El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

febrero 15, 2009

Psicopatías literarias III



En un reportaje más o menos reciente Ricardo Piglia declaró ante la pregunta matadora “¿Qué te hizo ser escritor?”

“Aunque la respuesta que habría que dar aquí es que uno escribe porque antes leyó (risas). Sin embargo, debo decir que en relación a la literatura, la formación es siempre muy azarosa. Tengo que decirte que un escritor no necesita leer todos los libros. No necesita leer a Kafka o a Cervantes para escribir buena literatura, para escribir una gran novela. No creo en esa idea de muchos que defienden la lectura de toda la historia de la literatura como medio único para alcanzar el fin de la escritura. Un filósofo, sin embargo, sí debe leer a los autores -a todos-, porque un filósofo que no haya leído a Kant, a Hegel, a Nietzsche o a Heidegger no puede pensar y construir un lenguaje filosófico. Su armazón de pensamiento debe construirse mediante la tradición filosófica anterior, pues debe negarla. La formación del escritor, por lo tanto, no es la misma que la de otros oficios”

Frente a esta revelación suprema del gayo pensamiento estoy dudando entre llorar o aplaudir. !Sepan señores que para ser escritor no se necesitan leer todos los libros! Algo es algo.

Complacer conjuntamente a la crítica y al mercado es una táctica de profunda efectividad en la búsqueda del estrellato librero. Por un lado la apuesta al mercado con materiales que cumplan las exigencias para ser apetecibles como negocio debido a la seducción que genera el saboreo de su potencial atracción vendedora, la que excita la ilusión de los editores acerca de un negocio seguro y redondo. Por el otro apuntar a la seducción de la crítica académica que a mediano plazo termina construyendo "mercado" de modo indirecto. Si bien es una crítica incapaz de construir un éxito inmediato de ventas, a mediano plazo logra si instalar autores en la preferencia compradora de una significativa franja de consumidores que se orientan en sus compras por los dictámenes de dicha crítica académica, aún contra su gusto natural y que pueden hasta obligarse a encontrarle un atractivo al material bien calificado. De este modo, escribir para la crítica termina, en una segunda fase, abriendo las puertas de llegada a un público, aunque no sea aquel de reacciones emocionales e inmediatas capaz de oler la atracción a millas de distancia. Se trata de un nicho de lectores que disfrutan aún en pleno disgusto o incomprensión respecto del material que leen, porque encuentran el goce en el acto de estar obedeciendo el mandato de la crítica respecto de lo que es bueno; eso los hace autocalificarse de buenos lectores y sentirse parte de esa verdad autorizada, consumando una especie de ascenso cultural.

Por ello, el libro perfecto es aquel que cumpla todos los deseos de la crítica, que esté escrito casi a su pedido y que a la vez tenga, por ejemplo, algún forcejeo sexual medio perverso no exento si es posible de alguna atrocidad como para hacerlo atractivo al público, pero eso si, que entre las páginas deambulen paralelepípedos, hexágonos, rizomas, helicoides y trapecios que unan apellidos literarios, que rieguen con abundante “de eso que se llama un Trabajo del Lenguaje”, aquel que consiste en añadir a la historia sencilla y sucia que calienta al público cientos de páginas de digresiones y divagues pseudo poéticos-filosóficos cargados de citas encubiertas y jugueteos críticos incluyendo trapisondas supuestamente repletas de significados religadores del despiplume de los sentidos históricos, que unan universos divididos y épocas opuestas, que cautericen costuras interiores y zurcidos meta-expresivos invisibles además de sacar a la luz viejas suturas ya resemantizadas con catguts autosolubles.

Con “Respiración artificial” Piglia demostró que para un crítico literario es mejor solución escribir una novela que un texto de crítica literaria. Entre otras cosas sabemos que armó dos conexiones ultra marketineras: una local entre Borges y Arlt, y otra internacional entre Kafka y Hitler. La tentación de unir escritores o personajes disímiles en tiempo, espacio y contenido ha sido incesante en la producción cultural argentina. Borges ha sido unido a casi todos, y ni el muy inteligente Alan Pauls por ejemplo se sustrajo a la tentación de echarse un vínculo logogénico entre el Gran Viejo y Manuel Puig; obviamente sus antecedentes como crítico le daban conocimiento del terreno, sabía lo que debía escribir para complacer a sus pares.

Hargentina propone algunas nuevas conexiones literarias:

Louis-Ferdidand Céline con Sarkozy
Tomás Abraham con Martinez Estrada
Alberdi con Marcelo Birmajer
Sarmiento con Washington Cucurto
Sábato con Victor Sueyro
Krishnamurti con Ari Paluch


Si alguna de estas combinaciones ya fue utilizada pido disculpas ya que no ando leyendo todos los libros por ahí.

4 comentarios:

Severian dijo...

Lindo post, me hace acordar al prólogo de Borges para su "Bibioteca Personal"

Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector

También me hace acordar a una profesora de literatura que tuve, que en respuesta a un comentario peyorativo que hizo alguien respecto de una poesía, exclamó "¡pero como no te va a gustar, si es de Rubén Darío!"... Muy gracioso, la señora había suspendido su juicio crítico en razón de la fama del escritor.

Propuesta olvidable: los libros deberían editarse sin autor, para que el lector los juzgue llanamente por su contenido (en realidad esta propuesta era originalmente para los artículos científicos, pero aquí se aplica igual de bien)

Tino Hargén dijo...

El goce, de eso se trata mi estimado Severian. Y no es novedad que mucha gente goza más en el displacer del deber que en el placer del saber; el mundo está lleno de masoquistas culturales. Ante la ignorancia y la imposibilidad de elaborar un propio crterio nada mejor que creerle a "los que saben"

Su última propuesta me gusta, deme tiempo que buscaré una forma de implementarla...

Gus Nielsen dijo...

¿A mí quién me toca, Tino?

Tino Hargén dijo...

Gustavo, a vos te pongo con Leonardo Da Vinci...total, para buscar uno buscamos uno bueno..

abrazo