El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

abril 05, 2009

Ayer Alfonsín





El filtro de la muerte

Es cierto que la reacción de los pueblos ante la muerte de las figuras públicas mejora cualquier currículum y siempre provoca un filtrado positivo que conduce al rescate de todo lo sano y el olvido de lo enfermo. Ese balance forzoso que provoca la muerte es un verdadero juicio sumario que hacen los sentimientos humanos, apresurados para resolverse en una conclusión final. Pero es necesario poseer una gran dosis de cualidades personales para ganarse ese beneficio purificador de la muerte; no cualquier hijo de puta se baña de decencia al morir.

Raúl Alfonsín tuvo a lo largo de su extensa carrera política errores, obcecaciones e impericias; pero el pasar de los años hace más eficientes los juicios al permitir la comparación y la perspectiva. A la luz de lo que vino después, su estatura de caballero, su honestidad y sus cualidades humanas, su pasión por las formas dialogadas y consensuadas de hacer política, fueron ubicándolo en el sitial en el que hoy se encuentra luego de partir de este mundo: “un padre de la democracia”. Tal vez porque con los gobernantes que siguieron se tuvo la sensación de menos y no más democracia. O tal vez porque Argentina es un país de despadrados y despatriados, de guachos funcionales que se señorean bajo la inmunda trivialidad de la ausencia de un Padre decente, al que desprecian en la voracidad caníbal de su cotidiana vida de rapiña pero al mismo tiempo necesitan venerar de tanto en tanto, en celebraciones aisladas, para mitigar un poco el dolor de la bastarda culpa que emana de su degradación existencial. Los pueblos expiarían así en este tipo de jornadas sus gruesos pecados de ingratitud e irracionalidad, sus orgías de mezquindad ética y la miseria emocional de sus interesadas lealtades.


El péndulo

Hubo un gran consenso en las reflexiones que provocó su muerte en destacarlo como un luchador de fuertes convicciones, defensor inclaudicable de los principios en los que creyó. Pero también fueron mayoritarias las miradas que señalaron que su principal virtud era la actitud abierta al diálogo y su pragmatismo negociador basado en el análisis de los escenarios reales ante los cuales debía tomar la decisión mejor, que a veces era la menos mala.

¿Como resolver esta aparente contradicción, que de tan aparente puede parecer irrefutable?

Sus principios eran inclaudicables pero lejos de cualquier absoluto de irreductibilidad; jamás el todo o nada o el matar o morir fue su lema, sino que su principal convicción era la vía del diálogo aún con el adversario, y que la vía democrática para arribar a los logros de los principios implicaba un avance lento y trabajoso donde importaba dar pasos de avance o pequeñas conquistas que fueran acercando al objetivo, más que exponerse a una derrota o a un mal peor blandiendo posturas tan irreductibles como carentes de realidad. Para Alfonsín lo posible era siempre un mandato que condicionaba lo deseable, lo deseable nunca debía forzar lo posible porque podía volverlo más lejano aún o imposible. El problema de Alfonsín es que la furia aceleradora que generaba con la firmeza de sus gestos de partida, hacía presagiar enormes avances producto de batallas épicas, pero el cuadro se completaban debidamente cuando sobrevenía al poco tiempo una fase de realismo negociador que enfriaba las enjundias encendidas convirtiendo la anunciada epopeya en una toma realista de dividendos producto de un puro pragmatismo negociador; lo que redundaba en un efecto de decepcionante retroceso.

