El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

diciembre 12, 2008

Arte y utilidad




Hubo momentos de la historia donde arte y utilidad estuvieron expresamente expuestos como nociones antagónicas y excluyentes. Un ejemplo es la concepción del arquitetco vienés Adolf Loos, uno de los pioneros del Movimiento Moderno en la arquitectura a principios del siglo XX, quién consideraba que ninguna cosa que fuera útil como la arquitectura podía ser arte o estar contaminada en su utilidad por algo inútil como el arte. Para comprender a este Adolf debemos recordar que su extrema postura era algo así como una reacción de hartazgo frente al neoclasicismo dominante que identificaba “arte” con un catálogo de formas preestablecidas que constituían el menú obligatorio a incluir en todo edificio. Cuando en 1910 presentó su casa Michaelerplatz con una fachada despojada de todo ornamento, se dice que las autoridades vienesas se negaban a aceptarla. Es que por entonces dentro del marco académico de la arquitectura se identificaba al arte con la adición de una serie de ornamentos oficialmente establecidos –como si fueran escogidos de una cartilla- a una estructura determinada. Para aquella concepción maquinal de la primera horneada del movimiento moderno del siglo XX -que Loos representaba-, en sus ansias de liberarse de estas fortísimas tradiciones académicas impuestas, el arte era aquella imposición hisitórica superflua que contaminaba de manera totalmente innecesaria a lo necesario y útil.

Ese es el peligro, cuando arte se identifica con “eso” que anda por ahí dominando la escena y haciéndose llamar por ese nombre. A menudo sólo se trata de artefactos, objetos, artilugios y mercaderías que alguna confabulación de poderes culturales ha entronizado en ese lugar.


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