temidos y respetados por la masas. Algo hicieron mal para que eso sucediera, para que la derecha se abriera un cómodo paso entre los escombros del alma de un pueblo ignorado por sus intérpretes.

Me hubiera gustado que Carta Abierta no hubiera intervenido para defender a un gobierno en el momento de su decadencia, sino para ser parte de ese gobierno en todo caso en el momento de su lanzamiento. No de perrito faldero para ofrecerle un apoyo de siervo menospreciado, sino para ganar un lugar tan activo como crítico en su gestión.

1 comentario:

Ana Lopez Acosta dijo...

Excelente, para mi gusto, claro. Coincido en tu análisis.

Acabo de acordarme que algo con metodología similar, que sucedió con algunos intelectuales en el gobierno peronista previo a 1976, uno de los - para mi gusto también, claro - ingenuos fue Conrado Eggers Lan, gran tipo y titular de Antigua en filosofía, si mal no recuerdo era decano de filosofía en esa época...Todavía me acuerdo de su libro" Peronismo y liberación nacional" y de "Peronismo y socialismo nacional" donde decía:“Yo no
me aferro a los que dicen o hablan del juego pendular de Perón. La diversidad parte de las bases. Perón es un estratega genial que las interpreta”.Bueno, después sucedió lo de la triple A, La señora María Stella, el señor López Rega y lo demás...en fin.
Qué modo irritante de desperdicio!
Cariños.