Alfonsín creía en el inevitable avance “sucio” y trabajoso de la vía democrática de gestión del poder político. La figura que usó en una intervención pública de los últimos años fue que lejos de describir un ascenso a través de una pendiente lisa y llana, la democracia era un ascenso en una pendiente con forma de serrucho, lleno de avances y retrocesos. Quedará para otro momento el debate sobre si este tipo de pragmatismo gradualista que Don Raúl entendía como correlato natural del respeto al esquema democrático de resolución consensual del los problemas conduce realmente a alguna parte que vaya más allá del mero punto de partida. Pero bueno es reconocer que tras esa sensación decepcionante que deja la marcha pendular, el hecho de asegurarse avances más bien modestos pero sólidos, en un paso a paso sensato y realista, contribuye a crear las condiciones para futuros nuevos pasos de avances que permitan llegar a objetivos más contundentes. Por ejemplo, si hoy es posible que existan -y la sociedad los acepte- juicios a torturadores fue en parte porque en 1985 hubo un juicio a las juntas; ese precedente sembró conciencia y forjó valores al respecto.

En alguna parte habremos leído que para que los hechos históricos ocurran se deben dar las condiciones objetivas; pues el debido análisis contextual de esas condiciones salvan a Alfonsín de la condena por muchas de sus medidas que bajo una mirada absoluta parecieron claudicantes, timoratas o demasiado negociadoras. El meollo de su estilo de conducción fue la negociación precisamente, nada más y nada menos que la negociación política. Esto implica además del gradualismo señalado, un profundo realismo pragmatista. Los vampiros de la peleo izquierda argentina lo masacrarán siempre por lo que no hizo y no le reconocerán lo que si hizo, que se maximiza el ubicarlo en el contexto de relaciones de fuerza del momento histórico donde actuó. Llevar a juicio civil a las juntas a tan poco tiempo de los hechos fue una medida casi sin precedentes mundiales y me uno a los que la valoran. Y no relativizo esa valoración por lo que vino después; la obediencia debida y el punto final, que considero criticables en si, pero de ninguna manera al punto de anular el valor de lo actuado en el juicio con las condenas a los máximos responsables del horror.


El Pacto de la declinación

De sus acciones contradictorias, producto del mencionado estilo pendular de gestión, las más criticadas fueron las leyes que beneficiaban a asesinos y torturadores, y el Pacto de Olivos. En mi caso entiendo más las razones que pudo tener para las primeras -aunque me parezcan las de consecuencias más graves por principios- que las que tuvo para tomar la iniciativa del Pacto constituyendo el comienzo de su declinación; una actitud de evidente sesgo derrotista y conformista en un campo donde las condiciones daban para pelear en firme por ideales más ambiciosos que obtener módicas ventajas por ponerle una alfombra a la reelección de Menem. El argumento de Alfonsín en aquel momento fue que optaba por el mal menor ante un abismo, y que autorizaba la reelección a cambio de lograr supuestos avances cruciales que se darían en la nueva constitución, que luego se comprobó eran de entidad más retórica que real.

Primero sobrevaluó los peligros de la situación para poder luego sobrevaluar lo que obtuvo, que eran migajas. Agitó fantasmas sobre que si el peronismo reformaba la constitución con mayoría propia o posibilitaba la reelección mediante alguna chicana legal, sobrevendría el infierno antidemocrático. Y no era para nada así. La nueva constitución por consenso poco avance aportaba en lo esencial más que la sempiterna declamación de medidas que al final nunca se reglamentan o bien resultan de fácil manipulación o burla como la elección de los jueces de parte de supuestos Consejos de la Magistratura independientes del poder político de turno. Seguramente Alfonsín estaba convencido que Menem hubiera obtenido la posibilidad de ser reelecto de cualquier modo, y que electoralmente era imposible crear una alternativa opositora que lo derrotara, pero se equivocó al no considerar que valía la pena dar una batalla ideológica que podría no dar frutos en ese elección pero si en las siguientes. Aquel gesto asestó el primer golpe mortal al Partido Radical, desdibujándolo por completo de las peleas políticas mayores y enviándolo a competir en un papel de partenaire decoroso con la absurda candidatura de un endeble Massaccesi que terminó forzando la aparición de un engendro opositor al menemismo improvisado en el incipiente Frepaso con la figura de Bordón.

