El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

septiembre 02, 2008

Un existencialismo gerencial


Texto libremente exhalado a partir de la lectura del libro de Fogwill “En otro orden de cosas” ( Interzona, 2008)

Escribir reseñas sobre textos de ficción no es mi metier preferido más teniendo en cuenta cierta intolerancia a la lectura de narrativa que me aqueja en los últimos años, pero como suelen decir algunos boludos y boludas que van a talleres literarios “yo escribo para mi”. Pues entonces, y por consiguiente, como no estoy exento de este vicio menor y en los días que anduve leyendo este libro me detuve a volcar en un word reseñosas oraciones sin ningún aparente destino público, la aparición de la necesidad de llenar el vientre bloguero las ha vuelto post.


El estado prerrevolucionario del período 1973-74 es la atmósfera social donde comienza el desarrollo del personaje central del texto, un cuadro típico de clase media alta, eficiente operador de empresa privada con cierta inquietud intelectual, extrema ubicuidad y pasiones de una grisura definitiva e irresoluble. La indeterminación narrativa, o la determinación construida con cuentagotas, tal vez sea típica de Fogwill, y digo tal vez porque no leído todo Fogwill y ni siquiera bastante –recuerdo la estupenda “Los Pichiciegos”-. Pero este rasgo puede ser clave para comprender que se trata de ejercicio narrativo en clave novelesca y no de una novela propiamente dicha. La pintura del aquel climaterio pre-revolucionario que todo lo invadía, desde un cigarrillo a una fellatio, está muy bien lograda. La muerte de Perón dejando precisas instrucciones represivas a cargo de sus herederos aparece como ruptura de ese veranito de descontrol adolescente de la Patria Socialista. Con el arribo a 1975 del personaje, la narración se vuelve módicamente parabólica, los revolucionarios experimentan un reacomadamiento blando y todo se condensa en un hecho vuelto metáfora gravitatoria del relato: la demolición de edificios que abría paso a las famosas autopistas porteñas del proceso. Momento árido del relato donde se describen aburridas tareas de máquinas retroexcavadoras en un lenguaje que quiere combinar refinamiento sintáctico con glosa técnica y cae en tediosas cuevas de intrascendencia. El quiebre final pone al ubicuo personaje principal en su tránsito hacia el cumplimiento de tareas de un proyecto cultural en el área de comunicación de la empresa, una especie de ventana de acceso al postmodernismo neoliberal que aprendió a valorizar los discursos tanto como los bienes físicos.

El relato deambula ordenado por una trama sin demasiados accidentes, dejando un esbozo difuso de conflictos y dudas existenciales que defraudan cualquier expectativa de excitación pasional para volverse un tanto frívolos a causa de su tibieza; el devenir de una magra síntesis entre una rebeldía descreída y siempre menguante con una adaptación a la normalidad tan cómoda como implacable; prerrogativas dominantes en la época del proceso que invitaban a hacer de los acatamientos al poder y las reconversiones adaptativas una pose ostensible y expresa destinada a ser claramente leída como mensaje, so pena de consecuencias muy peligrosas. Su relación con una arquitecta paisajista sirve para darle algo de sabor a su indecisa vocación amatoria, una relación mostrada como hermética y apenas matizada por algunos episodios de menage a trois que la pareja se permite.

¿Puede ser entretenida la narración del aburrimiento?

Y acá me permito una digresión: estamos ante la pregunta del millón cuando opinamos sobre una ficción: ¿vale criticar el gris de una narración o corresponde elogiar la eficaz pintura narrativa de la grisura? ¿Está bien que una novela perfectamente aburrida reciba críticas por ese aburrimiento o en realidad debe recibir los elogios por haber logrado transmitirlo si esa fue su intención estética? La narración deja en evidencia que trata de plantar en todo momento un elevado standard formal a través de estirar el interés de episodios poco interesantes a través de difusas reflexiones tibiamente poéticas o ensayísticas que decoran con discreción el paso de las páginas y el uso de un lenguaje descriptivo-informativo deliberadamente reticente y restrictivo. Pero el texto se vuelve como un simple departamento de dos ambientes en contrafrente pintado de gris el cual ha sido decorado con algunos pocos detalles de refinado gusto, alguna que otra mínima extravagancia y otros pocos toquecitos de profundidad, pero que no logran volverlo más de lo que es: un departamentito ficcional.

De todos modos la transtextualidad del relato ofrece valiosas recompensas en forma de mensajes que surgen en el balance del ejercicio narrativo. Manchones conceptuales que quedan impresos tras el velo; esa insolente modestia del argentino post-setentista, el balbuceante emergente de la represión, un snobista especializado en el aprovechamiento del lado burgués de la bohemia a la vez que activo capitalizador de las oportunidades de la eficiencia, y siempre conservador hasta en la hora de evaluar sus riesgos sentimentales. La ubicuidad y la superficialidad de sus adhesiones a las modas y vientos político-culturales, su extrema superficialidad liberadora presa muy fácil del reflujo de contracorrientes castradoras, y la deshonesta maleabilidad de su pasión oportunista y pusilánime con su necesaria baja tensión de coherencia para enfrentar a las tendencias dominantes. De nuevo el argentino siempre bien dispuesto a ser agresivo con el que está en el suelo recibiendo el castigo de todos, y en extremo especulativo a la hora de valorar las ventajas relativas de patear en dirección al orden establecido en comparación con inquietarlo.

Tal vez ese burgués para el que poder coger sin casarse significó la saciedad de todo su apetito revolucionario.

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