Creo que el caudillo de Chascomús no se tenía confianza para ir por más a ayudar a crear un frente opositor, tal vez sentía todavía fresco su desprestigio del post-89 y en un intento por volver al escenario optó por ocuparlo ampulosamente con una acción de muy baja enjundia.


30 de octubre de 1983



Para cerrar, vuelvo al juicio fulminante que los sentimientos realizan ante la muerte de alguien, ese balance en milésimas de segundo que condensa toneladas de recuerdos y datos vividos.

Es evidente que prevalecen aquellos valores personales que los pueblos aman porque escasean a su alrededor, y por eso son reconocidos. Alfonsín fue un hombre cabal y honesto que murió en la austeridad, ese dato se agiganta en la perspectiva de los ejemplos abrumadores de la corrupción dominante, y provoca el desprendimiento de llano afecto de la gente. Pero en la espectacular repercusión social de su muerte coadyuva otro factor que considero igual de decisivo: en lo político regaló la única noche mágica de nuestra historia que se guarda en la memoria colectiva de vastas mayorías de argentinos, aquella inolvidable jornada electoral del 30 de octubre de 1983, la única vez donde la lógica pareció suspenderse y los ideales de ensueño parecieron ganarle la batalla a la terca realidad. Alfonsín supo recrear en aquellos días una síntesis viva del concepto de democracia y llamó a ponerla en marcha, la puso en juego en la contienda encolumnando tras ella toda la energía social de libertad reprimida en años de obediencia al terror. Expuso frente a frente una representación de la luz contra la de la oscuridad, la basura degradada contra el alimento puro, logró una síntesis única en la cual ya peronismo y radicalismo dejaron de valer por si mismos, sino que adquirieron un status de representación. Ambos estaban desligados de su realidad física y transformados en símbolos, mutados en emblemas encarnados.

Como todo evento de trascendencia epocal tuvo y tendrá su coro de confundidos y detractores. Muchos que por imposibilidad reniegan de él tratando de enlodar su genuina y arrasadora voracidad social. Por allí andan los que en aras de purificarse en la corrección política se unen al resentimiento para decir que fue la noche donde la clase blanca argentina, unida como jamás se hubiera imaginado, por fin pudo salir a gritarle en la cara un triunfo legítimo a los negros villeros del peronismo que se disponían a ganar una vez más como si fuera un trámite. Algo de eso hubo seguramente ya que el episodio encerraba en su complejidad múltiples apropiaciones, pero el magnetismo alfonsinista había encantado gente de variada extracción y los cruces sociales conmovidos por su mensaje hacían trizas esas distinciones simplificadoras de color o clase. Más bien era una confluencia de valores que cruzaba los intereses y costumbres entre morochos y blancos de clase media y baja que confluían en gestos de renacimiento libertario.


Nunca el oscuro peronismo estuvo tan cerca de la derrota final como esa noche. Nunca la política estuvo tan cerca del milagro conmovedor. Quién pudiera volver a producir aquel delicado estado de gracia colectiva, bien pudiera allanar el camino a cualquier tipo de transformaciones profundas e inesperadas. Seguramente un hecho histórico singular del que todavía queda mucho por aprender.


2 comentarios:

Severian dijo...

Veía por televisión las largas cuadras de cola para despedir a Alfonsín, y me preguntaba quien, de entre los presidentes que lo sucedieron, sería capaz de provocar una reacción empática semejante. Ninguno.

(También veía a Llambías en la puerta de la casa de Alfonsín lamentándose por la pérdida y mientras recordaba la ya legendaria silvatina, me preguntaba quien otro sería capaz de generarme una reacción hepática semejante. Ninguno.)

Tino Hargén dijo...

Un contraste hepático entendible estimado Severian. De acuerdo con que ninguno de sus sucesores despertaría la reacción que despertó Alfonsín. Y respecto de Llambías y compañía..bueno estuvo que se difundiera el video cuando Alfonsin fue abucheado por el gorilaje avariento del campo argentino...